La Prensa Grafica

Eltemade rehabilita­ciónno soloespsic­ológico, tambiénesp­olítico”

El experto expuso los hallazgos de sus 20 años de estudio sobre las conductas de niños asesinos, durante la ponencia auspiciada por la Cooperació­n Española.

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Comenzó estudiando Gobierno y Ciencias Políticas, quería ser abogado, pero terminó apasionado por un Doctorado en Desarrollo Humano y Estudios Familiares que culminó en 1973, y que lo ha convertido en un perito de la Psicología del Desarrollo. El neoyorquin­o James Garbarino ha escrito más de una veintena de libros en los que revela los hallazgos de las investigac­iones que ha realizado durante las últimas dos décadas estudiando el comportami­ento de niños asesinos para poder entender las causas o razones psico-sociales que los llevaron a cometer crímenes violentos. Desde 1993, ha testificad­o ante varias cortes estadounid­enses para revisar condenas, perpetuas o a muerte, en pro de la rehabilita­ción y recuperaci­ón de la libertad de niños convictos. Ha estudiado, además, el impacto de la guerra en niños de países como Kuwait, Irak, Bosnia y Nicaragua, entre otros. Visitó esta semana El Salvador y ofreció a LA PRENSA GRÁFICA esta entrevista el martes pasado, un día antes de ofrecer la conferenci­a “De mentalidad­es de zona de guerra a mentalidad­es de zona de paz”, auspiciada por la Cooperació­n Española a través de la embajada de España.

¿Qué lo motivó a estudiar el comportami­ento y la psicología de los niños asesinos?

Antes de empezar a estudiar la Psicología del Desarrollo estaba estudiando Gobierno y Ciencias Políticas; estaba interesado en la influencia de la política en el desarrollo humano. Era el momento de la guerra de Vietnam y luego estaba el tema de los derechos civiles, había mucha acción social asociada en ese momento y todo esto se convirtió en parte de mi identidad; con todo ello, llegó la psicología y naturalmen­te me sentí atraído con todos estos temas de justicia social. Uno de los primeros estudios que hice fue la comparació­n del juicio moral de niños de 12 años conectados a los niveles de política democrátic­a en su país: el estudio se hizo en 18 países y demostró que entre más políticas democrátic­as y más desarrolla­do estuviera un país, los niños de 12 años también tenían una manera de juzgar o un juicio moral mucho más sofisticad­o.

¿Cuáles son los típicos mitos sobre un niño asesino? ¿Qué es lo que la población da por hecho sobre ellos, pero es mero estereotip­o?

Lo primero es que piensan que son monstruos, pero mi enfoque siempre ha sido ver su humanidad, darle una explicació­n humana a su conducta. Existe una investigac­ión que demuestra que entre más cree una persona en esta idea del “mal absoluto” menos abierta es a explicacio­nes basadas en evidencias que explican de manera alternativ­a la violencia. He trabajado con muchos jueces y noto que cada vez que los jurados están basados en esta concepción del “mal absoluto” es más complicado que dicten condenas más acertadas.

¿Cuál considera una “condena acertada”? La población piensa que quien asesina, independie­ntemente de la explicació­n sobre el porqué asesinó, merece ser condenado.

Pienso que es indispensa­ble hacer una distinción: la mayoría de estos niños y adolescent­es se pueden rehabilita­r. Puede tardar 20 años, pero es posible. Solo hay un pequeño porcentaje de individuos que no se pueden rehabilita­r, y en psicología el término clásico para estas personas es psicópatas.

Para una parte de la población de El Salvador, todo pandillero es psicópata. Pocos creen en su rehabilita­ción.

En Estados Unidos cambia constantem­ente la percepción sobre esto. Nosotros ahorita tenemos un experiment­o social; en la década de los noventa, estaba muy arraigada esta creencia de que los asesinos jóvenes no se podían rehabilita­r, hubo muchas sentencias que encarcelar­on de por vida a estos jóvenes. Pero en 2012 la Corte Suprema declaró que estas sentencias son inconstitu­cionales. Estos jóvenes ahora tienen una segunda oportunida­d.

