La Prensa Grafica

Meditemos en el evangelio de San Marcos 10, 17-27

- Por p. Dennis Doren,

Señor, sale a tu encuentro un joven, se arrodilla en señal de humildad, había escuchado tu mensaje y en un momento de claridad te pregunta: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Su fe le dice que existe la vida eterna y la quiere alcanzar. La primera condición que le preguntas es si cumple los Mandamient­os; él, con toda seguridad y convicción, te dice que todo eso lo ha vivido desde pequeño. Este joven era inquieto, buscaba algo más, y sabe que en esa búsqueda se ha encontrado contigo.

¿Qué me falta? ¿Por qué con todo lo que tengo y con todo lo que disfruto mi vida no es una vida llena de sentido?

Esta respuesta te gana su corazón y sin duda la admiración, tanto es así que lo miras con amor. Lo amas porque viste en aquel joven un alma abierta, con unas posibilida­des enormes. Mientras la mayoría de los hombres se cierran en el corto radio de su egoísmo (familia, amigos, carrera, profesión, bienes materiales, comodidade­s, posición social), aquel joven tenía el alma abierta al infinito. Cristo, ves la posibilida­d de hacer maravillas con aquel joven: ir por todo el mundo y predicar el Evangelio a toda creatura. De ahí tu último requisito: “Solo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después ven y sígueme”.

La respuesta del joven fue volverse y salir triste. Chocó contra tu amor y se fue con el torrente de los avaros, de los egoístas, de los flojos, en fin, de los que no aman a Dios sobre todas las cosas.

Sí, se quedó con su casa, con sus bienes... con su dinero, con su coche, con sus amigos. Pero quedó sin Dios. Quedó sin ti, Jesús. Y sin ti la vida es una aventura sin sentido: una sucesión de goces y dolores sin más.

Este joven quería poseer la vida eterna, seguir al Maestro y a la vez disfrutar de sus bienes de este mundo. Le pides la entrega sin condicione­s.

¿Cuáles son las condicione­s que te pongo para seguirte? Mis criterios, mis preferenci­as, que la obediencia se acomode a mis gustos; por eso no obedezco a mis papás, maestros, hermanos mayores. Para poder hacer una verdadera experienci­a de ti debo estar dispuesto a darte todo lo que me pidas, sea lo que sea. A unos pedirás más, a otros pedirás menos, a otros pedirás todo. Pero yo estaré dispuesto a darte lo que me pidas. Sin condicione­s. No quiero terminar esta historia triste, perdiendo la gran oportunida­d de llegar al cielo.

Mi propósito en este día es ofrecerle lo mejor de mí mismo para alcanzar el cielo, cumplir primero los Mandamient­os y luego, si el Señor mi pide algo más, dárselo, para no salir triste de mi encuentro con Él.

(Legionofch­rist.com; Regnumchri­sti.com).

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