No es posible esperar que la realidad nacional presente cambios significativos si no se dan las debidas evoluciones en la cultura de convivencia
Cuando se hace un recorrido analítico sobre lo que hemos vivido los salvadoreños en el curso del tiempo, y muy en particular a lo largo de los decenios más recientes, muchas experiencias y lecciones se van haciendo presentes, con una gran carga de enseñanza que tendría que servirnos para entender no sólo nuestro proceso sino también, y de modo especialmente revelador, nuestra sustancia y nuestros perfiles como sociedad con características muy propias. Las carencias y los defectos se hacen evidentes sobre todo en el área de lo esencial, que es donde se manifiestan los distintos fundamentos de la convivencia. A estas alturas, los salvadoreños aún no hemos aprendido a convivir en el auténtico sentido del término, y eso determina en gran medida nuestras distorsiones y nuestras deficiencias.
En realidad, en nuestro país se está haciendo imperioso que se desplieguen esfuerzos reconstructores en el campo de la cultura ciudadana, y sobre todo en el área del comportamiento social. Se habla de cultura ambiental, de cultura del ahorro, de cultura patriótica, de cultura productiva, de cultura alimentaria, entre muchas otras; y siguiendo esa línea habría que destacar, en lugar preeminente, la cultura de la convivencia, en la que hay que integrar la práctica de valores fundamentales como la tolerancia, el respeto y la comprensión con el replanteamiento positivo de todas las actitudes sociales. No hay necesidad de calar a fondo en lo que ocurre cotidianamente en el ambiente para encontrar ejemplos vivos de lo que es la falta de esa cultura de la convivencia. Para el caso, y en un ejemplo que hasta podría parecer trivial aunque es fuente de tantos daños y sufrimientos, cuando se menciona el número de accidentes automovilísticos y motociclísticos que se producen a diario en las rutas viales del país lo que resalta es la imprudencia abusiva y el desprecio por la propia seguridad y por la seguridad ajena.
Con frecuencia hay señalamientos sobre la crisis de valores que se hace sentir de las más variadas formas en nuestro atribulado ambiente, pero en este punto, como en tantos otros, nunca se pasa en serio de las palabras a los hechos. Es cierto que hay una crisis de valores, porque los efectos de la misma se pueden advertir y constatar a cada instante en las más variadas experiencias cotidianas, y a partir de esa certidumbre que no requiere comprobaciones adicionales lo pertinente y obligado sería diagnosticar dicha crisis y elaborar a partir de ahí un plan de tratamiento psicosocial dirigido a revertirla.
Cuando concluyó el conflicto bélico se hablaba repetidamente de reconciliación, y más de 25 años después se sigue hablando de lo mismo, lo cual indica que es una asignatura pendiente en el desenvolvimiento de nuestra formación democrática. El punto clave está en lo que se considera reconciliación: ésta hay que visualizarla y concretarla como un ejercicio positivo de interacción social, en el que nadie se quede fuera y en el que todos participemos en pro de la solidaridad y del progreso compartido. Hacia esa convivencia tenemos que ir avanzando con planes precisos y con voluntades dispuestas a poner todo lo que se requiera para lograr las metas deseadas, si es que se quiere salir de veras de todos los atolladeros actuales.
Y las fuerzas políticas están llamadas a dar el ejemplo básico de la convivencia civilizada, conforme a los principios y valores que la democracia pone en primer término.
CUANDO CONCLUYÓ EL CONFLICTO BÉLICO SE HABLABA REPETIDAMENTE DE RECONCILIACIÓN, Y MÁS DE 25 AÑOS DESPUÉS SE SIGUE HABLANDO DE LO MISMO, LO CUAL INDICA QUE ES UNA ASIGNATURA PENDIENTE EN EL DESENVOLVIMIENTO DE NUESTRA FORMACIÓN DEMOCRÁTICA.