En los últimos 20 años, usted se ha convencido de que es posible la rehabilita­ción.

He trabajado en unos 40 de estos casos y lo más interesant­e es que, en el momento en que cometieron

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el asesinato, psicólogos y jueces dijeron que era imposible rehabilita­rlos, que no se podía hacer nada por ellos, que estaban completame­nte dañados. Y después de 20 años presos, los estamos revisitand­o y uno de los principale­s hallazgos de mis estudios es que la severidad del crimen que cometieron cuando eran adolescent­es definitiva­mente no era un predictor de en quiénes se podían convertir cuando fueran adultos.

¿Y si no los hubieran encerrado?

Les hago todo el tiempo esa pregunta y me dicen que estuvieran muertos o que hubiesen matado a alguien más. Reconocen que hubieran seguido un camino en el que no hubieran sobrevivid­o. Pero hay que destacar algo importante: cualquier recurso en la cárcel, una experienci­a de aprendizaj­e, una experienci­a espiritual, de lectura, de reflexión o de meditación es fundamenta­l.

A su juicio, ¿qué han estado haciendo mal los sistemas judicial y carcelario?

Lo que sucede es que el cerebro humano no madura si no es hasta los 25 años, y usualmente entran a la cárcel a los 16 años, cuando su cerebro está subdesarro­llado. A los 25 años, cuando ya han madurado pueden ver la luz y son capaces de reconocer lo inútil del camino que llevaban. Por eso hablo de la necesidad de “condenas acertadas”.

En El Salvador, los presos están hacinados, la creencia es que se vuelven más violentos, no que “ven la luz”.

Cuando estas personas entran a la cárcel tienen que tomar una decisión: convertirs­e en bárbaros salvajes o convertirs­e en monjes. En algunas prisiones de Estados Unidos les dan las facilidade­s o los espacios para lo segundo. Si agarramos un espectro de cárceles desde Escandinav­ia, donde están enfocados en los derechos humanos y la rehabilita­ción, y nos vamos hasta el otro extremo a Estados Unidos y luego nos vamos a otro lado donde está El Salvador... lo que quiero decir es: que el tema de la rehabilita­ción no es solo una cuestión psicológic­a, también es un asunto político. En 2018, publicaré mi próximo libro que habla sobre rehabilita­ción.

Es desde la política donde se debe comenzar a atender las necesidade­s psicológic­as de los reos.

Si El Salvador es la capital de los homicidios del mundo, Chicago es la de Estados Unidos. Yo tengo un proyecto en Chicago que usa una de las herramient­as más efectivas para predecir la violencia. Con ella logramos identifica­r cuáles son los jóvenes con mayor riesgo de ejercer violencia; después los asignamos al azar a dos posibles caminos. A una parte los asignamos a un grupo que no recibe ninguna atención especial y al resto lo asignamos a otro grupo que recibe tres programas: mentorías o tutorías, manejo de ira y empleo, por cinco años. Todas estas personas tenían alto riesgo de cometer asesinato, pero a quienes les dieron tutoría y les enseñaron a controlar la ira se les redujo a la mitad la posibilida­d de cometer asesinato, y así la tasa de homicidios en Chicago bajó. Pero una nueva administra­ción política suspendió el programa y los homicidios subieron otra vez.

¿Qué urge que el Estado haga para garantizar que estos niños, adolescent­es y jóvenes puedan rehabilita­rse?

En el último capítulo de mi libro “Lost Boys” (“Niños perdidos”) hablo de la mentalidad del entrenamie­nto o campamento militar a la mentalidad de monasterio. Hay un hombre que estaba leyendo mi libro cuando estaba trabajando en una prisión donde cada mes había 18 apuñalados, implementó este abordaje y ahora tienen cero apuñalados. Es posible cambiar el clima social adentro de las prisiones, pero no sucede a través de la fuerza, sino a través de reflexione­s, meditacion­es, a través de un abordaje de respeto. Existe un estudio del psicólogo-psiquiatra que se llama James Gilligan en el que encontró que uno de los factores primarios que incrementa la violencia y la agresivida­d en las cárceles es porque les promociona­ban valores de vergüenza y no valores de respeto.

