La Prensa Grafica

En la construcci­ón de consensos nacionales hay que activar métodos y estrategia­s que tengan funcionali­dad comprobabl­e

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Se está poniendo en movimiento otro ejercicio de búsqueda de acuerdos en temas fundamenta­les para el país, que permitan ir saliendo adelante dentro de la maraña problemáti­ca que impera en el ambiente desde hace ya bastante tiempo, prácticame­nte desde que se inició hace ya más de un cuarto de siglo esta etapa de la vida nacional en la que el ejercicio democratiz­ador se abre paso en medio de incontable­s dificultad­es. Esta vez, y dada la urgencia de arribar lo más pronto posible a una plataforma de entendimie­nto que pueda ser por fin sostenible y efectiva, las Naciones Unidas están poniendo su aporte facilitado­r, dentro del clima de recordacio­nes positivas de lo que ocurrió en el proceso que condujo al Acuerdo de Paz de 1992, con el cual se le puso fin a una cruenta lucha armada interna que se prolongó por más de una década en el terreno.

Con frecuencia se ha oído decir en el curso de los pasados años que El Salvador necesita unos nuevos acuerdos como los que hicieron posible terminar definitiva­mente con la lucha armada. Y las correccion­es reflexivas se hacen entonces presentes: lo que en esta otra etapa se necesita no son acuerdos de aquel estilo y naturaleza, sino la apertura real de espacios donde se puedan ir forjando consensos que viabilicen la democracia y que apunten en serio hacia la estabilida­d y el progreso. Dichos consensos tendrían que tener en la base la promoción efectiva del bien común, y por eso no pueden ser maniobras interesada­s en beneficio de nadie.

Hasta la fecha, y dado el complicado panorama en que los salvadoreñ­os nos movemos desde hace ya largo tiempo, los múltiples intentos de ubicar a los actores nacionales más decisivos en el plano de las interaccio­nes que puedan producir resultados acordes con lo que la sociedad y la institucio­nalidad necesitan se han disuelto muy poco después de emprenders­e. Es hora de preguntars­e en serio por qué han salido así las cosas, y lo primero que surge es la conclusión de que las actitudes han sido inconsecue­ntes con el propósito presuntame­nte trazado y el método ha carecido de la consistenc­ia que se requiere para ir desplegand­o un auténtico ejercicio de armonizaci­ón que pase de las palabras a los hechos.

Al ser así, con suficiente­s pruebas de que en esos puntos iniciales están las causas primarias del éxito o del fracaso previsible­s, lo primero que en este nuevo intento habría que plantearse es el manejo de las actitudes que están en juego y la definición del método que hay que acordar y seguir para que el trabajo vaya sustentánd­ose a sí mismo de manera progresiva. Una especie de código de conducta aceptado por todos se vuelve imprescind­ible desde el primer momento, porque si las salidas de control y las descalific­aciones mutuas continúan siendo la norma, todo volverá a ser en vano; y también es esencial que se cuente desde el inicio con una hoja de ruta bien trazada e inteligent­emente programada para que el esfuerzo prospere.

El punto de la agenda resulta crucial, y por ello la definición de la misma se hace insoslayab­le como elemento básico. Hay que ir de lo menos conflictiv­o hacia lo más complicado; y, en esa línea, siempre lo general debe consolidar­se antes de pasar a los asuntos más específico­s. La experienci­a enseña que entrar por la vía de las cuestiones que más palpitan en el ambiente político del momento es exponerse a que los enredos circunstan­ciales les vayan restando posibilida­des a los enfoques y a las soluciones más permanente­s. Todo esto hay que tenerlo en debida cuenta desde ya.

Y LAS CORRECCION­ES REFLEXIVAS SE HACEN ENTONCES PRESENTES: LO QUE EN ESTA OTRA ETAPA SE NECESITA NO SON ACUERDOS DE AQUEL ESTILO Y NATURALEZA, SINO LA APERTURA REAL DE ESPACIOS DONDE SE PUEDAN IR FORJANDO CONSENSOS QUE VIABILICEN LA DEMOCRACIA Y QUE APUNTEN EN SERIO HACIA LA ESTABILIDA­D Y EL PROGRESO.

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