¿Concuálnos quedamos?
Cuando se lanzó la “Marca País”, no sorprendió el discurso del presidente Sánchez Cerén, alabando lo que en su criterio son algunas de las credenciales del país para venderlo en el exterior: reglas claras, seguridad jurídica, transparencia en el uso de los recursos públicos, estabilidad macroeconómica, etc. Dirigentes empresariales catalogaron esos atributos como alejados de la realidad, mientras algunos analistas pusieron en duda la credibilidad de la iniciativa. Nosotros nos limitamos a decir “que el esfuerzo de cambiar la imagen del país valía la pena, pero que a sus resultados solo podíamos darles el beneficio de la duda”.
Hoy sigo pensando lo mismo, pero los acontecimientos de los últimos días me llevan a concluir que el objetivo subyacente en la “Marca” se vuelve cada vez más complejo. Quién no quisiera vivir en el paraíso que nos pinta el señor presidente, pero lamentablemente la realidad nos dice otra cosa; aún más, esta tiende a complicarse cada día más por la dinámica de los problemas no resueltos, por la forma inadecuada de enfrentarlos y hasta por los designios de la naturaleza. Ciertamente, dos hechos aislados como la situación de impago en que cayó el gobierno y la forma pésima con que se actuó ante el enjambre sísmico, nos marcan un antes y un después. En ambos casos, salió a relucir que la lucha por el poder es mucho más importante que la salud de la población y las credenciales del país en el exterior...
El caso concreto del impago merece una consideración especial pues viene a ponernos a las puertas de un default, algo que los organismos internacionales, las calificadoras de riesgo, gremiales empresariales, centros de investigación y analistas económicos, han venido advirtiendo. En buenas cuentas, este mero hecho nos ha puesto en la vitrina internacional como un país poco confiable, dejando atrás una tradición bien ganada por el buen uso que siempre se le dio al crédito público y la puntualidad en sus pagos. Hoy el daño ya está hecho y para el caso, la “Marca País” será de más difícil aceptación; además, tiene que competir con otras por las cuales somos de sobra conocidos en el exterior, como la de la MS (ahora más famosa gracias al señor Trump), la corrupción generalizada, la delincuencia desbordada, los ataques constantes contra la poca institucional que tenemos (SC, FGR e IAIP), el narco lavado, la efervescencia social, etc. Lo otro que hace atractivo al país es la “excelente” idea de revertir la dolarización, así sea para imitar el desmadre monetario venezolano, so pretexto de que es la única opción que le va quedando al gobierno para equilibrar sus finanzas, cumplir con sus compromisos y superar el “estrangulamiento” al que lo tiene sometido ARENA.
Y si ya estamos bien posicionados por estas “innegables credenciales”, para qué se necesita otra marca. Sin duda con ella el gobierno está reconociendo implícitamente que el país está mal posicionado ante la comunidad internacional y para ello debe acudir a cuanto recurso esté disponible. Para esto necesita a embajadores-empresarios que le levanten el perfil. La pregunta es: ¿para qué está nuestro servicio exterior? Ya la ANEP, en El Manifiesto Salvadoreño (1996), señaló la responsabilidad de promover al país de cara a la globalización a consejeros comerciales calificados y comprometidos con el país y no a activistas. Pero eso no es todo, con las otras “marcas” ya señaladas, es probable que los únicos interesados en ver con otros ojos al país sean los amigos del partido en Rusia, China e Irán. Además, si el objetivo final es fomentar las exportaciones y las inversiones, ya se cuenta con infraestructura humana internamente. Otro cuento es si las tres personalidades que están al frente de esa delicada misión tienen los conocimientos y sobre todo la solvencia moral para llevarla a cabo. Muchos piensan que más bien la dificultan, pero eso lo compensa la inmunidad de que gozan. El dilema es entonces ¿con qué “Marca País” nos quedamos?