Visualizando la problemática del agro
Amenudo me pongo a pensar sobre la situación general del agro y considero que caminamos sin un rumbo definido, pues pasamos más tiempo preocupados por encontrar problemas que posibles soluciones, y me preocupa que pasen 20 años más y todavía estaremos pensando a quién o quiénes echar la culpa de nuestro poco avance.
Actualmente dependemos de la importación de casi todo: leche, carne, hortalizas, frutas, algodón para hilandería, aceites comestibles, harinas proteicas para alimentar el ganado y aves, maíz, arroz, frijol, madera, aceites esenciales y nuestra industria agropecuaria se concreta a solo transformar materias primas importadas.
Cuando tengo la oportunidad de conversar con algún elemento oficial, en su mayoría expresan que no avanzamos por falta de recursos económicos.
Me da la impresión de que si los tuviéramos, los invertiríamos en subir sueldos, adquirir vehículos, equipar oficinas y contratar a más gente; pero al final continuaríamos en forma similar, pues estimo que con los programas que actualmente tenemos de tantas regalías, jamás cambiaremos el panorama de pobreza.
Si estuviese equivocado, después de tantos años de regalar, si a conciencia se hiciese una evaluación seria, concluiríamos que la pobreza y el bienestar siguen igual o peor que cuando se inició.
Particularmente no veo un solo programa insignia que me convenza de que hay esperanza que a corto o a largo plazo lograremos un cambio positivo.
No olvidemos que vivimos en un país muy pequeño, densamente poblado, con edu- cación deficiente, con seis meses o más de verano, con suelos de topografía quebrada y degradada, usados con cultivos anuales erosivos, cuando dichos suelos son de vocación para cultivos permanentes, como bosques, café, frutales, etcétera.
Cierto que por necesidad se hacen los tradicionales cultivos, pero sin el uso de prácticas conservacionistas del suelo, cada día serán menos productivos, cuando la población crece a un ritmo acelerado, demandando cada día más alimento, vestuario, techo, en fin, todas las necesidades básicas que un ser humano tiene.
Permítanme poner algunos pequeños ejemplos: algodón. En un tiempo se le denominó a este cultivo el oro blanco de la zona costera. Por razones diversas terminó, pero con ello nos volvimos importadores de hilos para la industria, de grasas comestibles, harinas proteicas para uso pecuario, y todo esto en valores suma millones.
Además, terminando el algodón, perdimos 13,500,000 días de trabajo. Nunca escuché que trabajáramos para encontrar un cultivo sustituto que al menos nos proporcionara grasas vegetales alimenticias y, como subproductos, harinas proteicas para el ganado y las aves. Todo terminó y la solución es importar.
Muchos critican a menudo el cultivo de la caña de azúcar, pero si no lo tuviésemos, de seguro esos campos estarían baldíos o dedicados a cereales de poca rentabilidad, con los que cada día nos empobreceríamos más.
Sin miedo a equivocarme, puedo asegurar que una alternativa viable para el país viene siendo la fruticultura tecnificada, acompañada de agroindustria de esta, con miras al mercado nacional y foráneo.
Pero ¿qué pasó? Cuando apenas se empezó con un programa frutícola, se trasladó al CENTA y ahí murió. Estoy seguro de que tarde o temprano lo tendremos que iniciar.
En 1985 fui invitado a visitar Taiwán como periodista agrícola que no lo soy, pero me propuso El Diario de Hoy y me aceptó el Gobierno chino.
En tal ocasión cambié impresiones con el señor ministro de Agricultura de ese país. Este me dijo que ellos importaban leche, maíz, soya, azúcar y otros productos alimenticios por valor de $3,000 millones.
Considerando que era mucho dinero, me permití interrogarlo diciéndole ¿y por qué no lo producen ustedes? Me repuso que ellos importaban lo que es barato y enfatizan en exportar algo de más valor, por ejemplo, anguilas, camarón cultivado, carne de cerdo, champiñones, diversas frutas frescas y enlatadas, plumas de pato para almohadas, etcétera.
Siendo Taiwán un país pequeño y muy poblado, me expresó: “Nosotros enfatizamos en el riego e impulsamos mucho las especies menores”. “Vea, donde ustedes tienen una vaca, a cambio pueden tener muchos patos, o pollos, cerdos, conejos, etcétera, aprovechando más eficientemente el espacio”, agregó.
Muchos me pueden decir que algo de lo mencionado ya lo estamos haciendo, y a menudo se da a conocer a un agricultor que ya lo practica por iniciativa o apoyo oficial, pero para lograr ver uno hay que recorrer por lo menos 50 kilómetros y, en el camino, las cosas siguen igual.
No me canso de expresar que es indispensable solicitar ayuda al mundo internacional para que vengan a ayudarnos en descubrir cuál debe ser el camino correcto a seguir, ya que nosotros nos especializamos en encontrar los problemas pero no concretamos en las posibles soluciones.
Desde mi óptica, nuestro problema no es falta de dinero, si antes no tenemos claro en qué exactamente lo invertiremos para alcanzar un objetivo específico y sostenible.