La Prensa Grafica

Meditemos en el evangelio de San Lucas 9, 22-25

- Por P. Dennis Doren,

Señor, en este día vas de camino a Jerusalén, quieres que tus discípulos sepan el motivo de tu ida a la Ciudad Santa. Le dices a tus discípulos que tienes que sufrir mucho, que serás rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y los escribas, que te matarán y al tercer día resucitará­s.

Les previenes y les avisas, así te vas preparando para que no te tome por sorpresa cuando llegue el momento de dar tu vida. Así invitas a tus seguidores a aceptar un camino semejante al tuyo: “El que quiera venir en pos de mí que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ese la salvará. Pues ¿de qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si se pierde o se arruina a sí mismo?”

Señor, nos demuestras con obras que nos amas: te hiciste hombre, obedeciste, perdonaste, ofreciste tu espalda a los latigazos, abriste tus manos para que fuesen taladradas por los clavos… Y todos estos gestos y desprendim­ientos los hiciste por mí, para salvarme.

¡Qué fácil es pensar y decir que te amamos cuando confundimo­s el amor a ti con un acto esporádico de generosida­d! Por eso, si queremos saber si de verdad te amamos, debemos dirigir nuestra mirada a un crucifijo y sentirnos identifica­dos contigo, y si nuestro amor es como el tuyo, hecho de donación y de obras concretas, entonces seremos cristianos de verdad.

Señor, nos enseñas a cargar con nuestra cruz cada día, como buenos discípulos, descubrien­do en ella el medio para asociarnos a tu obra redentora. La cruz personal llevada contigo y por amor a ti es suave y esperanza de resurrecci­ón; sigue pesando, pero se lleva con un sentido. Señor, concédenos a tus fieles la alegría y la sabiduría de la cruz cuando la llevamos con amor, hasta llegar a decir: “Ahora me alegro por los padecimien­tos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col. 1, 24). Señor, nos has invitado a seguirte. Tú eres el motivo por el cual vale la pena negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz de cada día y avanzar por tu camino. Busquemos la fuerza necesaria en la oración sencilla y profunda y en el verdadero amor, recordando que no hay amor más grande que aquel que da la vida por el amado. También te costó la cruz. También tuviste que sustentart­e en la oración. Tu amor por cada uno de nosotros es más fuerte y fue por eso que supiste abrazar la cruz. Cuando tus manos tocaron el madero, yo y cada uno de mis hermanos estábamos en tu corazón. Eso fue más que suficiente para ti. Sepamos seguir tu ejemplo.

Mi propósito en este día es aceptar las cruces con amor y paciencia, alegría y paz, dándole un sentido de salvación y eternidad.

(Legionofch­rist.com; Regnumchri­sti.com).

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