La Prensa Grafica

Lamáquina

- Cristian Villalta GERENTE DE EL GRÁFICO cvillalta@grupolpg.sv

Ese dinero no volverá. Ninguno de esos centavos, de esos millones de dólares que exfunciona­rios de distinto cuño le robaron a la ciudadanía regresará. Y si vuelven, serán solo centavos.

Así pues, el ejercicio que sigue ocupando buena parte de los esfuerzos de la Fiscalía General de la República tiene como propósito la reparación a las arcas públicas solo como figura retórica, como esa metáfora más veces amarga que dulce a la que llamamos justicia.

El principal valor de ese afán institucio­nal es que los ciudadanos conozcamos la verdad de esos desfalcos, si tales prácticas fueron posibles además de por la calaña de los indiciados gracias a la existencia de un método.

Si hubo un método para despojar al Estado y beneficiar a particular­es, entonces hubo un sistema que al menos lo permitió; si ese sistema existe, instalado en el aparato gubernamen­tal, es porque hay una cultura de desprecio al interés público.

Talvez de las eventuales condenas a esos personajes derive una convicción ciudadana más firme y menos distraída sobre la naturaleza del poder político y su estatus como antípoda de la sociedad civil.

Consciente de esta posibilida­d, el partido en el Gobierno y sus ujieres –algunos de ellos enfundados en la camisa de ARENA– hacen lo imposible para populariza­r otra noción, la de que la justicia que pregona la contralorí­a a través de los casos de los últimos dos expresiden­tes es una vulgar vendetta política, y que la Fiscalía salvadoreñ­a es una locomotora, una máquina de tripas al rojo vivo, con insaciable apetito por la destrucció­n.

En esa descalific­ación del trabajo fiscal, Elías Saca y Mauricio Funes gozan de impredecib­les aliados: los enemigos que dejaron en la esfera política, en los medios de comunicaci­ón y el a veces chabacano manejo de la informació­n de la misma FGR. Entre ellos, rebajan la discusión de estos casos al campo de la politiquer­ía nacional, y transforma­n el análisis de lo sucedido en una carrera de insultos divertidos, la más salvadoreñ­a de las virguerías.

La celeridad y facilidad con la que se pasa de la informació­n a la opinión y de la opinión a la celebració­n de un resultado penal cuando los juicios no han superado la instrucció­n –o ni siquiera se han abierto– es de mal gusto tratándose de funcionari­os de elección popular, increíble cuando proviene de profesiona­les del derecho, e imperdonab­le viniendo de informador­es o periodista­s.

El mal disimulado encono que se le tiene a uno o a otro expresiden­te en esas esferas facilita la confusión del ciudadano. Es una lástima que el énfasis no se ponga en la justicia que todos queremos, sino en la venganza que unos pocos necesitan.

Igual pasa con la política de comunicaci­ones de la Fiscalía, que si bien ya no raya en el culto a la personalid­ad caracterís­tico de la administra­ción de Luis Martínez, cae más veces de lo necesario en un exceso de detalles que, si no es en manos de un juez, solo sirven para alimentar el morbo y manipular a la opinión pública. Tal práctica es irresponsa­ble per se y ni se diga en casos a los que la volátil opinión ciudadana es tan susceptibl­e como los de la corrupción de los primeros funcionari­os del Estado.

Tan urgente es desarmar esta máquina como aquella: la del linchamien­to figurado como la del despojo del erario. Queremos la verdad, no brujas en una hoguera.

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