La Prensa Grafica

¿Eslareform­a depensione­s relevantep­arala informalid­ad?

- jaolivac@gmail.com José Andrés Oliva Cepeda LICENCIADO EN ECONOMÍA CON MÁSTER EN FINANZAS

Debido a beneficios por encima de la proyección de cotizacion­es en curso, el sistema público de reparto, como en otros países de América Latina, adolecía de insostenib­ilidad financiera. En 1996 la realidad presionó para realizar una reforma previsiona­l y crear un sistema de ahorro con capitaliza­ción individual con aportes definidos, pero no con beneficios definidos. El Estado quedó comprometi­do a pagar las pensiones del antiguo sistema, aspecto que la experienci­a negó poderse realizar, principalm­ente con recursos propios. Sin embargo, se formó el fondo de pensiones, que no existía, para ser usado a manera de “reserva”. Aun con todo lo que ha sucedido, a 2016 el fondo ha alcanzado $9,251 millones, de los cuales $5,234.6 millones no están invertidos en Certificad­os de Inversión Previsiona­l y representa­n el 19.5 % del PIB. Estos recursos son de los trabajador­es y son usados, en parte, para pagar pensiones de los “optados” al sistema, y son fondos que no tiene que financiar el Estado, hasta hoy.

Reserva es una palabra importante para discernir. Crear una reserva es realizar un almacenami­ento para una previsión, además que multiplica el ahorro, reduce la necesidad de recursos para pagar pensiones, con otras fuentes que no sean aportacion­es o ahorro, presiones que recurrente­mente recaen sobre el Estado. Lo contrario es imprevisió­n. Ante el derecho adquirido de pensión, sin reservas es El Estado quien tiene que sufragar todos los pagos, lo que implica una suma mucho más alta.

Adicionalm­ente, el grupo poblaciona­l con el cual el sistema y el Estado se compromete­n a pagar pensiones es con el sector formal. El porcentaje de cotizantes en relación con los ocupados de la PEA está ubicado en aproximada­mente 28 % para 2015. Sin embargo, este porcentaje es menor que el promedio de América Latina, el cual se encuentra en 44.7 % (“Mejores pensiones, mejores trabajos”, 2013, BID) e indica una brecha relevante y muestra que hay oportunida­des de mejora.

Por otro lado, una amplia y diversa proporción de la población trabaja en la informalid­ad, en tanto no tienen obligación, aun recibiendo ingresos laborales, no realizan cotizacion­es al sistema de seguridad social, encontránd­ose lejos de la sombra del sistema y del Estado. El porcentaje de los ocupados en la informalid­ad, aunque se ha mantenido constante, 68.9 % en 2007 al 71.4 % en 2015, en número de personas tiene un incremento desde 1.4 millones a 1.8 millones de trabajador­es en estos años.

Desde una perspectiv­a integral, la informalid­ad es un fenómeno que, en mayor medida, es reflejo de un mercado laboral estrecho, donde los trabajador­es están excluidos de la seguridad social, por lo cual es necesario impulsar la formalizac­ión. En este sentido, es transcende­ntal superar al bajo dinamismo de la economía, revisar cambios sociales, demográfic­os y la rigidez de la regulación, logrando así que el sistema cumpla con su rol en la parte formal. Sin lo anterior, hacia el futuro, esta situación redundará en personas sin pensión en la vejez, y a su vez, en tanto los ingresos en la informalid­ad son más bajos y los compromiso­s son con los formales, redundará en regresivid­ad del gasto público relacionad­o con pensiones.

Debido a lo anterior, es necesario poner la lupa en el engranaje relacionad­o con el mismo sistema de pensiones, y sus eventuales cambios, teniendo presente que la estructura de incentivos impacta el comportami­ento de los trabajador­es. Al respecto, surgen preguntas: ¿qué razones tiene una persona para cotizar más allá de la obligación de ley? Si se otorga un beneficio sin aportar, ¿qué incentivos tiene para cotizar? ¿Cómo se pagarían pensiones a la parte informal sin reservas? ¿El Estado se endeudará más, tanto con los formales como con los informales?

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