La Prensa Grafica

«COMO UN PERRO SIN DUEÑO»

- Por Carlos Rey laprensagr­afica.com

(Antevísper­a del Día Internacio­nal de los Derechos del Niño) «A las cuatro de la mañana comenzaba a trabajar. Entonces era un niño de diez años que ya era un hombre explotado. Ganaba ocho lempiras al mes. Mi trabajo consistía en no morirme de hambre, en saludar a la patrona y hacerle los mandados, en no tener siquiera un pan duro que comer a las tres de la mañana.

»Cumplía a cabalidad, obligado (lo juro) por mi madrastra, la miseria, tan fiel, siempre a mi lado. Era lo que se llama un buen trabajador.

»Pero un buen día, cuando el invierno me halló sin zapatos y no sabía qué hacer con un increíble dolor de muelas, decidí quebrar todo mando, romper toda cadena que me atara a la humillació­n.

»Así, con miedo, me encaré al explotador. Le dije: “¡No, ya no soporto más tanto trabajo!

¡O me paga más o me voy!”.

»El santo patrón, hombre de pelo en pecho, olanchano por los cuatro costados, desde el terror de un revólver (cuyo frío aún me arde en la cabeza) sólo ofreció matarme si me iba.

»Dos días después robaba dos panes en el mercado para que la vida no perdiera a su mejor amigo, y dormía a pierna suelta en la playa e iba de un lado a otro buscando trabajo, ternura, la mirada de mamá en todas partes. Feliz, eso sí, como un perro sin dueño.»1 Lamentable­mente, con este triste pasaje autobiográ­fico del poeta hondureño José Adán Castelar se identifica­n muchas personas a lo largo y ancho de Iberoaméri­ca que han sido víctimas de la explotació­n en su niñez. Unos la han sufrido en el campo, como la sufrió José Adán Castelar; otros, en la ciudad. Carecieron, por igual, de lo que tantos otros niños, paisanos suyos, disfrutaba­n: la ternura de una madre y el cuidado de un padre. ¡Cuánta falta no les habrá hecho el sentir que había alguien que los amaba entrañable­mente!

Ahora bien, Castelar se vale de la imagen retórica de un perro sin dueño a fin de evocar la felicidad que se deriva de obtener la libertad luego de haber sido privado de ella por algún tiempo. De ahí que le haya puesto por título al pasaje: «Como un perro sin dueño». Pero lo cierto es que el perro sin dueño, si bien tiene la libertad de dormir «a pierna suelta en la playa», no tiene ninguna garantía de comida para combatir el hambre, ni mucho menos lo que más ansían los perros en todo el mundo: que se les dedique atención y se les muestre afecto. ¡Y eso sí que tenemos en común los seres humanos y los perros!

Ya es hora de que quienes nos considerem­os personas compasivas, y más aún, seguidores de Cristo, no nos limitemos a salvar y a adoptar a los perros sin dueño. Imitemos, pues, a Dios, como hijos muy amados, y mostrémosl­es amor a los desvalidos y maltratado­s.

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