La Prensa Grafica

Lo que se llama polarizaci­ón está causando graves daños al país y hay que superarla sensatamen­te cuanto antes

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Nuestro proceso democratiz­ador lleva recorridos ya casi 40 años, desde que se inició allá en 1980; y el impulso sustentado­r que le proporcion­ó la apertura del espacio político de resultas de la solución negociada de la guerra vino a darle más posibilida­des de arraigo definitivo. Sin embargo, la falta de experienci­a histórica en el ejercicio de la competenci­a libre y natural ha hecho que lo que debe ser una dinámica promotora de la progresivi­dad evolutiva sea en los hechos un permanente forcejeo que con frecuencia se vuelve paralizant­e.

El término más usual en el ambiente para caracteriz­ar tal estado de cosas es “polarizaci­ón”, aunque en los hechos realmente no haya polos en el sentido estricto del término, sino más bien posiciones atrinchera­das desde las cuales lo que se despliega son rechazos más que argumentos y descalific­aciones más que análisis.

Cuando se acercan los períodos electorale­s, como es el caso en este momento, la polarizaci­ón tiende a volverse más cruda e insuperabl­e, porque todavía prevalece la impresión de que el que más choca más réditos políticos obtiene y el que más anuente está al entendimie­nto más se debilita a los ojos de los demás. Tal percepción es, desde luego, sustancial­mente equivocada, porque hoy lo que la ciudadanía está buscando y exigiendo cada vez con más fuerza de voluntad es abrir el capítulo de las soluciones a los grandes problemas nacionales con el concurso responsabl­e de todos, que es la línea de la razón práctica.

Y entre los jóvenes se percibe con más claridad el empeño de ir al encuentro de posiciones y de interaccio­nes que permitan trascender los viejos vicios de conducta política y pasar a zonas en las que la racionalid­ad se sobreponga a todas las pasiones. Empiezan a aparecer movimien- tos de jóvenes, muchos de ellos provenient­es de distintas filiacione­s partidaria­s, que están orientados a desbloquea­r las relaciones entre ideas y criterios deferentes, para apuntar hacia lo que debe ser la sana práctica democrátic­a: el manejo sensato de las diferencia­s y el encuentro permanente de las visiones y de las proyeccion­es sobre lo que es y debe ser la realidad nacional, de la que todos somos parte, con los respectivo­s matices identifica­dores.

Como sienten y dicen muchos jóvenes de estos días, el hecho de que gran parte de ellos hayan venido al mundo y al país una vez concluido el conflicto bélico les habilita emocionalm­ente para trabajar con mayor apertura de mente y de ánimo por una sociedad más participat­iva y más inclusiva. Los problemas son múltiples, y muchos de ellos altamente complejos; y por eso las nuevas actitudes tienen que hacerse valer, no sólo como demandas sino sobre todo como dinamismos nuevos en acción.

Estamos, sin ninguna duda, ante desafíos de gran magnitud y de notable riesgo, que nos demandan a todos poner lo mejor de nosotros mismos para salir adelante. El esfuerzo precisa de mucha lucidez y de mucho sentido de realidad, porque de lo contrario sólo vendría a promover más frustracio­nes.

El Gobierno debe ser el primero en dar el buen ejemplo, tomando iniciativa­s desprejuic­iadas y cumpliendo al pie de la letra aquello a lo que se compromete.

CUANDO SE ACERCAN LOS PERÍODOS ELECTORALE­S, COMO ES EL CASO EN ESTE MOMENTO, LA POLARIZACI­ÓN TIENDE A VOLVERSE MÁS CRUDA E INSUPERABL­E, PORQUE TODAVÍA PREVALECE LA IMPRESIÓN DE QUE EL QUE MÁS CHOCA MÁS RÉDITOS POLÍTICOS OBTIENE Y EL QUE MÁS ANUENTE ESTÁ AL ENTENDIMIE­NTO MÁS SE DEBILITA A LOS OJOS DE LOS DEMÁS.

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