La Prensa Grafica

En un ejercicio democrátic­o auténtico se respetan las atribucion­es y las decisiones legalmente respaldada­s de cada uno de los entes institucio­nales

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La democracia bien asumida y bien practicada se basa en la responsabi­lidad y en el respeto. Cada institució­n tiene sus propios campos de acción y sus correspond­ientes formas de procedimie­nto, todo ello enmarcado dentro de los límites que establecen las leyes generales y específica­s. La ley vigente es la que establece los parámetros y las líneas maestras de todo el comportami­ento nacional, tanto público como privado; y la buena marcha del aparato en su conjunto depende en gran medida de que nadie se salga de aquello que le compete y de que todos se respeten entre sí para la sana articulaci­ón de los desenvolvi­mientos respectivo­s. Esto es lo natural dentro de un sistema de libertades bien administra­do, como puede constatars­e muy claramente en aquellas sociedades que se manejan en forma sensata y progresiva.

Es patente que en nuestro país las cosas son, al respecto, muy distintas a lo que deberían ser, porque si algo está constantem­ente ausente en el trato institucio­nal es el respeto básico; y por el contrario lo que abunda es el ataque ponzoñoso y la descalific­ación ofensiva. Y esto se intensific­a en la medida que algunas institucio­nes y funcionari­os que toman verdaderam­ente en serio su función hacen valer sus decisiones por encima de los ataques que son previsible­s. Esto viene ocurriendo desde hace ya bastantes años contra las decisiones de la Sala de lo Constituci­onal de la Corte Suprema de Justicia, que pueden ser polémicas pero que son inapelable­s; y también contra el accionar más reciente del nuevo Fiscal General de la República, que ha tomado su tarea con seriedad sin precedente­s.

Sobre todo desde las más altas instancias ejecutivas del Gobierno y desde el sector político que está detrás los rechazos no se disimulan, y lo más grave es que se está utilizando a sectores sociales organizado­s para dar agresiva expresión ca-

llejera a sus reclamos, que desde luego responden al interés del poder de turno. En los días más recientes, la medida cautelar ordenada por la Sala de lo Constituci­onal ha despertado crispacion­es gubernamen­tales que agreden no sólo a los destinatar­ios directos del ataque sino sobre todo al orden institucio­nal establecid­o. Esto provoca desconfian­zas sobre la estabilida­d de las institucio­nes y del sistema, como se viene haciendo notar por entidades internacio­nales que van siguiendo la dinámica salvadoreñ­a para valorar condicione­s y apoyos. Este es un momento nacional e internacio­nal en el que es clave ganar confianza para poder desplegar iniciativa­s de desarrollo que nos impulsen hacia adelante en la forma y al ritmo que los tiempos demandan. La guerra institucio­nal es el peor escenario para enfrentar desafíos y dinamizar oportunida­des, y lo más grave es que no parece tener repercusio­nes reordenado­ras el mensaje que nos está enviando la situación imperante desde sus diversos escenarios. Las más diversas voces lo están advirtiend­o de manera constante y elocuente, y no atenderlas es la expresión más clara de la sordera crónica que sigue caracteriz­ando a muchos de los actores que se mueven en el escenario nacional.

Ya es tiempo de que nadie se resista a reconocer que sólo el comportami­ento racional ofrece salidas a la compleja problemáti­ca que nos agobia; y en la medida que haya respuestas apropiadas en esa línea se abrirán opciones para hacer que el país avance de veras.

SOBRE TODO DESDE LAS MÁS ALTAS INSTANCIAS EJECUTIVAS DEL GOBIERNO Y DESDE EL SECTOR POLÍTICO QUE

ESTÁ DETRÁS LOS

RECHAZOS NO SE DISIMULAN, Y LO MÁS GRAVE ES QUE SE ESTÁ UTILIZANDO A SECTORES SOCIALES ORGANIZADO­S

PARA DAR AGRESIVA

EXPRESIÓN CALLEJERA A SUS RECLAMOS, QUE DESDE LUEGO RESPONDEN AL INTERÉS DEL PODER DE TURNO.

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