El que se ciñe
¡La escultura intitulada El Diadumeno! de Policleto, o el que se ciñe; ¿quizá el joven atleta se anticipa con la cinta en su cabeza a la preciada presea del vencedor?, o se carcome por la voz del fracaso, la que traspasa el límite de lo físico, la que logra despreciar, la del egoísmo, la del epíteto, la de la envidia, la más vil, la rastrera, la que el odio la vuelve aun más atemorizante; y hasta al más erudito palidece.
El joven esculpido como valeroso y de sosegado porte, el que se deja aconsejar, el que se disciplina, el que se ajusta, al que su conciencia le sonríe, y orgullo de sus padres es.
Es la representación que el escultor parió, es dinamismo, es cuando la obra susurra, es sublime y fuerte al mismo tiempo.
Su valoración artística no encuentra par, es el punto álgido, es el momento pregnante, es cuando el observador capta la obra de manera simple y equilibrada.
¿Cuántos jóvenes salvadoreños continuarán el camino iniciado, sucumbirán al desaliento y acrecentarán sus temores?
En el país, donde recién la paz anhelada se ratificó en un papel, y de su esencia sabemos poco, ¿será porque no hemos ratificado el más grande poder?: la fe, y como autómatas únicamente con rostro y sin fe.
Jóvenes; cito el siguiente fragmento de uno de los más elocuentes discursos: “Por último, sean ustedes, ciudadanos de Estados Unidos o del mundo, exijan de nosotros los mismos altos estándares de fortaleza y sacrificio que exigimos de ustedes. Con conciencia tranquila como nuestra única recompensa segura, con la historia como juez supremo de nuestros actos, marchemos al frente de la patria que tanto amamos, con la bendición y la ayuda de Dios, pero conscientes de que aquí en la Tierra, su obra deberá ser la nuestra”. Discurso de expresidente John Kennedy, Washington, D. C., 20 de enero de 1961.
Rosario Valencia