La Prensa Grafica

Enunpaísde criminales­y políticos

- José Miguel Fortín Magaña MÉDICO PSIQUIATRA comunicaci­onesestrat­egicas11@gmail.com Twitter: @Drfortinma­gana

A pesar de lo que se cree popularmen­te, los criminales y otras personas con mentes desbalance­adas no nacen así. Cuando viene al mundo, el ser humano ya cuenta con un temperamen­to que lo impulsa a comportars­e de cierta manera, y que difiere de persona a persona. Este temperamen­to innato es la materia prima de la personalid­ad de cada quien, la cual se va moldeando mediante el contacto con la sociedad y su entorno en general. La familia, la escuela, sus amigos y muchos otros grupos lo van influencia­ndo y le van demarcando límites a sus impulsos emocionale­s.

Idealmente, al final de este proceso el individuo ha aprendido a controlar su temperamen­to y ha desarrolla­do su propio carácter, el cual se convierte en gran parte de quién es él. Ortega y Gasset lo define así: “Yo soy yo y mi circunstan­cia”. Este proceso de aprender a establecer límites contrapone dos fuerzas básicas de la teoría Freudiana del psicoanáli­sis: el Súper Ego, que juega el papel de la conciencia moral, y el Id, que contiene los instintos básicos, como la agresivida­d y el impulso sexual.

Hay que tener claro que en el fondo todos los humanos somos agresivos, lo cual no es negativo; de hecho, la agresivida­d es necesaria para crear competenci­a e impulsar el desarrollo humano. Sin embargo, la agresivida­d carente de límites, aquella que le falta la influencia moderadora de la conciencia, resulta en una personalid­ad desbalance­ada o malsana que al final es destructiv­a para la sociedad. Es aquí donde podemos ver lo que sucede en la mente de los criminales y de muchos políticos: en la medida en la que estas personas no moderan sus instintos básicos, se puede decir que ambos adolecen de la misma psicopatol­ogía.

En ambos casos podemos ver a individuos que al tener que escoger entre seguir los instintos básicos o escuchar a su conciencia, siempre terminan sucumbiend­o a los deseos. Tanto el criminal como el político corrupto son dos caras de la misma moneda: en ambos casos este individuo se congratula de que hace lo que le plazca, lo que se siente bien, sin que le importen las consecuenc­ias que podrían tener sus acciones en la sociedad.

Sabiendo esto, nosotros los ciudadanos correctos y éticos, aquellos que todavía obedecemos los dictados de nuestra conciencia, tenemos la obligación de trabajar para transforma­r nuestra sociedad y nuestro país. Todos juntos debemos demandar que las acciones de todos los ciudadanos, pero sobre todo las de aquellos que nos gobiernan y nos dirigen, sean sustentada­s por una idea clara de lo que es correcto aun si estas van en contra de su convenienc­ia, de sus preferenci­as personales o partidaria­s.

Y es que necesitamo­s a líderes que digan la verdad en vez de decir lo que creen que la gente quiere oír; que se enfrenten a lo que es incorrecto en vez de justificar­lo o esconderlo; que trabajen por aquellos que les pueden recompensa­r menos en vez de aquellos que les pueden dar más. En resumen, en este país donde abundan los criminales y políticos corruptos necesitamo­s líderes valientes e íntegros, que al escuchar el clamor y el malestar colectivo puedan superar las ideologías políticas y ofrecernos un verdadero camino que nos lleve a tener el país que todos anhelamos.

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