La construcción de una paz verdadera pasa por el reconocimiento del ser humano como el destinatario central de toda la acción política, social y económica
En un mundo sobrecargado de distorsiones y de confusiones, los llamamientos a revitalizar y asegurar la paz se han vuelto constantes, porque en verdad las experiencias que más se generalizan en prácticamente todas las latitudes son aquéllas que traen angustia, desesperanza y frustración. Por paradoja que habría que analizar a fondo para irle encontrando explicaciones sustentables a lo que ocurre, en una etapa histórica en la que proliferan las aperturas transversales de la mano de la globalización expansiva es cuando con más intensidad se presentan los atrincheramientos políticos, los fanatismos estructurales y los proteccionismos delirantes. Es como si la humanidad de nuestros días no quisiera verse la cara en sus propios espejos.
Ante una situación como la actual, que es surrealista en tantos sentidos, los seres humanos concretos nos hallamos expuestos con creciente indefensión a las aberraciones más destructivas y a las sorpresas más incontrolables. Expresiones vivas de esto las vemos por ejemplo en los trágicos conflictos políticos con tintes religiosos que se expanden en el Medio Oriente; en los desajustes estructurales que están padeciendo áreas que parecían tan estables como la Unión Europea; en el sismo insospechado que sacude a la política estadounidense a raíz de la reciente elección presidencial; y en los trastornos profundos que continúan afectando a muchos países de nuestro entorno latinoamericano.
Considerando que el panorama tiene en todos los sentidos una complejidad realmente abrumadora, de poco podrían servir los simples llamamientos a la paz y a la normalidad, cuando los virus destructores siguen movilizándose tan agresivamente por todas partes. No es discutible la necesidad de paz como requisito de supervivencia, y menos podría serlo en la coyuntura presente; pero aquí lo que subrayamos, porque ahí está la médula de la cuestión, es el imperativo universal de recomponer estrategias y definir métodos de acción para que el fenómeno humano entre en fase regenerativa.
Para empezar, la paz no se puede activar como un mecanismo igual en todas partes: cada zona y cada país tienen sus propias características y sus propios desenvolvimientos; y esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de establecer prioridades y aplicar medidas. Pero en cualquier caso la clave inicial está en darle al ser humano, aquí y en todas partes, el rol protagónico como destinatario de todos los proyectos pacificadores. Sólo así podría haber paz en serio y con posibilidades de sostenibilidad, sobre todo en un mundo tan progresivamente intercomunicado como es el mundo actual.
Insistamos en el hecho de que la paz no se encuentra como si fuera una riqueza escondida: la paz hay que construirla a partir del compromiso de hacer todo lo necesario para que los desajustes, los vicios y los errores que conducen a la conflictividad permanente sean erradicados con voluntad y con disciplina. Para alcanzar la meta de la paz hay que avanzar de manera inteligente, funcional y decidida hacia ella.
Todos los fenómenos históricos en movimiento apuntan hacia la indispensable humanización del quehacer político, social y económico. Si eso no se comienza a movilizar en forma sustantiva y verificable, continuaremos en este quebranto que ya nadie soporta.
NO ES DISCUTIBLE LA NECESIDAD DE PAZ COMO REQUISITO DE SUPERVIVENCIA, Y MENOS PODRÍA SERLO EN LA COYUNTURA PRESENTE; PERO AQUÍ LO QUE SUBRAYAMOS PORQUE AHÍ ESTÁ LA MÉDULA DE LA CUESTIÓN ES EL IMPERATIVO UNIVERSAL DE RECOMPONER ESTRATEGIAS Y DEFINIR MÉTODOS DE ACCIÓN PARA QUE EL FENÓMENO HUMANO ENTRE EN FASE REGENERATIVA.