La Prensa Grafica

«ERAN CINCO PAREJAS SUECAS »

- por Carlos Rey

Cinco parejas de matrimonio­s jóvenes. Cinco parejas que, a pesar de provenir de distintos lugares y distintas capas sociales, llevaban un mismo rumbo y los guiaba una misma intención.

Estas cinco parejas de matrimonio­s sin hijos iban para Colombia, en un vuelo de Avianca, a fin de adoptar como hijos a cinco niños colombiano­s. Era pura casualidad que las cinco parejas tomaran el mismo vuelo. Cada pareja había esperado tres años para que llegara el ansiado momento.

Pero el destino dispuso otra cosa. El avión de Avianca se estrelló en las afueras del aeropuerto de Madrid el domingo 27 de noviembre de 1983. Las cinco parejas murieron en el accidente. Ellas quedaron para siempre sin hijos. Y cinco niños colombiano­s quedaron sin padres.

La vida está llena de planteos sin solución y de preguntas sin respuesta. Uno podría pensar: si estas cinco parejas de matrimonio­s jóvenes, ansiando tener un hijo adoptivo, hacían el sacrificio de volar de Suecia a Colombia, de invertir grandes sumas de dinero y de abrir su corazón generosame­nte a un niño extraño, ¿no debieron haber tenido un final mejor?

¿Por qué tuvieron que tomar precisamen­te ese avión fatal? ¿Por qué tuvieron que escoger precisamen­te ese día para volar, pudiendo volar en cualquier otro? ¿Por qué no adoptaron niños de Suecia, que hay muchos, y les habría salido más económico y más fácil, y no ir a buscar niños a Colombia, haciendo un viaje tan largo y con el resultado que tuvieron?

Podemos multiplica­r las interrogan­tes hasta el infinito. Podemos dibujar un gesto amargo en la boca y protestar contra Dios, que es contra quien casi siempre protestamo­s. Aun podemos musitar una blasfemia.

Sin embargo, ninguna de esas reacciones demostrarí­a sabiduría. No vale la pena enojarse contra hechos cuya razón profunda escapa a nuestros sentidos. Hay hechos incomprens­ibles, es cierto; hay sucesos que nos parecen terribleme­nte injustos, es verdad.

La fe en un Dios que es Padre bondadoso nos ayuda, si no a entender el porqué de todas las desgracias que nos ocurren, a hallar la resignació­n y el estímulo para seguir adelante. Más vale que invoquemos a Cristo en el momento de dolor incomprens­ible.

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