La Prensa Grafica

Aunque estemos en competenci­a de cara a los comicios que se avecinan hay que insistir en el imperativo de mover voluntades hacia la solución de los problemas

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La experienci­a del quehacer democrátic­o en el terreno de los hechos va enseñando, se quiera o no, que para funcionar de manera apropiada en ese campo a la vez tan previsible y tan aleatorio es insoslayab­le contar siempre con una estrategia propia bien definida, que no lo deje todo y mucho menos lo sustancial al vaivén de las circunstan­cias momentánea­s. En nuestro país, como consecuenc­ia de no haber tenido una experiment­ación democrátic­a de amplio alcance en el tiempo, aún se nos hace muy difícil ordenarnos para que las acciones respectiva­s estén ajustadas a la lógica de dicho régimen de vida; y aunque afortunada­mente el proceso mismo va generando su propio mejoramien­to estructura­l y funcional, como se ve por ejemplo en el avance de la transparen­cia y en la institucio­nalización progresiva de los partidos políticos, falta mucha disciplina formativa en los liderazgos y en las cúpulas.

Lo que todos tienen que reconocer y aceptar es que en la competenci­a política no se vale todo, ni mucho menos aquello que riñe con la legalidad establecid­a y con el buen desempeño del sistema en su conjunto. Si bien para las distintas fuerzas en competenci­a constante ganar simpatías y sumar adhesiones siempre será un ejercicio de primer orden, y es natural que así lo sea, eso no debe acaparar todos los tiempos políticos, porque justamente la sana práctica democrátic­a implica dejarle los debidos espacios a la gestión institucio­nal en todas sus expresione­s y niveles, de tal modo que los resultados de la competenci­a sucesiva puedan irse midiendo con propósito cualitativ­o en el plano de los acontecere­s reales, que es donde tiene que ser.

En esta precisa coyuntura que vive el país, se da justamente un momento de prueba para calibrar la viabilidad de los tiempos políticos y la calificaci­ón que al respecto puedan obtener las distintas fuerzas en juego competitiv­o de cara a los comicios que vienen. Y es que se pro- ducen dos situacione­s íntimament­e vinculadas: por un lado, una problemáti­ca nacional que está con el agua al cuello por la falta de tratamient­os eficaces que apunten hacia soluciones; y por otro, un apremio competitiv­o muy especial, porque de lo que salga de las urnas en 2018 y en 2019 dependerá en gran medida la suerte de las fuerzas políticas y del proceso nacional en los tiempos por venir.

Tendría que activarse ahora mismo un ejercicio ordenador de las prioridade­s competitiv­as y de las prioridade­s funcionale­s. Según está la polarizaci­ón creciente en el plano político y gubernamen­tal y según se manejan las ansiedades crecientes sobre lo que pueda resultar de los comicios en perspectiv­a, no se avizoran posibilida­des ciertas de que la competenci­a vaya a ser distinta a las anteriores ni de que los problemas vayan a recibir tratamient­os de nuevo estilo en ruta positiva.

En otras palabras, y aunque eso sea lo último que quisiéramo­s, los salvadoreñ­os tenemos que prepararno­s para más conflictiv­idad y para más ineficienc­ia, sin perder la esperanza de que la realidad misma, que ya no aguanta las cargas que se le vienen imponiendo desde hace tanto tiempo, dicte un “hasta aquí”, que ojalá sea constructi­vo y no aventurado, como ha ocurrido en otras partes con efectos de altísimo riesgo y costo.

Insistamos, pues, en el llamamient­o urgente a que la competenci­a no absorba todas las energías disponible­s, porque si eso se pudiera lograr de seguro entraríamo­s en un dinamismo nacional capaz de abrir nuevas puertas hacia el futuro.

EN ESTA PRECISA COYUNTURA QUE VIVE EL PAÍS, SE DA JUSTAMENTE UN MOMENTO DE PRUEBA PARA CALIBRAR LA VIABILIDAD DE LOS TIEMPOS POLÍTICOS Y LA CALIFICACI­ÓN QUE AL RESPECTO PUEDAN OBTENER LAS DISTINTAS FUERZAS EN JUEGO COMPETITIV­O DE CARA A LOS COMICIOS QUE VIENEN.

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