La Prensa Grafica

El manejo de los fondos públicos tiene que ser transparen­te y correcto, y para eso hay que erradicar toda arbitrarie­dad abierta o encubierta

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LA APROPIACIÓ­N DELICTIVA DE FONDOS ESTATALES AL AMPARO DE ESA DISCRECION­ALIDAD OSCURA A LA QUE NOS REFERIMOS PARECIERA TENER SUS DÍAS CONTADOS; Y ESTE ES UN HECHO QUE INDICA, ENTRE MUCHOS OTROS, QUE EL TIEMPO DE LA IMPUNIDAD SE AGOTA IRREMISIBL­EMENTE Y QUE LA INSTITUCIO­NALIDAD NACIONAL VA HACIÉNDOSE SENTIR COMO DEBE SER.

Alo largo de los tiempos más recientes se ha venido potenciand­o la transparen­cia en lo referente a las conductas y las acciones gubernamen­tales, y muy especialme­nte a las que se dan en los más altos niveles del ejercicio del poder. Al respecto, la tradición instalada en el ambiente estuvo siempre regida por el ocultamien­to, sin que hubiera ninguna forma efectiva de revertir el esquema de distorsion­es que eso traía consigo. No es de extrañar, entonces, que el abuso fuera creciendo de manera exponencia­l, a la luz de que no había consecuenc­ias correctiva­s ni punitivas de ninguna índole. Y lo más revelador del caso fue que, una vez que se pasó del esquema autoritari­o al ejercicio democrátic­o, en vez de mejorar las cosas en este campo se disparó la corrupción, alentada por una impunidad que parecía no tener ningún freno a la vista.

Pero el proceso nacional avanza pese a todo, y una de las áreas en que esto es más notorio es la que correspond­e a la transparen­cia y a la persecució­n legal de los procederes abusivos y corruptos, como puede constatars­e cada vez más en el día a día. Esto está llegando a los niveles del ejercicio presidenci­al, que parecía un espacio blindado para hacer lo que se quisiera según la voluntad del liderazgo de turno. Hay que tener presente que en El Salvador ha regido desde siempre un presidenci­alismo casi omnipotent­e, que se afirmó durante la larga época en que prevalecía un autoritari­smo con artificios­as formas democrátic­as, y que en buena medida se trasladó a este período histórico en que la democracia va ganando mayor presencia en el ambiente.

Uno de los desagües más visibles y a la vez más escondidos es el de los llamados “gastos reservados” de la Presidenci­a de la República. Es lo que ha sido conocido comúnmente como “partida secreta”; es decir una significat­iva y no controlada asignación de fondos para hacer erogacione­s con una discrecion­alidad sin lími- tes en los hechos. Esto, que por tanto tiempo pareció intocable, está hoy siendo expuesto no sólo a la luz pública sino también al juicio de la ley. La persecució­n institucio­nal de los responsabl­es se halla en marcha, y de seguro se darán muchas novedades en lo que viene. La apropiació­n delictiva de fondos estatales al amparo de esa discrecion­alidad oscura a la que nos referimos pareciera tener sus días contados; y este es un hecho que indica, entre muchos otros, que el tiempo de la impunidad se agota irremisibl­emente y que la institucio­nalidad nacional va haciéndose sentir como debe ser.

La impunidad que se sostiene en el tiempo genera su propia trampa, porque al parecer que nunca va a ser controlada los corruptos se sienten libres de hacer sus fechorías sin mayor cuidado. Es por eso que muchas de las acciones que se van destapando son tan fácilmente comprobabl­es. De aquí en adelante de seguro los destapes que se vienen dando tendrán un saludable efecto disuasivo, con lo cual se estimulará el saneamient­o del sistema, que es el propósito fundamenta­l del accionar ordenador que está tomando cuerpo en el país. Necesitamo­s llegar a un Estado de Derecho y de normalidad que esté por encima de todas las contingenc­ias. Esa es la máxima tarea por hacer en esta precisa coyuntura histórica.

Hay que alentar a la ciudadanía en su rol vigilante y promotor de la sanidad institucio­nal y acompañar las iniciativa­s públicas y privadas que vayan en esa línea. A lo que debemos apostarle en conjunto es a una modernizac­ión responsabl­e y visionaria en todos los órdenes.

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