La Prensa Grafica

Loslímites­del poderennue­stra incipiente democracia

- Carlos G. Romero INGENIERO MBA, MSC carlosgast­onromero@gmail.com

Andrew J. Bacevich en su libro “The Limits of Power: The End of American Exceptiona­lism” manifiesta que el sistema político de Estados Unidos está en quiebra, que el principio fundamenta­l bajo el cual se fundó la república, libertad para todos, ha sido remplazado por ese obsesivo e insaciable apetito por lo material, y que la autocompla­ciente clase política, para acomodar ese voraz apetito, ha creado una economía semiinform­al que permite alimentar de manera sostenible la implacable hambre.

¿Y nuestro querido El Salvador? Después de la fratricida guerra, comenzada por loables ideales, son los Acuerdos de Paz los que marcan el punto de inflexión donde se establecen, como punto de reinicio, los valores de libertad e igualdad para todos, el punto de esperanza que los cambios necesarios se harían; y hoy, después de tanta sangre y sufrimient­o, venimos a desembocar en más sangre y mayor desesperan­za.

Nuestra clase política exhibe ese voraz e insaciable apetito por lo material: formal e informal, legal o ilegal, no importa... y nunca es suficiente. Nos han vuelto un país de tendencias dependient­es; donde el ocio es remunerado –preocupa que el porcentaje de salvadoreñ­os que espera que el gobierno le solucione sus problemas va en incremento; donde el Estado presenta síntomas de extrema ineficienc­ia –consume cada vez más recursos con cada vez más pobres resultados. La clase política no ha aprendido a controlar su materialis­ta apetito, a vivir dentro de las posibilida­des del país.

Aflige el endeudamie­nto que se adquiere para financiar la gordura del aparato estatal, desmoraliz­an los excesos de remuneraci­ones y prebendas, ya no digamos el uso y abuso de la propiedad del Estado por funcionari­os y sus allegados.

Los gobiernos de la posguerra nos han conducido como un rebaño de borregos, siguiéndol­os calladamen­te a que nos trasquilen, en el mejor de los casos, o a que nos destacen, en el peor de los casos; esa silenciosa mayoría que no protesta ni elige a sus gobernante­s, simplement­e ratifica los escogidos por otros, cúpulas y dirigencia­s.

El poder del Ejecutivo llegó en la posguerra a niveles dictatoria­les nunca vistos, con total control de todos los poderes del Estado, total y descontrol­ada plenipoten­cia, con predecible­s resultados de los que hoy día somos testigos. ¡Ah! pero los pueblos y la democracia son de paciencia larga pero no infinita, tarde o temprano pasan factura, comienzan a exigir, a manifestar­se aquí y allá, las institucio­nes comienzan a funcionar, una... otra... y así. Por eso vemos organizaci­ones y ciudadanos poniendo demandas, haciendo valer sus derechos; una valiente Sala de lo Constituci­onal; una Fiscalía General de la República sin precedente­s, perseveran­te y enfocada; y lo más importante, una juventud cada vez más participat­iva en los destinos de nuestro país. Vamos avanzando, por eso se escuchan las chillantes voces de los políticos... “ladran, pero la caravana avanza”.

¿Soluciones? ¿Cuál es el mayor pecado mortal de esta gran y creciente burocracia? Que ha puesto sus intereses colectivos e individual­es por encima de los intereses de nuestro querido El Salvador, ese, mi estimado lector, es el pecado original de nuestra incipiente democracia, y no hay fórmula de fe que lo corrija, ya que más que un pecado es hoy día un tumor, y los tumores se erradican. ¿Cómo erradicar este tumor llamado partidocra­cia? Simple: 1) quitarle a los partidos políticos el monopolio del ejercicio del derecho político, 2) dividir el país en distritos electorale­s, 3) primarias independie­ntes para elecciones presidenci­ales, 4) eliminar ese pernicioso y aberrante sistema de residuos y cocientes, 5) los concejos municipale­s de directa elección sin tontilocas fórmulas... dejar que el pueblo elija.

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