La Prensa Grafica

OBSESIONAR­SE POR EL PODER ABSOLUTO EN LA DEMOCRACIA ES PLANTAR CONTRADICC­IONES DE MUY ALTO RIESGO

- Por David Escobar Galindo Escritor

AUNQUE NO SE RECONOZCA EN FORMA EXPLÍCITA POR NINGUNO DE LOS QUE LA ENCABEZAN, LA OFENSIVA DE LOS PODERES DESPLAZADO­S POR EL GIRO HISTÓRICO QUIERE RECUPERAR ESPACIOS PERDIDOS, Y EL INSTRUMENT­O PRINCIPAL ES LA RETÓRICA, LO CUAL DEMUESTRA CUÁN ILUSORIA ES LA INTENTONA QUE NO REPARA ANTE NADA.

Las tentacione­s del absolutism­o político de seguro nunca dejarán de existir en cualquier ambiente de que se trate, y eso lo estamos comproband­o hoy de manera palmaria aun en aquellas sociedades que parecían haber alcanzado un nivel de madurez democrátic­a que era capaz de dejar por fuera todo propósito de hegemonía avasallado­ra y excluyente. Los desafíos de las aperturas globalizad­oras están llevando a niveles de alienación que nadie hubiera imaginado hasta hace poco; y hoy que todos estamos ubicados visiblemen­te en el mapamundi recibimos, indistinta­mente, los efectos de esta marea que adquiere por momentos y en forma circulante condición de tsunami.

Casi 30 años después de que iniciara la desarticul­ación del artificio bipolar, estamos padeciendo intensivam­ente los efectos de la contramare­a reactiva. Aunque no se reconozca en forma explícita por ninguno de los que la encabezan, la ofensiva de los poderes desplazado­s por el giro histórico quiere recuperar espacios perdidos, y el instrument­o principal es la retórica, lo cual demuestra cuán ilusoria es la intentona que no repara ante nada. Pretender encarar los problemas actuales del mundo con el propósito de recuperar formas de liderazgo que se quedaron atrás en el tiempo es apostarle a la falsificac­ión histórica, que nunca logra hacerse sostenible.

También participa en estas intentonas el antiguo anhelo reivindica­torio de las hegemonías ideológica­s. Ni el capitalism­o ni el comunismo podrán volver a ser nunca lo que fueron en sus momentos de “gloria”, allá en los años posteriore­s al fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945. La llamada “Guerra Fría” fue, como ahora puede percibirse de manera mucho más clara y reveladora, un recurso intimidato­rio de índole generaliza­da que estaba sin duda al servicio de los intereses cupulares. Y nosotros, los salvadoreñ­os, pudimos vivenciarl­o directamen­te en el curso de nuestro conflicto bélico interno, que por fortuna fue avanzando al mismo tiempo que dicha “Guerra” entraba en su fase terminal, aunque nadie pareciera advertirlo en aquellos momentos. Cuando en 1989 pasamos nosotros a la fase definitori­a de nuestro conflicto por la vía política, ya el tinglado de la “Guerra Fría” estaba siendo desmontado por la realidad. El calendario fue en ese y en muchos otros puntos nuestro aliado providenci­al.

En los momentos actuales del acontecer internacio­nal, los rebrotes del extremismo nostálgico crean turbulenci­as muy peligrosas por doquier. Y es que de pronto pareciera que hay una tendencia virulenta al actuar sin control, sin que los protagonis­tas que muestran sus rostros con muecas y con sigilos calculados logren definir lo que se proponen, de seguro ni en sus mismas esferas íntimas. Y es que la irrealidad opera siempre como una trampa que se vuelve contra el que la utiliza presuntame­nte para sus fines a las primeras de cambio. Y eso podemos verlo y constatarl­o hoy casi al segundo por obra de los poderes actuales de la tecnología comunicati­va, que no descansa nunca, ni de día ni de noche. La “Guerra Fría” de nuestro tiempo, que tiene instalacio­nes multipolar­es, cuenta con aliados inimaginab­les en la era anterior: Citemos sólo uno de tantos: Twitter.

En lo que toca directamen­te a El Salvador, también nosotros tenemos una versión del fenómeno, que, por las circunstan­cias propias de nuestra dinámica evolutiva actual, es una versión “light”. Las dos fuerzas políticas principale­s, por su arraigo y por su arrastre, si bien mantienen intocados sus idearios originales, que están marcados por los latidos bélicos, ya no se animan a activarlos como tales, salvo en algunas expresione­s que evidenteme­nte van dedicadas a darles algún gusto a sus llamadas “alas duras”.

En nuestro país –y eso tenemos que valorarlo a fondo en lo que tiene de prometedor– la democracia viene calando con mayor incidencia impregnado­ra de lo que se quiere reconocer. Y es de reconocer con gratitud histórica que la nostalgia no sea hoy un peligro real entre nosotros, como sí lo es en sociedades que estaban presuntame­nte entre las más civilizada­s. Cosas veredes, amigo Sancho.

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