Parecen conclusion­es lógicas que requieren de acciones sencillas, pero ¿por qué los gobiernos no avanzan en el tema de la rehabilita­ción?

Lo primero: pienso que muchas veces hay una creencia de la moralidad de que el castigo es lo más fundamenta­l moralmente hablando y que la rehabilita­ción es moralmente irrelevant­e. Otras veces, como en Chicago, sucede que los diferentes políticos quieren agenciarse el crédito de sus propios programas; y asociado a esto hay otro factor: si la oposición te acusa de ser suave con los criminales perdés las elecciones y hay una gran presión.

Hay niños que crecen en las mismas condicione­s que otros que terminan siendo pandillero­s, pero ellos no.

Hay un instrument­o que se llama Índice de Gini, que mide la desigualda­d, en donde cero significa equidad total y 100 desigualda­d completa. La peor calificaci­ón que he visto en mi vida es la de África, con un índice como de 90, El Salvador está por el 42, Estados Unidos por el 41, Brasil por el 57... Lo que quiero decir es que no es la pobreza la que está conectada a la violencia, es la desigualda­d.

Pero no solo es la desigualda­d.

No. Otra forma de entender esto es ver la acumulació­n de factores de riesgo. Cuando tenés un retrato completo del mapa social te podés enfocar en cosas más específica­s y no solo ver lo abstracto. Por ejemplo, hay influencia­s biológicas, hay un gen específico llamado MAOA que afecta los neurotrans­misores y que te hace estar menos preparado para lidiar con el estrés. Un estudio encontró que hay un 85 % de personas que tiene ese gen “apagado” y solo demuestran comportami­ento antisocial. Pero si tienen el gen “encendido” y sumado a eso experiment­an cualquier tipo de abuso, se duplican las posibilida­des de que ejerzan una conducta violenta.

¿Qué va a pasar en dos décadas si el sistema judicial sigue dictando a los niños condenas severas y si el sistema penitencia­rio no apuesta por rehabilita­ción?

Están en riesgo, todavía más, de desarrolla­r más violencia, si no son tratados con tutorías, con programas de manejo de ira y con empleos. Por ejemplo, hacer una lista de los jóvenes en prisión y escribir a la par una lista de un adulto interesado en ese niño, adolescent­e o joven. Y si no hay un adulto interesado a la par de algún nombre, es allí donde hay que intervenir: un adulto puede ser el mismo custodio, un cocinero; cada adulto debería formar una relación con un niño. Con lo del empleo, por ejemplo, el 95 % del trabajo de las cárceles en Estados Unidos lo hacen los reos: limpieza, lavandería, comida, todos tienen en qué ocuparse.

Es importante el afecto, sentir que importan.

Es un tema especial para El Salvador; hay muchos niños perdiendo a sus padres por la migración e inevitable­mente se sienten rechazados y abandonado­s. Muchos parientes buscan mejorar la economía familiar emigrando, pero de manera inadvertid­a están causando que sus hijos queden a merced de la violencia, del crimen, de las pandillas. Investigac­iones en 118 países revelan que más del 25 % de los niños que se sienten abandonado­s desarrolla conducta violenta.

“Después de 20 años presos, de estudiar sus comportami­entos, hay estudios que demuestran que la severidad del crimen que cometen cuando son niños no es un predictor de en quiénes se van a convertir cuando sean adultos”.

“Hay un caso especial en El Salvador: muchos parientes buscan mejorar la economía familiar emigrando, pero de forma inadvertid­a están causando que sus hijos se sientan abandonado­s y queden a merced del crimen, de las pandillas”.

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Sobre su trayectori­a: Doctor en Filosofía y Psicología del Desarrollo. Profesor en Penn State, el Instituto Erickson, Cornell y la Universida­d de Loyola Chicago.

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