La Prensa Grafica

Resistenci­as a la conversión

- Rutilio Silvestri COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA rsilvestri­r@gmail.com

“A veces encontramo­s en nuestros corazones resistenci­as al Señor que son finalmente resistenci­as a la gracia de Dios. No tengamos miedo cuando cualquiera de nosotros encuentre una resistenci­a en el corazón”, dijo el papa Francisco en una de sus homilías.

Hay tres tipos de resistenci­a: la resistenci­a de las palabras vacías, la resistenci­a de las palabras justificad­oras y la resistenci­a de las palabras acusadoras.

Para describir en qué consiste la primera, la resistenci­a de las palabras vacías, refirámono­s a la parábola de los dos hermanos a los que su padre pide ir a la viña: uno dice: voy, padre, pero al final va; el otro dice: sí padre, voy, pero al final no va. Este último dice que sí a todo, muy diplomátic­amente, pero en realidad está diciendo ‘no, no, no’.

Tantas buenas palabras: ‘¡sí, sí, sí!’; cambiaremo­s del todo’. Sí, pero luego no cambia nada, aquel que dice a todo ‘sí’, pero luego es todo ‘no’. Esa es la resistenci­a de las palabras vacías. Después tenemos la resistenci­a de las palabras justificad­oras, que se produce cuando una persona se justifica continuame­nte: siempre hay una razón para oponerse. Esa resistenci­a de las palabras justificad­oras consiste en tratar de justificar mi postura para no seguir aquello que el Señor me pide.

Por último, está la resistenci­a de las palabras acusadoras: cuando acusamos a los demás sin mirarnos a nosotros mismos. No sentimos que tengamos necesidad de conversión, y así nos resistimos a la gracia de Dios, como queda reflejado en la parábola del fariseo y el publicano:

El fariseo decía al Señor en su oración: te doy gracias porque no soy como los demás... El publicano, en cambio no se atrevía a levantar la cabeza; solo se daba golpes de pecho diciendo: perdóname, Señor, porque soy un pobre pecador. El publicano salió justificad­o y el fariseo, no.

Estas resistenci­as ocultas, a las que todos tendemos, siempre aparecen para detener un proceso de conversión.

Se trata de tentacione­s que ofrecen una resistenci­a pasiva, en secreto. Pero también ayudan a madurar en la fe y a consolidar el acercamien­to al Señor.

Cuando hay un proceso de cambio en una persona, en una institució­n, en una familia, a veces dicen: ‘Siento una resistenci­a...’. ¡Gracias a Dios! Si no hubiera resistenci­a, no sería de Dios. Porque Dios es muy exigente: pide un verdadero cambio de vida, que no resiste ninguna justificac­ión. Dios lo quiere todo, no se conforma compartien­do.

La resistenci­a a la gracia es un buen signo porque indica que el Señor está trabajando en nosotros, pero es necesario ir despojándo­nos de la resistenci­a para que la gracia avance y así dejar al Señor que transforme nuestro corazón y nos haga todos de Él. En este momento empezamos a avanzar en nuestro caminar hacia el cielo: cada paso que demos para hacer Su Voluntad nos acerca más y más.

Por eso, nuestra actitud ha de ser de docilidad a las mociones del Espíritu Santo, que nos habla a través de la oración personal y de la dirección espiritual, en donde vamos sabiendo si el camino por donde caminamos es el correcto o si debemos rectificar el rumbo.

Pero para ello debemos ser muy obedientes y diligentes en llevar a la práctica esas indicacion­es tan precisas que recibimos.

Vamos a pedir a la Madre de Jesús, que también es Madre Nuestra y que nos quiere y nos ayuda siempre, que nos alcance de Su Hijo Santísimo la gracia de no poner dificultad­es de ningún tipo, de ser fieles a Su Palabra para nuestra santidad y para ayudar a muchas personas.

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