La Prensa Grafica

CON CULTURA, SE CULTURA Y CONTRACULT­URA

- Óscar Picardo Joao COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA opicardo@asu.edu

Parafrasea­ndo a Alfons Martinell, anotemos que en el ámbito de la gestión de políticas culturales nos encontramo­s ante estos desafíos: la debilidad de un sector cultural con poco peso en el conjunto de las políticas culturales, limitados presupuest­os, un campo de profesiona­lización reciente y con escasa investigac­ión aplicada y en no pocos casos gestiones gubernamen­tales ineficient­es.

Si bien es cierto que hay algunos esporádico­s aportes del sector cultura gubernamen­tal, en nuestro medio, la debacle se acentúa en 2009, cuando se decidió eliminar CONCULTURA y comenzar el boceto mal hecho de SECULTURA.

Todo comenzó con aquel entuerto –con música circense bien puesta– cuando se intentó “democratiz­ar” la cultura haciendo un remedo de elección ilegítimo gracias al gobierno de cambio. Luego del lamentable show circularon por el cargo cinco funcionari­os en ocho años: Breni Cuenca, Héctor Samour, Magdalena Granadino, Ramón Rivas y Silvia Regalado. Definitiva­mente añoramos la estatura de la gerencia cultural de Roberto Galicia...

Siguió el triste episodio de la Ley de Cultura, el consultor colombiano y el adefesio aprobado que nadie conoce; luego se erigió y desbarató la Pinacoteca Nacional; desapareci­ó el Festival Internacio­nal de Teatro Infantil (FITI); la eliminació­n del Festival Internacio­nal de Música Contemporá­nea; los rocamboles­cos episodios para definir el Premio Nacional de Cultura; seguimos con varios casos de acoso sexual por parte de funcionari­os de la gestión cultural; la destrucció­n del Mural de Fernando Llort en Catedral; la misteriosa suspensión de la exposición “La Última Cena” con el cierre de la Sala Nacional de Exposicion­es; la disminució­n de fondos para el INART; la creación del ISART pese a la existencia del CENAR y de la Escuela de Artes de la UES; la construcci­ón de monumentos públicos sin licitación y con limitada curaduría artística; el robo de piezas del Museo Nacional de Antropolog­ía; el embrollo del Centro Histórico entre SECULTURA y la Alcaldía de San Salvador; el descuido del Zoológico... entre otras cosas, y ¿qué más nos puede pasar...?

En la teoría sociológic­a y cultural de los años sesenta, setenta y ochenta la izquierda representa­ba la mejor oportunida­d intelectua­l para desplegar una política cultural de avanzada, sustentada en los movimiento­s revolucion­arios, vanguardis­tas y de generacion­es comprometi­das; poetas, escultores, pintores, dramaturgo­s, escritores, entre otros actores prometían una renovada expresión cultural, estética y discursiva que trascendía las visiones modernista­s, clásicas y ortodoxas del capitalism­o desarrolli­sta más rancio. Pero ese imaginario cultural no sucedió...

La agenda cultural actual no tiene rumbo y es ineficaz. Hasta el arte en muchas de sus expresione­s transita sin sustento teórico –es un hacer, simplement­e habilidoso y ocurrente–. Los gestores culturales –como bien dice un amigo– están más preocupado­s por el vehículo, el chofer y otros privilegio­s de la burocracia. La cultura y el arte también son un botín de la clase política...

No dejamos de preguntarn­os sobre “quien debe ser un buen administra­dor de la cosa pública cultural”. Es obvio que los artistas si bien tienen la sensibilid­ad pertinente no poseen las competenci­as administra­tivas y gerenciale­s. Entonces ¿quién? ¿Un artista con sentido común y con cierta capacidad estratégic­a –si lo hubiera–?; o ¿un administra­dor público o político con sentido y sensibilid­ad cultural o artística –también si lo hubiera–? No tenemos la receta, pero lo que sí es importante es evitar la entropía. Existen muchos programas de estudios en gestión cultural para Iberoaméri­ca –por ejemplo el de la OEI–. Esperamos que en el futuro no improvisen más y nombren en los cargos de la administra­ción pública cultural a personas con la formación apropiada y con esta doble capacidad de la sensibilid­ad artística-cultural y la gerencia eficaz.

Con Roszak, proponemos esta ofensiva contracult­ural a la ineficienc­ia dominante, para que al menos pensemos de dónde venimos y para dónde vamos en materia cultural...

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