Para no seguir postergando avances acordes con los tiempos es perentorio retomar los esfuerzos para darle vida al desarrollo territorial en el país
Es evidente hasta la saciedad que nuestro país ha carecido y carece de un proyecto nacional de desarrollo que haga posible que los salvadoreños en conjunto nos dirijamos hacia mejores y más estables condiciones de vida en todos los órdenes. Este es un requerimiento tan obvio que ni siquiera necesitaría ser planteado como tal, pero hay que hacerlo justamente porque pareciera que en el ambiente no hay, ni aun en los más altos niveles, la conciencia y el convencimiento de ello. La fijación improvisadora tiene sin duda, como una de sus causas más determinantes, el negarse sistemáticamente a hacer análisis de realidad, con todo lo que ello implica; y tal negación está conectada con la resistencia a enfocar los temas estructurales para, a partir de ahí, comprometerse con los cambios evolutivos que la misma realidad demanda.
Prácticamente durante todo nuestro desenvolvimiento histórico los salvadoreños hemos estado atados a la inercia productiva, sin que hayan podido surgir apuestas y proyectos verdaderamente acordes con las líneas del progreso. Hoy es todavía más imperativo lograrlo, porque el cambio y la aceleración de los tiempos así lo exigen. Durante largo tiempo nuestra economía dependió del cultivo del café, pero en un cierto momento eso pareció dejarse atrás, sin definir ninguna apuesta sustitutiva. Lo sensato hubiera sido continuar desarrollando la producción y la comercialización cafetalera, según las aperturas que ofrece la globalización, y paralelamente abrir otras rutas de desarrollo en áreas como la industria, la logística, los servicios y el turismo.
Hay que reconocer que el desarrollo no es un concepto genérico sino una tarea específica de amplias ramificaciones. El desarrollo nacional, concebido en su auténtico sentido, abarca áreas como el desarrollo humano, el desarrollo educativo y tecnológico, el desarrollo local y el desarrollo territorial. Nuestro país es geográficamente reducido, pero eso también le da oportunidades de interconexión progresiva. Hay que hacer de El Salvador un núcleo integrador de desarrollo, y eso puede lograrse si hay visión, creatividad y disciplina. Uno de nuestros males más desactivadores es justamente la indisciplina que va dejando todo a medio hacer.
Casos típicos de ello son la tristísima suerte del Puerto de La Unión en la zona oriental y el práctico abandono de los proyectos que abanderó el FOMILENIO I en la zona norte del país. La clave operativa del Puerto de La Unión, dentro del proyecto inicial, estaba en su conexión interoceánica con Puerto Cortés en el Atlántico hondureño. De pronto, cuando ya La Unión estaba por concluirse, el Gobierno en funciones allá en 2008 soltó el proyecto y lo dejó a la deriva, donde hoy está, ya prácticamente sin futuro. Y eso es de lamentarse sobre todo cuando se ve que Puerto Cortés ahora mismo se está expandiendo intensivamente como terminal de contenedores.
Nosotros, como país, tenemos que desarrollarnos en serio y sin evasivas; y hacerlo en todas las expresiones y dimensiones del desarrollo. Hemos perdido un tiempo valiosísimo e irrecuperable, sin ninguna razón válida que lo justifique. La inercia es la trampa más perversa en estos tiempos de evolución transformadora.
Definir, entonces, nuestra apuesta productiva de forma plena y realizable constituye un desafío de primer nivel, que ya no admite disimulos ni tardanzas. Veamos el país como un ente con rica y diversa vida propia para que podamos hacer realidad aprovechable todo lo que tiene en potencia.