OBSESIONARSE POR EL PODER ABSOLUTO EN LA DEMOCRACIA ES PLANTAR CONTRADICCIONES DE MUY ALTO RIESGO
AUNQUE NO SE RECONOZCA EN FORMA EXPLÍCITA POR NINGUNO DE LOS QUE LA ENCABEZAN, LA OFENSIVA DE LOS PODERES DESPLAZADOS POR EL GIRO HISTÓRICO QUIERE RECUPERAR ESPACIOS PERDIDOS, Y EL INSTRUMENTO PRINCIPAL ES LA RETÓRICA, LO CUAL DEMUESTRA CUÁN ILUSORIA ES LA INTENTONA QUE NO REPARA ANTE NADA.
Las tentaciones del absolutismo político de seguro nunca dejarán de existir en cualquier ambiente de que se trate, y eso lo estamos comprobando hoy de manera palmaria aun en aquellas sociedades que parecían haber alcanzado un nivel de madurez democrática que era capaz de dejar por fuera todo propósito de hegemonía avasalladora y excluyente. Los desafíos de las aperturas globalizadoras están llevando a niveles de alienación que nadie hubiera imaginado hasta hace poco; y hoy que todos estamos ubicados visiblemente en el mapamundi recibimos, indistintamente, los efectos de esta marea que adquiere por momentos y en forma circulante condición de tsunami.
Casi 30 años después de que iniciara la desarticulación del artificio bipolar, estamos padeciendo intensivamente los efectos de la contramarea reactiva. Aunque no se reconozca en forma explícita por ninguno de los que la encabezan, la ofensiva de los poderes desplazados por el giro histórico quiere recuperar espacios perdidos, y el instrumento principal es la retórica, lo cual demuestra cuán ilusoria es la intentona que no repara ante nada. Pretender encarar los problemas actuales del mundo con el propósito de recuperar formas de liderazgo que se quedaron atrás en el tiempo es apostarle a la falsificación histórica, que nunca logra hacerse sostenible.
También participa en estas intentonas el antiguo anhelo reivindicatorio de las hegemonías ideológicas. Ni el capitalismo ni el comunismo podrán volver a ser nunca lo que fueron en sus momentos de “gloria”, allá en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945. La llamada “Guerra Fría” fue, como ahora puede percibirse de manera mucho más clara y reveladora, un recurso intimidatorio de índole generalizada que estaba sin duda al servicio de los intereses cupulares. Y nosotros, los salvadoreños, pudimos vivenciarlo directamente en el curso de nuestro conflicto bélico interno, que por fortuna fue avanzando al mismo tiempo que dicha “Guerra” entraba en su fase terminal, aunque nadie pareciera advertirlo en aquellos momentos. Cuando en 1989 pasamos nosotros a la fase definitoria de nuestro conflicto por la vía política, ya el tinglado de la “Guerra Fría” estaba siendo desmontado por la realidad. El calendario fue en ese y en muchos otros puntos nuestro aliado providencial.
En los momentos actuales del acontecer internacional, los rebrotes del extremismo nostálgico crean turbulencias muy peligrosas por doquier. Y es que de pronto pareciera que hay una tendencia virulenta al actuar sin control, sin que los protagonistas que muestran sus rostros con muecas y con sigilos calculados logren definir lo que se proponen, de seguro ni en sus mismas esferas íntimas. Y es que la irrealidad opera siempre como una trampa que se vuelve contra el que la utiliza presuntamente para sus fines a las primeras de cambio. Y eso podemos verlo y constatarlo hoy casi al segundo por obra de los poderes actuales de la tecnología comunicativa, que no descansa nunca, ni de día ni de noche. La “Guerra Fría” de nuestro tiempo, que tiene instalaciones multipolares, cuenta con aliados inimaginables en la era anterior: Citemos sólo uno de tantos: Twitter.
En lo que toca directamente a El Salvador, también nosotros tenemos una versión del fenómeno, que, por las circunstancias propias de nuestra dinámica evolutiva actual, es una versión “light”. Las dos fuerzas políticas principales, por su arraigo y por su arrastre, si bien mantienen intocados sus idearios originales, que están marcados por los latidos bélicos, ya no se animan a activarlos como tales, salvo en algunas expresiones que evidentemente van dedicadas a darles algún gusto a sus llamadas “alas duras”.
En nuestro país –y eso tenemos que valorarlo a fondo en lo que tiene de prometedor– la democracia viene calando con mayor incidencia impregnadora de lo que se quiere reconocer. Y es de reconocer con gratitud histórica que la nostalgia no sea hoy un peligro real entre nosotros, como sí lo es en sociedades que estaban presuntamente entre las más civilizadas. Cosas veredes, amigo Sancho.