LA IMPOTENCIA DE VIVIR ENTRE PANDILLAS
La aparición del cadáver de Jorge Urrutia en una pequeña quebrada cerca del kilómetro 13 de la carretera Panamericana fue el detonante para que la comunidad Los Olivos Poniente, de San Martín, mostrara su impotencia por haberse convertido en la frontera entre pandillas rivales. Una lucha que se libra a pulso de balas.
“A nosotros en la guerra, para prepararnos, nos ponían un muerto y nos sentaban en él para comernos una latita. Pero, mire, uno de ver tanto muerto se empacha”, dice un exmiembro del Batallón Belloso, infantes de Reacción Inmediata, que ahora vive en Los Olivos.
El exmilitar ha pagado una condena de vivir entre muertes violentas durante los últimos 30 años, y recuerda los enfrentamientos de la guerra civil en el país durante los años ochenta, en los que no se sabía a quién le pertenecía cada víctima. El miliciano creyó haber pasado la época más oscura cuando una firma puso fin a 12 años de conflicto armado entre la guerrilla y el Ejecutivo. “Yo con los Acuerdos de Paz sentí que respiré”, dice el exsoldado mientras hace una pausa para replicar con resignación: “Pero nunca me imaginé esto”.
Quien acepta haber sido partícipe de la crueldad que caracterizó la guerra “en defensa del uniforme y de la patria” habla mientras observa a los investigadores hurgar el cadáver que apareció abandonado en la zona. El exmilitar no es el único que resiente los costos de vivir entre pandillas rivales.
Según las personas que se acercaron a tener una primera plana del cadáver, el principal problema es que la vida de cada uno de ellos depende del capricho de la pandilla.
Uno de los comerciantes que habita en el lugar dice que la única decisión que pueden tomar cuando se sienten amenazados es refugiarse en sus casas y “fingir demencia”.
En los últimos días, los habitantes recuerdan al menos tres homicidios en el área; entre ellos, una niña de 15 años que fue asesinada con saña y un joven que fue atacado a tiros en la entrada de la comunidad. Muertes que la policía vincula con una pugna entre grupos de pandillas rivales. Aparte de esa violencia, los residentes deben vivir con el constante movimiento de supuestos pandilleros que deambulan entre los pasajes.
La comunidad está resignada. Los residentes dicen que ese es el precio de vivir en territorio “neutro”, justo en el punto en que se unen dos colonias donde operan estructuras diferentes.
“Mire, si acá era más seguro durante la guerra. Uno se iba caminando para allá arriba y todo estaba tranquilo. Hoy no pasa uno de la esquina sin que lo estén mirando. Es que es preferible esa guerra a esto que estamos viviendo”, aseguró uno de los habitantes.
Allá, a unos metros de donde la comunidad se queja a media voz, las autoridades terminan de procesar el cadáver abandonado. Lo han tendido en el piso y han logrado identificarlo como José Atilio Urrutia. Los residentes callan y buscan el mejor ángulo para no perder detalles del procedimiento. Los testimonios cesan cuando algunos menores de edad preguntan sobre la víctima. Los adultos callan. ¿Cómo explicar esa violencia?
En el momento en que un técnico cierra la bolsa con el cadáver y la coloca en un pick up del Instituto de Medicina Legal, los residentes de la comunidad Los Olivos Poniente retornan a sus tareas diarias.
“En la guerra uno sabía, y a los civiles se les perdonaba, aun si pasaba el guerrillero con bandera blanca enfrente. Pero ahora llegan de sorpresa: dos balazos le pegan a uno y ni se enteró por qué”, reflexiona el exmilitar mientras se retira con la impotencia y con la mirada fija en el suelo que ha visto caer a muchos muertos en los últimos años.
“Ya la vida no vale nada”, es lo único que se escucha de tres hombres cristianos evangélicos que logran evadir el cadáver mientras aceleran el paso por la pasarela que cruza la calle, una vía que se ha convertido en la frontera entre dos estructuras de pandillas que luchan a muerte entre sí.
“Acá era más seguro durante la guerra. Uno se iba caminando para allá arriba y todo estaba tranquilo. Hoy no pasa uno de la esquina sin que lo estén controlando”. RESIDENTE COMUNIDAD LOS OLIVOS PONIENTE