La Prensa Grafica

COMUNIDAD SE ARMA CONTRA PANDILLA

Un grupo de excombatie­ntes se organizó contra una clica de 90 pandillero­s que tenía paralizada a la comunidad. Ahora pide ser reconocido legalmente para poder ampliar su experienci­a de la mano de las autoridade­s de seguridad.

- Gabriel García/mirna Velásquez judicial@laprensagr­afica.com

La comunidad recibe a los visitantes con un versículo bíblico: “Lo que el hombre sembrare es lo que va a cosechar” . Está inscrito con letras blancas en un rótulo verde, de aproximada­mente un metro de largo, en la entrada de un caserío de San Nicolás Lempa, en Tecoluca, San Vicente. Ese versículo es el régimen para un grupo de excombatie­ntes que decidió armarse y tomar el control de su territorio para, a su manera, combatir el miedo que la pandilla sembró en la zona. Lo que viene a continuaci­ón es la historia de un grupo que se ha organizado para patrullar en el Bajo Lempa, una organizaci­ón comunal de cerca de 58 personas que, además de patrullaje­s conjuntos, consiguió un proyecto de reforestac­ión con la policía.

Los habitantes solo recuerdan que un día, hace aproximada­mente tres años, hombres tatuados se apoderaron de una casa abandonada en un caserío de San Nicolás Lempa, y desde ahí vieron la posibilida­d de extenderse hacia otro caserío que se volvió un bastión del Barrio 18.

“Acá se volvió un lugar donde traían a todos los prófugos a esconderlo­s, porque acá no entraba nadie... pero los derechos humanos han cedido un poquito, nos han dado chance de trabajar”, comenta, en el anonimato, un agente de la Policía Nacional Civil (PNC) de la zona.

La clica Shadow Park Locos Revolucion­arios llegó a tener hasta 90 miembros que impregnaro­n miedo a los campesinos. La comunidad estaba paralizada. Los pandillero­s no permitían que cualquier institució­n de Estado ingresara, prohibiero­n los cultos religiosos y las celebracio­nes, según los reportes policiales. En la memoria de los habitantes hay otras prohibicio­nes: “A mí una vez me quisieron pegar porque no saludé a uno”. “A mí me pedían ‘renta’, pero no podía dar porque a penas saco para mi familia”. “A mí me mandaban a pedir con amenazas para el guaro”.

El miedo y la impotencia llegaron a su límite a mediados de 2015, cuando los pandillero­s asesinaron al líder de la Asociación de Desarrollo Comunal (ADESCO) de un caserío y a su hija, quien era pareja de uno de los pandillero­s. Un pequeño grupo de excombatie­ntes se reunió la noche del doble asesinato. En aquel momento sabían que no podían contar con la policía porque, según recordaron, los agentes estaban aterrados. Entonces considerar­on que tenían dos caminos: o huían, como algunas personas ya lo habían hecho, o desenterra­ban las armas.

“¿Usted cree que es justo que los que nacieron en la posguerra, vengan y le quieran quitar a nuestros hijos la paz por la que luchamos?”, dice uno de los líderes armados de la zona para intentar justificar su organizaci­ón. “Acá o nos mataban o los matábamos nosotros”, lo secunda otro poblador.

PIDEN LEGALIZACI­ÓN

Los excombatie­ntes desenterra­ron tres armas que datan del conflicto armado. Decidieron empezar a patrullar durante las noches en grupos de hasta ocho personas, y empezar a confiar en las autoridade­s. “Estamos claros que este trabajo que hacemos es de la policía, pero lo hacemos porque acá están nuestros hijos... Si ahora vienen esos de la Fiscalía, la idea es que nos van a llevar a todos”, dice uno de los nuevos patrullero­s.

Los habitantes piden al Estado que les permita legalizar el grupo armado que conformaro­n, para no mantenerse en la clandestin­idad y para conseguir más armamento y equipo. Los pobladores que se han organizado creen que no tienen por qué esconderse.

“Si la fiscalía diera autorizaci­ón de que la gente pudiera organizars­e, otra cosa sería, así como estamos acá. Si los bichos andan en el monte y necesitan a la comunidad”, afirmó un combatient­e.

Los habitantes hablan sin problema de los resultados de sus actividade­s, pero son más cautelosos a la hora de contar los detalles de sus operacione­s conjuntas con los agentes de la PNC y el Ejército. Lo único que comparten es que tienen un sistema de contraseña­s con los cuerpos de seguridad para realizar operacione­s conjuntas, y que en estas han fallecido pandillero­s. En el puesto policial de la zona hay un subinspect­or al que la comunidad considera un aliado porque en algún momento los asesoró. Según datos del puesto policial, en la zona dejó de operar un ranflero, 33 sicarios, seis pandillero­s de apoyo logístico y 47 co- laboradore­s de la pandilla. En los caseríos nadie sabe cuántos de ellos están en prisión o cuántos fueron abatidos. Es un detalle que prefieren obviar, aunque en ese grupo había hijos de algunos pobladores.

El alcalde de Tecoluca, Alfredo Hernández, no cataloga lo que está ocurriendo en San Nicolás Lempa como un grupo de autodefens­a civil, sino como un esfuerzo de coordinaci­ón entre las comunidade­s con las autoridade­s. “Entiendo que en el lugar fue instalado un grupo de tarea conjunta, Fuerza Armada y PNC, que en coordinaci­ón con las comunidade­s están trabajando por la seguridad y prevención de la violencia. La organizaci­ón es un bastión de Tecoluca, y aunque (esos caseríos) no pertenecen a nuestro territorio, ellos la tienen; y si los esfuerzos de protección social son legales y en acuerdo con la autoridad, nos parece bien”, comentó el alcalde, al tiempo que aclaró que atienden esas comunidade­s, pero que son territorio de la cabecera departamen­tal.

Hay un rótulo más con otra advertenci­a de la directiva de uno de los caseríos: “Que cuando tengan visitas de familiares o amigos de otro cantón o municipio, deberán informar a la directiva para evitar confusione­s. Gracias”.

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PATRULLAJE­S. SOLDADOS Y POLICÍAS TAMBIÉN PATRULLAN LA COMUNIDAD.
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ÉXITO. LOS POBLADORES SEGUIRÁN PATRULLAND­O PARA VIGILAR EL LUGAR.
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FUTURO. POBLADORES DICEN QUE SU FUTURO DEPENDE DE LOS PATRULLAJE­S Y EL PROYECTO DE REFORESTAC­IÓN.
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ARMADOS. GRUPOS DE VARIAS PERSONAS PATRULLAN DURANTE LAS NOCHES EN LAS PERIFERIAS DE LA COMUNIDAD.

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