Misión felicidad
En la contemporaneidad se ha venido haciendo sensible y visible un contraste cuyo manejo presenta complejidades cada vez mayores: por una parte, los avances científicos, tecnológicos y comerciales tienden a hacer la vida más satisfactoria y llevadera y por otra el convivir en sociedad va adquiriendo connotaciones de alto riesgo y de multifacética distorsión. Y es que los avances mencionados han dado pie a un consumismo creciente, y así la convivencia social se ha cargado de trastornos y de disfunciones. No es de extrañar, entonces, que el vivir presente se haya convertido en un vivero de frustraciones, de cóleras y de quebrantos. Al ser así, se hace cada vez más evidente que los seres humanos de esta hora histórica estamos angustiosamente necesitados de soltar amarras frente a nuestros propios destinos; y la única forma de iniciar la nueva ruta consiste en replantear nuestro esquema de aspiraciones y de sensaciones, y eso implica necesariamente un reciclaje de actitudes. En definitiva, lo que necesitamos todos, quién más quién menos, es posesionarnos aspiracionalmente del máximo bien que nos concede el hecho de existir: la felicidad como resultado de la gestión vital de cada minuto, de cada hora, de cada día... Para eso no hay que idealizar la felicidad como un regalo exquisito de los dioses; hay que verla como cosecha cotidiana, que no es perfecta sino perfectible. Seamos felices, pues, con lo que tenemos y con lo que no tenemos, dejándoles al minuto, a la hora y al día siguientes el beneficio de superar lo que hubo antes. Y es que la felicidad es una misión mucho más que una conquista. Y al verla y sentirla así la tendremos constantemente con nosotros.
David Escobar Galindo