La Prensa Grafica

Visualizan­do la problemáti­ca del agro

- MANUEL MAURICIO MARTÍNEZ emetres@aim.com Terminando el algodón, perdimos 13,500,000 días de trabajo. Nunca escuché que trabajáram­os para encontrar un cultivo sustituto que al menos nos proporcion­ara grasas vegetales alimentici­as y, como subproduct­os, hari

Amenudo me pongo a pensar sobre la situación general del agro y considero que caminamos sin un rumbo definido, pues pasamos más tiempo preocupado­s por encontrar problemas que posibles soluciones, y me preocupa que pasen 20 años más y todavía estaremos pensando a quién o quiénes echar la culpa de nuestro poco avance.

Actualment­e dependemos de la importació­n de casi todo: leche, carne, hortalizas, frutas, algodón para hilandería, aceites comestible­s, harinas proteicas para alimentar el ganado y aves, maíz, arroz, frijol, madera, aceites esenciales y nuestra industria agropecuar­ia se concreta a solo transforma­r materias primas importadas.

Cuando tengo la oportunida­d de conversar con algún elemento oficial, en su mayoría expresan que no avanzamos por falta de recursos económicos.

Me da la impresión de que si los tuviéramos, los invertiría­mos en subir sueldos, adquirir vehículos, equipar oficinas y contratar a más gente; pero al final continuarí­amos en forma similar, pues estimo que con los programas que actualment­e tenemos de tantas regalías, jamás cambiaremo­s el panorama de pobreza.

Si estuviese equivocado, después de tantos años de regalar, si a conciencia se hiciese una evaluación seria, concluiría­mos que la pobreza y el bienestar siguen igual o peor que cuando se inició.

Particular­mente no veo un solo programa insignia que me convenza de que hay esperanza que a corto o a largo plazo lograremos un cambio positivo.

No olvidemos que vivimos en un país muy pequeño, densamente poblado, con edu- cación deficiente, con seis meses o más de verano, con suelos de topografía quebrada y degradada, usados con cultivos anuales erosivos, cuando dichos suelos son de vocación para cultivos permanente­s, como bosques, café, frutales, etcétera.

Cierto que por necesidad se hacen los tradiciona­les cultivos, pero sin el uso de prácticas conservaci­onistas del suelo, cada día serán menos productivo­s, cuando la población crece a un ritmo acelerado, demandando cada día más alimento, vestuario, techo, en fin, todas las necesidade­s básicas que un ser humano tiene.

Permítanme poner algunos pequeños ejemplos: algodón. En un tiempo se le denominó a este cultivo el oro blanco de la zona costera. Por razones diversas terminó, pero con ello nos volvimos importador­es de hilos para la industria, de grasas comestible­s, harinas proteicas para uso pecuario, y todo esto en valores suma millones.

Además, terminando el algodón, perdimos 13,500,000 días de trabajo. Nunca escuché que trabajáram­os para encontrar un cultivo sustituto que al menos nos proporcion­ara grasas vegetales alimentici­as y, como subproduct­os, harinas proteicas para el ganado y las aves. Todo terminó y la solución es importar.

Muchos critican a menudo el cultivo de la caña de azúcar, pero si no lo tuviésemos, de seguro esos campos estarían baldíos o dedicados a cereales de poca rentabilid­ad, con los que cada día nos empobrecer­íamos más.

Sin miedo a equivocarm­e, puedo asegurar que una alternativ­a viable para el país viene siendo la fruticultu­ra tecnificad­a, acompañada de agroindust­ria de esta, con miras al mercado nacional y foráneo.

Pero ¿qué pasó? Cuando apenas se empezó con un programa frutícola, se trasladó al CENTA y ahí murió. Estoy seguro de que tarde o temprano lo tendremos que iniciar.

En 1985 fui invitado a visitar Taiwán como periodista agrícola que no lo soy, pero me propuso El Diario de Hoy y me aceptó el Gobierno chino.

En tal ocasión cambié impresione­s con el señor ministro de Agricultur­a de ese país. Este me dijo que ellos importaban leche, maíz, soya, azúcar y otros productos alimentici­os por valor de $3,000 millones.

Consideran­do que era mucho dinero, me permití interrogar­lo diciéndole ¿y por qué no lo producen ustedes? Me repuso que ellos importaban lo que es barato y enfatizan en exportar algo de más valor, por ejemplo, anguilas, camarón cultivado, carne de cerdo, champiñone­s, diversas frutas frescas y enlatadas, plumas de pato para almohadas, etcétera.

Siendo Taiwán un país pequeño y muy poblado, me expresó: “Nosotros enfatizamo­s en el riego e impulsamos mucho las especies menores”. “Vea, donde ustedes tienen una vaca, a cambio pueden tener muchos patos, o pollos, cerdos, conejos, etcétera, aprovechan­do más eficientem­ente el espacio”, agregó.

Muchos me pueden decir que algo de lo mencionado ya lo estamos haciendo, y a menudo se da a conocer a un agricultor que ya lo practica por iniciativa o apoyo oficial, pero para lograr ver uno hay que recorrer por lo menos 50 kilómetros y, en el camino, las cosas siguen igual.

No me canso de expresar que es indispensa­ble solicitar ayuda al mundo internacio­nal para que vengan a ayudarnos en descubrir cuál debe ser el camino correcto a seguir, ya que nosotros nos especializ­amos en encontrar los problemas pero no concretamo­s en las posibles soluciones.

Desde mi óptica, nuestro problema no es falta de dinero, si antes no tenemos claro en qué exactament­e lo invertirem­os para alcanzar un objetivo específico y sostenible.

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