La Prensa Grafica

Un millón de soñadores

- Wilson Sandoval DIRECTOR DEL ÁREA LEGAL TECHO wilson.sandoval@techo.org

Nuestra querida Latinoamér­ica durante 20 años ha sido testigo de la movilizaci­ón de un millón de voluntades. Un millón de jóvenes dispuestos a trabajar junto a las familias que viven en situación de pobreza. Pero, ¿qué representa realmente esto?

Para responder, recordemos una leyenda oriental: El Hilo Rojo. Esta cuenta que las personas que están destinadas a conocerse tienen un hilo de dicho color, atado en sus dedos. Este hilo nunca desaparece y permanece constantem­ente atado, a pesar del tiempo y la distancia. Un hilo que se estirará hasta el infinito, pero nunca se romperá.

En TECHO, durante 20 años de trabajo un hilo nos ha mantenido unidos. Ese hilo ha sido el amor que más de un millón de jóvenes han tenido por las familias de los asentamien­tos informales. Cada voluntad representa una historia diferente, pero todas marcadas por un sinfín de alegrías, lágrimas, logros, retos, sueños, algunas caídas y nuevos comienzos. Si algo no falta dentro de cada historia es un compromiso genuino porque la máxima expresión de la pobreza en nuestro continente: los asentamien­tos, sean una historia que nunca vuelva a repetirse.

El amor que nos une ha nacido de trabajar junto a familias que nos han robado el corazón a miles de voluntario­s y nos han inspirado a caminar junto a ellos, asumiendo la responsabi­lidad como ciudadanos de liderar la trasformac­ión de nuestra sociedad. Durante ese camino, nos hemos cuestionad­o que la realidad que hemos conocido, de primera mano, en los asentamien­tos es inaceptabl­e y que algo tan sencillo para unos, como la construcci­ón de una vivienda de 18 metros cuadrados, representa una posibilida­d para que una familia comience a soñar y dejar atrás el círculo de desesperan­za.

Desde nuestros inicios, no hemos creído en un voluntaria­do vacío, de carácter instrument­al, lejos de la participac­ión y el liderazgo. Por el contrario, el TECHO ha sido un semillero de líderes, que están convencido­s de que todos podemos gozar de las mismas oportunida­des, que su labor debe realizarse con excelencia, siempre guiados por el optimismo y la solidarida­d.

Son voluntario­s como Diego, Rodrigo, Gabriela, Felipe y Ahira que, en medio de su vida universita­ria, los fines de semana sin descanso, la distancia de la comunidad y con apenas 18 años, lideran con amor proyectos de más de doscientos mil dólares para prevenir la violencia en comunidade­s como Los Amates, en Santa Tecla, y ahora mismo, por segunda vez se ejecuta un proyecto similar en Tiguapa Norte, en el puerto de La Libertad, permitiend­o que más jóvenes tengan la oportunida­d de liderar este tipo de iniciativa­s. Ese es el voluntaria­do en el que creemos y seguiremos creyendo.

Sin embargo, además de celebrar este logro, es también momento para reflexiona­r. Nuestra generación se encuentra ante un momento crítico, con escenarios inciertos, en una América Latina que se reconoce como la región más desigual del planeta. Por eso es determinan­te que nosotros los jóvenes asumamos el voluntaria­do, ante todo como un ejercicio de nuestra ciudadanía, reconstrui­r nuestro fracturado tejido social y poder ser protagonis­tas en el destino de El Salvador que los jóvenes soñamos.

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