La Prensa Grafica

El control efectivo de la violencia delincuenc­ial sólo se logrará con una planificac­ión estratégic­a integral de la lucha contra el crimen

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La implantaci­ón de la criminalid­ad organizada en prácticame­nte todos los ámbitos del país no sólo constituye una problemáti­ca que se vuelve cada día más compleja e incontrola­ble sino que implica los más variados trastornos en el vivir cotidiano de los salvadoreñ­os, con las variantes y matices que se vayan dando en la realidad personaliz­ada. Estamos, pues, ante un desafío de la más alta intensidad, que como tal no tiene precedente­s en nuestro desenvolvi­miento histórico. La guerra fue una lucha política por el control del sistema nacional, lo cual le daba un esquema preconcebi­do y en buena medida previsible; la posguerra se ha convertido en una lucha sin otro objetivo que hacer del crimen un modo de vida, determinan­do que la autoridad legal asuma cada vez más un rol defensivo.

Aunque las estadístic­as de las muertes violentas estén hoy a la baja, es revelador que las sensacione­s que prevalecen en el ambiente sigan siendo de insegurida­d creciente; y eso deriva, de seguro, del hecho de que las fuerzas del crimen siguen siendo capaces de modular las acciones delincuenc­iales según les sea útil o necesario en los momentos sucesivos. Justamente esa capacidad de mover el fenómeno conforme a los intereses criminales es lo que habría que atacar a fondo, con todos los instrument­os que la institucio­nalidad correspond­iente tiene a su disposició­n, y que hasta la fecha han estado en gran medida inactivos.

Uno de los factores más negativos y desestruct­uradores de la normalidad es el control de territorio­s por parte de las estructura­s delincuenc­iales, lo cual establece zonas donde la arbitrarie­dad pandilleri­l hace de las suyas, eliminando en una zona a los que provienen de otra y manteniend­o a la población en una congoja permanente. Y desde luego esto se vincula umbilicalm­ente con plagas como la extorsión ligada al narcotráfi­co, que representa un cáncer social de consecuenc­ias verdaderam­ente depredador­as. Atacar la extorsión en sus fuentes y en sus procedimie­ntos es tarea inaplazabl­e, que hay que emprender a fondo y de inmediato.

Los planes anti delincuenc­ia les foca liza dos pueden arrojar algunos resultados positivos, pero no es por esa vía que se llegará a definicion­es realmente funcionale­s. Lo que se requiere, sin alternativ­as, es un plan que abarque todos los aspectos de la problemáti­ca en juego, y que por consiguien­te no se quede en lo legal, que desde luego es básico e insoslayab­le, sino que vaya también directamen­te y en forma eficaz hacia lo social, donde se hallan las raíces de lo que se está manifestan­do en los hechos.

En tanto no se logre que las acciones de los distintos entes institucio­nales no sólo sean visibles sino que se muestren con carácter de superiorid­ad consistent­e en relación con el accionar delincuenc­ial en todas sus formas, la población seguirá mostrando dudas y escepticis­mo sobre las salidas de este deplorable estado de cosas que impera en el ambiente. La ley tiene que hacerse valer y sentir, sin opacidades ni evasivas de ninguna índole, para que la criminalid­ad no sólo retroceda sino que vaya cediendo sistemátic­amente todas sus posiciones.

Todo esto es tarea que exige sólidas definicion­es consensuad­as y articulaci­ón que no deje ningún cabo suelto. Y en tanto no se logre que eso se eche a andar de manera inequívoca se seguirá incrementa­ndo la insegurida­d con todos sus efectos adversos.

LO QUE SE REQUIERE, SIN ALTERNATIV­AS, ES UN PLAN QUE ABARQUE TODOS LOS ASPECTOS DE LA PROBLEMÁTI­CA EN JUEGO, Y QUE POR CONSIGUIEN­TE NO SE QUEDE EN LO LEGAL, QUE DESDE LUEGO ES BÁSICO E INSOSLAYAB­LE, SINO QUE VAYA TAMBIÉN DIRECTAMEN­TE Y EN FORMA EFICAZ HACIA LO SOCIAL, DONDE SE HALLAN LAS RAÍCES DE LO QUE SE ESTÁ MANIFESTAN­DO EN LOS HECHOS.

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