Enunpaísde criminalesy políticos
A pesar de lo que se cree popularmente, los criminales y otras personas con mentes desbalanceadas no nacen así. Cuando viene al mundo, el ser humano ya cuenta con un temperamento que lo impulsa a comportarse de cierta manera, y que difiere de persona a persona. Este temperamento innato es la materia prima de la personalidad de cada quien, la cual se va moldeando mediante el contacto con la sociedad y su entorno en general. La familia, la escuela, sus amigos y muchos otros grupos lo van influenciando y le van demarcando límites a sus impulsos emocionales.
Idealmente, al final de este proceso el individuo ha aprendido a controlar su temperamento y ha desarrollado su propio carácter, el cual se convierte en gran parte de quién es él. Ortega y Gasset lo define así: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Este proceso de aprender a establecer límites contrapone dos fuerzas básicas de la teoría Freudiana del psicoanálisis: el Súper Ego, que juega el papel de la conciencia moral, y el Id, que contiene los instintos básicos, como la agresividad y el impulso sexual.
Hay que tener claro que en el fondo todos los humanos somos agresivos, lo cual no es negativo; de hecho, la agresividad es necesaria para crear competencia e impulsar el desarrollo humano. Sin embargo, la agresividad carente de límites, aquella que le falta la influencia moderadora de la conciencia, resulta en una personalidad desbalanceada o malsana que al final es destructiva para la sociedad. Es aquí donde podemos ver lo que sucede en la mente de los criminales y de muchos políticos: en la medida en la que estas personas no moderan sus instintos básicos, se puede decir que ambos adolecen de la misma psicopatología.
En ambos casos podemos ver a individuos que al tener que escoger entre seguir los instintos básicos o escuchar a su conciencia, siempre terminan sucumbiendo a los deseos. Tanto el criminal como el político corrupto son dos caras de la misma moneda: en ambos casos este individuo se congratula de que hace lo que le plazca, lo que se siente bien, sin que le importen las consecuencias que podrían tener sus acciones en la sociedad.
Sabiendo esto, nosotros los ciudadanos correctos y éticos, aquellos que todavía obedecemos los dictados de nuestra conciencia, tenemos la obligación de trabajar para transformar nuestra sociedad y nuestro país. Todos juntos debemos demandar que las acciones de todos los ciudadanos, pero sobre todo las de aquellos que nos gobiernan y nos dirigen, sean sustentadas por una idea clara de lo que es correcto aun si estas van en contra de su conveniencia, de sus preferencias personales o partidarias.
Y es que necesitamos a líderes que digan la verdad en vez de decir lo que creen que la gente quiere oír; que se enfrenten a lo que es incorrecto en vez de justificarlo o esconderlo; que trabajen por aquellos que les pueden recompensar menos en vez de aquellos que les pueden dar más. En resumen, en este país donde abundan los criminales y políticos corruptos necesitamos líderes valientes e íntegros, que al escuchar el clamor y el malestar colectivo puedan superar las ideologías políticas y ofrecernos un verdadero camino que nos lleve a tener el país que todos anhelamos.