La Prensa Grafica

HAY DERECHOS FUNDAMENTA­LES QUE HAY QUE ASEGURARLE AL SER HUMANO DESDE SU LLEGADA A ESTE MUNDO

- Por David Escobar Galindo Escritor

En su obra “Volver a la razón”, el filósofo argentino Ricardo Maliandi nos recuerda que “La libertad, la justicia y la paz son los tres primeros conceptos que se mencionan en la Declaració­n Universal de Derechos Humanos adoptada por las Naciones Unidas. Son también el hilo conductor de esa Declaració­n. Aluden sin duda a tres grandes ‘desiderata’ (conjunto de las cosas que se echan de menos y se desean) de la humanidad, y nadie en su sano juicio debería dejar de apoyar su prosecució­n por todos los medios disponible­s. Nadie ignora, por otra parte, que estos ideales son en extremo difíciles de alcanzar, sobre todo a consecuenc­ia de los muchos intereses egoístas que rigen la conducta humana”.

En efecto, la libertad, la justicia y la paz son factores insustitui­bles para garantizar un auténtico desarrollo humano, en todos los sentidos y expresione­s del mismo; y, por ende, un sano ejercicio evolutivo tiene que ponerlos en la primera línea de las garantías tanto individual­es como colectivas. Desde que nace, y aun antes de nacer, la persona es sujeto de derechos elementale­s, que hay que garantizar en forma plena y constante. En la base está el derecho a la vida; es decir, el derecho a las seguridade­s básicas, como la seguridad de respirar, la seguridad de alimentars­e, la seguridad de abrigarse, la seguridad de sentirse seguro y protegido en toda forma...

Dichas seguridade­s son el sustento de la paz, de la libertad y de la justicia que cada ser humano requiere para emerger y crecer como tal. Son derechos inherentes a la condición del ser, que representa­n una especie de vivero de otros derechos, también esenciales, como el derecho a pensar, el derecho a soñar, el derecho a creer, el derecho a compartir, el derecho a superarse... De toda esta enumeració­n, que desde luego no es ni podría ser exhaustiva, se desprende una conclusión natural: todos nos hermanamos en los sustratos más profundos, aunque los matices diferencia­dores sean tan variados.

Enfoquémon­os en tres derechos: el derecho a pensar, el derecho a soñar y el derecho a compartir. El derecho a pensar es la fuente originaria de toda expresión creativa, de la naturaleza que sea. Pensar es una función natural y espontánea, que no tiene cauces predetermi­nados. Igual piensa el filósofo en su gabinete recogido que el labrador en su faena al aire libre. Los resultados pueden ser muy distintos, pero la función es la misma. Y entonces, de lo que se trata es de que el pensamient­o de cada quien tenga las adecuadas rutas de salida. La educación formal hace desde luego lo suyo, pero la educación de la cotidianid­ad abierta también hace lo suyo. Hay que dejar que el pensamient­o, de quien sea y de donde sea, despliegue sus propias alas.

Íntimament­e vinculado con el derecho a pensar va el derecho a soñar. Potenciar y propiciar esa alianza virtuosa es una de las misiones fundamenta­les de la convivenci­a bien entendida y asumida. Pensar y soñar son las dos alas del destino. Y para que eso se consume de veras es indispensa­ble incorporar el término libertad. Pensar libremente, soñar libremente. Es decir, la sociedad como ente aglutinado­r está en el constante deber de asegurar que todos sus integrante­s puedan pensar y puedan soñar sin ahogos estructura­les ni sofocos anímicos. En las condicione­s actuales de nuestro país esto no se garantiza ni se logra, porque todo lo que pasa en el ambiente y en sus entornos atenta contra tales derechos esenciales.

El derecho a compartir es lo que en términos bastante más manipulado­s se conoce como “justicia social”. El hecho es que la sociedad como tal, independie­ntemente de cuál sea, es un terreno compartido, y debe serlo así en todos los sentidos. No se trata de imponer repartos artificios­os, como los que se ven en los fallidos sistemas totalitari­os de corte populista, sino de habilitar y mantener habilitada­s las vías de acceso hacia las oportunida­des para todos. Que cada quien se desarrolle como quiera, teniendo a la mano los instrument­os para hacerlo. Tal posibilida­d debe ser siempre compartibl­e, para que el progreso pueda funcionar de veras como tal. Hacia ahí tienen que apuntar creativame­nte todos los esfuerzos evolutivos.

ENFOQUÉMON­OS EN TRES DERECHOS: EL DERECHO A PENSAR, EL DERECHO A SOÑAR Y EL DERECHO A COMPARTIR. EL DERECHO A PENSAR ES LA FUENTE ORIGINARIA DE TODA EXPRESIÓN CREATIVA, DE LA NATURALEZA QUE SEA.

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