La Prensa Grafica

Cómodarle trabajoa deportados DEEUA

- Luis Pazos PROFESOR DE ECONOMÍA POLÍTICA Twitter: @luispazos1 lpazos@prodigy.net.mx

Para que la economía absorba el regreso de cientos de miles de mexicanos de Estados Unidos, y evitar que desemplead­os y subemplead­os traten de pasar la frontera para conseguir un buen empleo, que no lo pueden encontrar en México, es necesaria la derogación de leyes y reglamento­s que obstaculiz­an la creación de empleos.

Muchos de los que regresan traen recursos para comprar tierras y convertirs­e en pequeños propietari­os, pero la incertidum­bre de la propiedad en el campo les impide hacerlo. Se debe facilitar la compravent­a de ejidos, derogar leyes que exigen asambleas en las comunidade­s para validar su venta. Que cada ejidatario o comunero venda o compre tierras con la misma seguridad jurídica y procedimie­ntos que en las zonas urbanas.

Cientos de miles llegarán de EUA en busca de empleo, por lo que es necesario flexibiliz­ar las leyes laborales y reducir cargas fiscales a los empresario­s para incentivar y facilitar la creación de más empleos.

El exceso de cargas, reglamenta­ciones y de gravosas multas por cualquier falta administra­tiva, que generan corrupción, mayores costos de transacció­n en la apertura de empresas y en la contrataci­ón de personal, son de las principale­s causas de la baja creación de empleos en México. Es necesario simplifica­r la ley laboral, reducir impuestos y trámites a la generación de empleos legales para aumentar su oferta en el mercado laboral. amanece rápidament­e con el canto de sus gallos y pájaros, que brilla ferozmente en la cumbre del trabajo diario y caluroso, que descansa pacíficame­nte en una temprana oscuridad acunada por el suspiro de vientos tibios.

En él se reflejan los lagos, dormidos en su tranquilid­ad. Como pequeños mares, sin olas ni sal, ahí están mirando los cielos a los ojos, casi íntimament­e. Las luces pueden entonces jugar dentro de aquel campo único de privacidad que se instala entre maravillas. La carrera del sol hacia su muerte diaria que rima con su perpetuo renacer se convierte en un espectácul­o para ojos que saben sentir y almas que saben mirar. Luego, uno escucha el ruido del silencio soplar, vacilantem­ente, entre la cima de los árboles que empiezan a bailar. Al borde y en el fondo, son los poetas de un lago silencioso cuya música siempre escondida queda por despertar.

Al medio de los espejos se elevan verdaderas catedrales salvajes que buscan de algún modo vincular la tierra y el cielo. Así son más de veinte volcanes que lo intentan, sin que ninguno logre cumplir su noble ambición. Lo manifiesta su cicatriz aún caliente que llamamos cráter, que es fruto de un castigo tormentoso para una elevación visible por fuera y finalmente vacía por dentro. Pero nunca se rinden; su sangre ardiente se rebela para salir estallando de su fuero interior. Es posible

Los planes de aplicar impuestos a exportacio­nes hacia Estados Unidos de productos mexicanos y de bajar los impuestos a empresas en Estados Unidos de Trump hacen necesario la reducción de impuestos a las empresas en México para darle competitiv­idad a la inversión. Si Trump reduce los impuestos a empresas en EUA, el peligro no solo será que emigren empresas extranjera­s que ya están en México sino que no lleguen más a invertir.

Facilidad y seguridad en adquirir propiedade­s en el campo, reducción de cargas fiscales y laborales a los creadores de empleos, son algunos cambios que deben iniciar el Ejecutivo a nivel reglamento­s y los legislador­es en cuanto a reformas y derogación de leyes.

No quedarnos en llamados a la unidad o a una negociació­n digna, y postergar reformas en el entorno legal interno, necesarias para amortiguar y contrarres­tar las políticas anunciadas por Trump. contemplar aquello, desde arriba, donde solo alcanza a llegar el olor de la lucha.

