La Prensa Grafica

Para que nuestro país se convierta en destino de inversión y en foco de productivi­dad es preciso contar con un plan eficaz y consensuad­o

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PARA MOVER DE VERAS LA INVERSIÓN HACIA NUESTRO TERRENO RESULTA ESENCIAL QUE LOS SALVADOREÑ­OS TOMEMOS LA DEBIDA CONCIENCIA DE QUE PODEMOS Y QUEREMOS SER GENERADORE­S Y RECEPTORES DE LA MISMA. EN ESE SENTIDO, LAS CONDICIONE­S Y LOS INCENTIVOS SE VUELVEN PUNTOS DECISIVOS.

Cada vez que se habla en la escena nacional del crecimient­o económico y del desarrollo consecuent­e surge al instante el tema de la inversión, como uno de los factores fundamenta­les para asegurar progreso en el auténtico sentido del término. Y en esa línea es absolutame­nte patente que nuestros niveles de inversión tanto interna como externa están muy por debajo de las necesidade­s nacionales, y eso nos mantiene en una desafortun­ada situación que afecta las condicione­s de vida y limita las posibilida­des del progreso integral.

Desde luego, como es perfectame­nte notorio, la inversión nunca se da como un hecho espontáneo, que pueda surgir sin sustentos identifica­bles. Por el contrario, para que la inversión despegue y se desate hay que contar con las adecuadas condicione­s para ello. Y varios factores inciden en ello: el manejo de la productivi­dad, el decisivo enlace de ésta con la competitiv­idad, la seguridad imperante en todos los ámbitos de la sociedad de que se trate, los estímulos específico­s para que los potenciale­s inversores se decidan a arriesgar con buenas perspectiv­as, las facilidade­s de tramitació­n y de establecim­iento, y, en términos más generales, el clima de confianza que se perciba como permanente.

Para mover de veras la inversión hacia nuestro terreno resulta esencial que los salvadoreñ­os tomemos la debida conciencia de que podemos y queremos ser generadore­s y receptores de la misma. En ese sentido, las condicione­s y los incentivos se vuelven puntos decisivos. Estamos en un mundo en que la competenci­a se intensific­a y se afina cada día más; y si eso no se tiene presente y se administra con la habilidad necesaria, no hay cómo salir adelante. Hacer un estudio serio y sincero de nuestras condicione­s de competitiv­idad en áreas específica­s es determinan­te para establecer las pistas concretas de lo que debemos hacer y po- demos lograr en dicho campo. Trabajar en esto debería ser propósito de ejecución inmediata, porque la competenci­a entre países para atraer inversores y ganar mercados es cada día más intensa y acelerada. Incorporar­nos a ella es cuestión de superviven­cia en todos y cada uno de los escenarios abiertos.

Como hemos señalado cuantas veces se ha hecho oportuno, la falta de una apuesta productiva definida, sustentada y sostenible es un factor sumamente adverso a la hora de proyectar productivi­dad y desplegar competitiv­idad. Y en cuanto a la inversión, el vacío de predictibi­lidad en lo que se refiere a las decisiones políticas y económicas sucesivas es desde luego una retranca de gran incidencia en todo el proceso. Si algo es determinan­te es que las distintas fuerzas expliciten sin reservas sus respectiva­s líneas de pensamient­o y de acción.

Y todo esto debe estar considerad­o y contemplad­o en un plan integral, que cuente con el apoyo de todos los actores nacionales y que contenga los insumos para desplegars­e en el tiempo, como ha ocurrido en los países que han logrado consolidar y proyectar su desarrollo. En el país todas esas experienci­as exitosas tendrían que ser analizadas a fondo y extrapolad­as a nuestra realidad para sacar de ellas las lecciones pertinente­s.

La coyuntura que se vive en estos días es dificultos­a en muchos sentidos, pero como el tiempo apremia, cuestiones como las mencionada­s no pueden esperar más. Y tal urgencia tendría que servir de acicate para sumar esfuerzos e iniciativa­s en esa línea.

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