Almagro y el Panamericanismo
Hace muchos años se ha dejado de lado la hermosa y sana costumbre de celebrar en las instituciones educativas el 14 de abril, el Día del Panamericanismo, una sentida jornada en la que se rendía homenaje a la “unión de todo el continente americano” y se daban votos por fortalecer la democracia, la libertad y la esperanza en una región que siempre ha anhelado surgir.
Pero muchas cosas ocurrieron en la región que llevaron a que el espíritu de hermandad sucumbiera, bien sea por la proliferación de dictaduras o de regímenes populistas que mermaron la calidad del trabajo mancomunado, reduciendo las relaciones entre los países a simples acuerdos comerciales.
Con la llegada de Luis Almagro y su férrea defensa de la democracia podría decirse que ese “canto de amistad, de buena vecindad” ha vuelto a emanar de las gargantas democráticas obligando a que los enemigos de los derechos humanos vean que son repudiados hasta el cansancio.
“Debemos de vivir gloriosamente” reza el Himno del Panamericanismo en su letra y para ello los valores deben ser claros y la justicia debe ser el estandarte que guíe el camino de unas sociedades que están hastiadas del continuismo, de la falta de oportunidades y de los individuos que amparados en el culto a la personalidad, la corrupción y la represión salvaje quieren imponerse a cualquier costo.
Luego de gestiones poco claras y de un insulso proceder, Luis Almagro ha llegado a la OEA para trabajar con ahínco a favor de las libertades, enfrentándose a destemplados insultos y a groseras descalificaciones. Él, con sus valores altos y sus principios innegociables, no ha claudicado en su tarea augurándole un enorme éxito y llevando a gritar con el mayor de los ánimos que cuando la democracia, el respeto y los sueños de progreso se impongan, nuestros países habrán dado el paso a su plena independencia, pues al fin y al cabo “son hermanos soberanos de la libertad”.