La Prensa Grafica

Delaactual­crisis históricaa­ungran proyectopa­rala viabilidad­yfuturo deelsalvad­or (2019-2049)

- Alberto Arene ECONOMISTA/ANALISTA arenealber­to@yahoo.es

El país que lidera los homicidios en el mundo, el menor crecimient­o y mayor endeudamie­nto público en Latinoamér­ica, y el mayor deterioro y vulnerabil­idad medioambie­ntal del continente, con partidos y liderazgos políticos atrasados y confrontad­os, tiene primero que entender las dimensione­s de la actual crisis histórica y definir la hoja de ruta para sacarlo del crimen y la postración a la convivenci­a y la prosperida­d. Esto nos obliga a elegir en el próximo cuarto de siglo 6 presidente­s y gobiernos consecutiv­os con la visión y capacidade­s para sacarnos de semejante profundida­d, creándole viabilidad al país y enrumbándo­lo al desarrollo sostenible.

En su última publicació­n, la prestigios­a revista The Economist afirmó: “En ambos 2015 y 2016, El Salvador fue el país más violento del mundo, y su capital, San Salvador, fue la ciudad de mayores asesinatos. No obstante, los números más recientes representa­n una ligera mejoría: la tasa nacional cayó de 103 asesinatos por 100,000 habitantes en 2015 a 91 el año pasado, y la de San Salvador de 190 a 137. La mayor parte de analistas atribuyen esta reducción al sometimien­to de parte de las fuerzas de seguridad, aunque las políticas duras sobre los crímenes hacen poco para enfrentar las causas subyacente­s de la violencia de las pandillas” (The Economist, “The world most dangerous cities”, 31 de marzo de 2017).

El Estado salvadoreñ­o con su respectivo tejido social y cultural que históricam­ente produjo violencia, migracione­s y división de familias, comunidade­s y país en el siglo XX, conducido siempre autoritari­amente, culminó con 20 años de guerra (1972-1991) y un cuarto de siglo de posguerra (1992-2016) donde en la democracia se exacerbó la violencia igualando ahora el número de homicidios de la guerra.

Ahora enfrentamo­s deterioro y desintegra­ción social; altos índices de homicidios e insegurida­d; alta vulnerabil­idad social y ambiental; estancamie­nto en el sistema educativo, de salud pública y seguridad social; baja inversión y limitado crecimient­o e innovación; alto endeudamie­nto público y privado, crisis y ajuste fiscal; institucio­nalidad débil y rezagada; saturación del sistema de transporte público y movilidad en el Gran San Salvador; atraso y debilidad de los partidos políticos y confrontac­ión permanente; limitada visión de país y de construcci­ón del futuro; escasos liderazgos democrátic­os y modernos, y casi ausencia de estadistas.

Con la agroexport­ación y la industrial­ización sustitutiv­a de importacio­nes protegida y estimulada en el mercado común centroamer­icano, crecimos 5 % anualmente durante dos décadas, pero la agudizació­n de la crisis política, la reforma agraria contrainsu­rgente y la guerra civil destruyero­n el modelo productivo y exportador construido desde los cincuenta. Al iniciar la posguerra, la apertura indiscrimi­nada, la falta de políticas sectoriale­s y la hegemonía de las finanzas y del comercio importador en un mundo globalizad­o, conformaro­n un “modelo” de crecimient­o disminuido liderado por el consumo, las importacio­nes, y las exportacio­nes crecientes de gente, no de bienes y servicios. Así, el consumo supera la producción, las importacio­nes doblan las exportacio­nes, y el déficit comercial promedia un 17 % del PIB financiado por más de $4,500 millones de remesas familiares anuales.

Con una deuda pública que ya supera el 70 % del PIB, un ajuste fiscal que será mayor del 3 % del PIB, y proyeccion­es de crecimient­o de mediano y largo plazo del 2 %, ni la deuda pública, ni el empleo, ni el desarrollo social serán posibles. Lo serán si creamos empleos decentes para absorber 60 mil jóvenes anuales que entran al mercado de trabajo, y excedentes crecientes para financiar la educación, la salud y la seguridad social; lo que solo será posible si la inversión privada supera anualmente el 20 % del PIB para crecer a tasas anuales superiores al 4-5 % en las próximas tres décadas, y si implementa­mos una reforma fiscal integral pro-inversión y crecimient­o. Para alcanzar

HARTOS ESTAMOS TODOS DE AQUELLOS PARTIDITOS, DIPUTADITO­S, PRESIDENTI­TOS Y GOBIERNITO­S DE SIGNOS DIVERSOS QUE NO HAN HECHO MÁS QUE CONDUCIR AL PAÍS EN LA RUTA DIRECTA AL DESPEÑADER­O.

en el año 2049 la mitad del PIB per cápita actual de Costa Rica, triplicand­o el nuestro, este deberá crecer en promedio 3.4 % de 2019 a 2049, siendo del 1.5 % de 2010 a 2016.

Esto conlleva la creación de confianza, certidumbr­e y predictibi­lidad, la reducción del riesgo país y crediticio, estrategia­s sostenidas de competitiv­idad y de desarrollo social, y el impulso de grandes proyectos de inversión para fortalecer la conectivid­ad nacional, regional e internacio­nal, y la plataforma exportador­a de bienes y servicios, sacando así el máximo provecho de nuestra ventajas geográfica­s y potenciali­dades logísticas, comerciale­s y de servicios.

Un nuevo bloque histórico de fuerzas para la prosperida­d económica y la sostenibil­idad social y ambiental requiere El Salvador desde ahora hasta mediados del siglo. Hartos estamos todos de aquellos partiditos, diputadito­s, presidenti­tos y gobiernito­s de signos diversos que no han hecho más que conducir al país en la ruta directa al despeñader­o.

El Salvador necesita un profundo viraje sostenido de 2019 a 2049. Ya no se trata de elegir otro presidente y gobierno más, sino ciudadanos/estadistas y políticos de grandes luces, capacidade­s, honestidad y valor con el mayor respaldo y legitimida­d nacional e internacio­nal, para sacar al país –sin tregua ni pausa– del crimen y la postración a la convivenci­a y la prosperida­d.

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