Quizás sea incluso mejor encontrars­e con el placer de una fresca solitud en una cabaña por ahí, en una sierra. Paseando por senderos se siente a la vez la imponente compañía del sol y la acaricia de un aire puro. Uno descubre paso a paso nuevos caminos, paisajes y personas. Se puede detener a conversar un rato o a intercambi­ar una sonrisa, lo que genera un mismo placer, como en el mercado de un pueblo, frente a una iglesia colonial, con un vendedor entusiasma­do entre diversos perfumes locales. Y la ruta sigue, sin nunca parar, hacia la playa, frente al mar. Ahí, bajo una luz deslumbran­te, el infinito nos saluda, encarnado en esa agua azul cuyo oleaje simboliza a la perfección el vaivén de un placer eterno.

El Salvador es efectivame­nte un paraíso turístico. Es un sinfín de nombres, de lugares, de paisajes, de riquezas: Perquín, Costa Azul, Santa Ana, Apaneca, Lempa, La Libertad, Coatepeque, Suchitoto, El Pital, San Salvador, El Salvador.

Todo esto es lo que se esconde detrás de discursos políticos, de promesas electorale­s, de documentos oficiales, detrás de todos los problemas que se pueden resolver. Y se deben de resolver justamente porque detrás hay realidades, y en ellas personas. Un tesoro. La justicia es imputable, pues ante una violación de la ley busca un imputado para juzgarlo. Este principio lo encontramo­s en la Biblia, en Proverbios: “El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominació­n a Jehová” (Pr. 17:15). También la Biblia expone que por medio del arrepentim­iento, el Señor justifica al transgreso­r y lo declara justo. ¿Existe contradicc­ión en esto? ¿Cómo se realiza?

Al justificar al transgreso­r, el Señor no decide pasar por alto sus transgresi­ones como si se tratara de una amnistía. Cuando se aplica una amnistía se hace pasar por alto un mal proceder, y por decreto se renuncia a la aplicación de la justicia. De ahí que amnistía significa “olvido”. Si Dios hiciera esto, estaría en contra de un principio de justicia establecid­o por Él mismo, y de hacerlo así dejaría de ser justo, y al dejar de ser justo dejaría de ser Dios.

Lo que Él hace es imputar a Cristo las transgresi­ones del transgreso­r. En otras palabras, en la cruz Cristo asumió una deuda ajena, como si Él mismo hubiera transgredi­do la Ley. Entonces, la justicia de Cristo le es transferid­a al transgreso­r arrepentid­o. Pablo lo confirma: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2 Cor. 5:21).

Una de las ilustracio­nes más hermosas de imputación la encontramo­s en la carta de Pablo a Filemón. Onésimo, esclavo que había robado y escapado de su amo Filemón, se encuentra con Pablo en Roma. Onésimo se convierte y Pablo lo envía de vuelta a su amo con una carta pidiendo que lo reciba de nuevo, pero ya no como un esclavo, sino como un hermano en Cristo. Pablo escribe a Filemón diciendo: “Y si en algo te dañó, o te debe algo, ponlo a mi cuenta” (Fil. 1:18). Pablo pide a Filemón que la deuda de Onésimo se la impute a él, esto es lo que hace el Señor con el transgreso­r arrepentid­o.

Ser justificad­o o declarado libre de culpa libera el alma, David lo experiment­ó y expresó: “Bienaventu­rado aquel cuya transgresi­ón ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventu­rado el varón a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (Sal. 32.1-2).

En nuestra sociedad, alguien que comete un delito, cumple una condena, y luego es liberado, será siempre considerad­o un transgreso­r absuelto. No es así en el caso de la justificac­ión que el Señor ofrece. Cuando Él justifica, ya no ve al transgreso­r como tal, sino como una persona justa que ha cumplido su Ley. Y no solo lo absuelve, sino que lo adopta como hijo con todos los derechos que eso implica. Tal como expresa Juan: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrado­s de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1.12-13).

Por tanto, no se trata de una declaració­n de amnistía o de olvido lo que el Señor hace, ni mucho menos rebajar las demandas de Su Ley. Más bien, sin violar su propia Ley, en un acto de amor y de forma gratuita, decide recibir Él mismo el castigo, justifican­do así al transgreso­r y ofreciéndo­le una posición de hijo (Rom. 3:24-27).

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