Regeneración humanadel pueblo
El doctor David Escobar Galindo, en su columna sabatina del 18 de febrero del presente año, publicada en este periódico, hizo referencia a un aspecto importantísimo y de fondo como fundamento para la buena convivencia social entre salvadoreños: “Replantearnos el humanismo funcional”.
Dicha referencia activó mi afinidad de conciencia sobre la temática y motivó el contenido del presente artículo en torno a “la regeneración humana del pueblo”, temática con que secundo y respaldo la sensible, sensata y valedera idea que nos comparte nuestro pensador y poeta.
Replantearnos el humanismo funcional es tarea urgente para los salvadoreños. Y para que el humanismo funcione, debe estar precedido por un valiente y enorme proceso de regeneración humana del pueblo, cuya responsabilidad de construcción, montaje y rectoría debería estar a cargo de un cuerpo colegiado inédito, paradigmático y superespecial de características ecuménicas, transdenominacionales y laicas, no para unir religiones ni integrar credos, ritualidad ni aspectos canónicos de las iglesias,
sino para realizar un esfuerzo común que integre conocimientos, experiencias, esfuerzos y criterios teológicos creativos, y por qué no, innovadores, que replanteen un nuevo estructuralismo espiritual propiciador y promotor de la concepción, diseño, estructuración y desarrollo de una nueva cultura espiritual para El Salvador, que no sea reiteración de la misma religiosidad, sino que opere más directamente sobre la interioridad humana de cada persona, a través de una actualización de métodos pedagógicos y andragógicos que despierten, activen y aviven una conciencia verdadera y real sobre la importancia, el valor y el propósito que tiene la vida y la existencia humana para todos. Por carecer precisamente de esta conciencia es que nuestro país está experimentando una triste, grave, violenta y trágica decadencia moral y social, que entorpece cada vez más la convivencia nacional.
El humanismo es la máxima exaltación y expresión de las virtudes, cualidades y atributos de la naturaleza humana. El don que constituye y proyecta el lado bueno, positivo y beneficioso del ser cuando este ejecuta toda su acción dentro de su dinámica interactiva y de interrelación cotidiana con el prójimo y el entorno. Y es funcional, cuando le da sentido de inteligente racionalidad y certeza a la conducta individual y al comportamiento colectivo en relación con la concreción de una convivencia armónica y una coexistencia estable garantizadora
del bien común.
Muchos hablamos y opinamos de cambios para nuestro convulsionado El Salvador. Unos desde las visiones traslativas, reformadoras, parciales y relativas de siempre, y no hacen nada más que cambiar de posición para ver, rodear y abordar los problemas desde la circularidad horizontal, que solo sirve para proponer soluciones improvisadas, cortoplacistas, momentáneas, transitorias y pasajeras. Otros, pocos por cierto, lo hacemos desde la visión integral de la transformación, que aborda las problemáticas de manera envolvente, amplia, profunda y esclarecedora, una vía que lleva a soluciones más duraderas y trascendentes.
Fomentar el humanismo funcional para mejorar la convivencia social es probablemente el último y único camino socio-político y filosófico-cultural que nos toca por recorrer, para alcanzar la gran transformación nacional integral que necesitamos en El Salvador. Esto implica elevar la calidad humana de la gente y la resiembra de fundamentos psico-espirituales y socio-filosóficos, pero no desde el plano de la religiosidad, porque de eso ya tenemos bastante y en cada cuadra –y lo digo con el debido respeto–, pero obviamente eso no ha sido tan eficaz para contener la creciente maldad que está deteriorando a nuestro país.
La transformación nacional integral es desafío para la laicidad patriótica, sensible, consciente, responsable y comprometida. Reto interesante...