Cada día se va haciendo más evidente que la recuperación de la normalidad plena en el país es cuestión de largo alcance y de mucho esfuerzo
La conflictividad que se ha hecho presente de manera progresiva en esta ya larga etapa de posguerra parece haber tomado carta de ciudadanía y por eso campea por todos los ámbitos del escenario nacional. Aunque la zona en que tal conflictividad más se hace sentir es la que corresponde a las relaciones políticas y gubernamentales, lo cierto es que este es un fenómeno que no reconoce límites, y que se da hasta en las esferas del crimen organizado, como puede constatarse con la lucha a muerte entre facciones de la llamada Mara Salvatrucha. Vivimos inmersos en una anormalidad ya sistemática, y eso impide que el país pueda desarrollarse en forma natural y pacífica, que es lo que debe ser en un proceso democrático bien fundamentado y bien vivido.
Desde luego esta perniciosa tendencia a la división no es algo que sólo se padece en ambientes como el nuestro. En los planos regionales y globales se están presentando ahora mismo situaciones verdaderamente inconcebibles, y que como tales no tienen precedentes en la contemporaneidad. En lo regional, tenemos el caso verdaderamente dramático de la Venezuela chavista, que se halla inmersa en una conflictividad que ha pasado a ser cada día más violenta y destructiva; y las reacciones del grupo que se halla enquistado en el poder enarbolando la caduca bandera del socialismo populista son totalmente incongruentes con la racionalidad básica. Hoy, para dizque defenderse, la Venezuela chavista opta por la escapada, como se ve en su anuncio de retiro de la OEA.
Pero también en diversas áreas del llamado Primer Mundo se ven conflictividades agresivas y regresivas. Las turbulentas elecciones que están teniendo lugar en Francia son muestra patente de ello. Y los choques constantes en el desempeño actual de la política estadounidense están en el plano de lo inverosímil. Algo muy serio y muy peligroso se ha desatado en la atmósfera global, con efectos en sociedades de la más variada gama y con un poder expansivo que nos abarca a todos. Es claro que esta conflictividad de nuevo cuño requiere tratamientos de contención y de corrección que también deben ser de nuevo estilo, porque vivir en la imprevisibilidad es lo más nocivo que puede haber.
En lo que toca a nuestro país, estar inmersos por tanto tiempo en una anormalidad que lejos de mermar ha ido en crecimiento es una experiencia que ha dejado y continúa dejando saldos cada día más negativos e incontrolables. Lo pertinente entonces es proponerse de veras, y con auténtica voluntad de consenso nacional, ir recuperando la normalidad en todos los órdenes para que la sociedad salvadoreña no sólo se mantenga a flote sino que pueda prosperar conforme a la lógica democrática y al desarrollo actualizado.
El trabajo de recomposición estabilizadora y reconstructiva que se requiere para que El Salvador recupere la ruta del progreso real tiene que ser un empeño de planificación y de proyección que incorpore a todos los sectores y fuerzas nacionales. Las medidas dispersas y desconectadas nunca podrán sustituir ese trabajo de recomposición al que hacemos referencia, y por ello si no hay un giro efectivamente conducente hacia los fines de la recuperación real lo que se seguirá teniendo es más desaliento, más desperdicio y más frustración.
VIVIMOS INMERSOS EN UNA ANORMALIDAD YA SISTEMÁTICA, Y ESO IMPIDE QUE EL PAÍS PUEDA DESARROLLARSE EN FORMA NATURAL Y PACÍFICA, QUE ES LO QUE DEBE SER EN UN PROCESO DEMOCRÁTICO BIEN FUNDAMENTADO Y BIEN VIVIDO. DESDE LUEGO ESTA PERNICIOSA TENDENCIA A LA DIVISIÓN NO ES ALGO QUE SÓLO SE PADECE EN AMBIENTES COMO EL NUESTRO.