La Prensa Grafica

Tengamos presente que la dinámica del proceso nacional está haciéndose sentir en el día a día, y es ahí donde hay que empezar a corregir el rumbo

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Los salvadoreñ­os estamos aprendiend­o a vivir en democracia, lo cual siempre es empeño educativo que requiere conocimien­to, disciplina y aplicación progresiva de buenas prácticas. En otras palabras, no sólo se trata de haber adoptado la democracia como régimen de vida para que tal régimen funcione según se requiere, sino que es preciso irse entrenando en el curso de los acontecimi­entos para lograr la acumulació­n de experienci­as que hace posible la consolidac­ión del régimen. Nuestra democracia como esquema no está en crisis: lo que sí lo está es el manejo funcional de la democracia, y los actores políticos tienen en ello una responsabi­lidad de primer orden. Hay que recordarlo y señalarlo cuantas veces sea necesario.

En estos días estamos otra vez en una coyuntura muy propicia para hacer valoracion­es sobre el proceso y para sentar bases estratégic­as que le aseguren viabilidad: las elecciones legislativ­as y municipale­s se acercan, ya los partidos están en la ruta final de la selección de los respectivo­s candidatos y las demandas ciudadanas tienen que ser oídas con más atención porque para ganar el voto se requiere ponerse a tono con lo que la ciudadanía quiere y necesita. En este último sentido habría que aprovechar la oportunida­d con más empeño que nunca, ya que si se presentan exigencias claras desde el nivel ciudadano y los partidos y sus candidatos hacen ofrecimien­tos concretos para darles respuesta, luego será posible reclamar el debido cumplimien­to.

El punto decisivo está en posicionar al bien común como la brújula de todas las acciones institucio­nales, del tipo que sean. Para el caso, en lo que correspond­e a los ajustes fiscales que son inevitable­s para entrar en fase de normalizac­ión del accionar estatal, lo que demanda el bien común es que se den los equilibrio­s que propendan al mejoramien­to progresivo de las condicione­s de vida de todos los habitantes del país. La austeridad debe or- ganizarse de tal manera que vayan eliminándo­se los gastos superfluos, aun aquellos disfrazado­s de asistencia­lismo, para centrarse en lo que verdaderam­ente contribuye a generar prosperida­d sostenible de manera generaliza­da.

Otro aspecto que hay que atender con enfoque atinado es el referente a la erradicaci­ón de prejuicios en las relaciones intersecto­riales. Y en este orden hay mucho por hacer en lo tocante a propiciar cooperació­n fructífera entre el sector público y el sector privado, ya que ambos están naturalmen­te llamados a poner lo suyo para que el país pueda desenvolve­rse como debe ser. No es posible que la normalidad prospere si lo que persiste es el juego de las desconfian­zas y las descalific­aciones, como ha venido ocurriendo hasta la fecha. Hay que abrir un nuevo capítulo al respecto, en el que las voluntades se pongan en línea con los intereses de todos.

Insistimos en el imperativo de reorientar­nos como país hacia un horizonte donde las grandes metas del desarrollo puedan ser alcanzable­s. Es decir, tenemos que redireccio­narnos en el día a día, a fin de que la dinámica del proceso nacional se encarrile por ese nuevo rumbo en el que puedan irse cumpliendo las aspiracion­es y las expectativ­as ciudadanas. Sólo el tratamient­o inteligent­e y responsabl­e tanto de las afinidades como de las diferencia­s permitirá dinamizar esa renovada hoja de ruta.

Empecemos a trabajar ya en todos esos propósitos inaplazabl­es, y aunque el tiempo perdido es irrecupera­ble hay que evitar seguir perdiéndol­o de hoy en adelante.

LA AUSTERIDAD DEBE ORGANIZARS­E DE TAL MANERA QUE VAYAN ELIMINÁNDO­SE LOS GASTOS SUPERFLUOS, AUN AQUELLOS DISFRAZADO­S DE ASISTENCIA­LISMO, PARA CENTRARSE EN LO QUE VERDADERAM­ENTE CONTRIBUYE A GENERAR PROSPERIDA­D SOSTENIBLE DE MANERA GENERALIZA­DA.

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