Deuna enseñanzaa unaamenaza
Me ha llamado la atención la leyenda japonesa que en vez de ser una enseñanza se ha transformado en una amenaza en El Salvador: “Ver, oír y callar”. Una amenaza condenada a ser parte del diario vivir del país debido a la crisis social que enfrenta.
Tres monos místicos o sabios están representados en una escultura de madera de Hidari Jingorö (1594-1634) en el santuario de Toshogum, al norte de Tokio. Los nombres japoneses de los tres monos –Mizaru, Kikazaru, Iwazaru– significan «no ver, no oír, no decir». Estos monos están representados con tres posiciones diferentes de las que cada una indica un mensaje: el primero de ellos aparece con las manos tapándose los oídos; el segundo de ellos aparece con las manos tapándose los ojos; y por último, el tercero, aparece tapándose la boca con las manos.
Cuenta la leyenda que los tres monos fueron enviados por los dioses como mensajeros, a fin de denunciar las malas acciones cometidas por los humanos. La enseñanza original de “no escuchar lo que te lleva a hacer malas acciones”, “no ver las malas acciones como algo natural” o “no hablar sin fundamento” ha trascendido en Occidente y particularmente en El Salvador. Ya no tiene el sentido de enseñanza sino más bien representa una amenaza.
La crisis que enfrenta el país no solo es financiera, la crisis es social. Si el éxito del país dependiera de la paz social, de la igualdad y de potenciar su capital humano, El Salvador no estuviera bien calificado.
El Presupuesto General de la Nación es incompleto, desfinanciado y sin reales cambios. Es un presupuesto que no deja entrever esperanza transformadora para la juventud salvadoreña, desatendida en su mayoría, obligada a vivir bajo una amenaza bien conocida por todos: “Ver, oír y callar” y un abanico de posibilidades que cada día más se reduce a lo siguiente: aguantar, migrar o morir.
Los gobiernos sucesivos desde 1992 han decidido no emprender la aventura de cambiar y se han conformado con una herramienta de política fiscal de conservación del statu quo. El Presupuesto General de la Nación no refleja una verdadera y anhelada renovación. Tampoco