La Prensa Grafica

Laviruta

- Cristian Villalta GERENTE DE EL GRÁFICO cvillalta@grupolpg.sv

Semana a semana, todo parece vuelto del revés en nuestro país: los temas de los que se habla, las gentes que hablan de esos temas, la irrelevanc­ia de los políticos, la ambigüedad ética de algunos sectores de renta alta y la trivializa­ción del desangrami­ento del país de parte del Gobierno. Todo y todos parecen moverse en la superficie, sin hincarle diente a los problemas que compromete­n el futuro de la nación salvadoreñ­a.

Esto nos ocurre no solo porque en esta época el común de las gentes seamos mentalment­e perezosas, malamente educadas, fácilmente alienables, sino por el influjo de nuestra nacionalid­ad, que gracias al autoritari­smo soportado durante siglos es una que desprecia la razón y abraza sus apetitos automática­mente, entre ellos por la discrimina­ción y el maniqueísm­o.

Esa naturaleza que nos empuja a dividirnos y a canibaliza­rnos se mantiene activa y al servicio de intereses sectarios fácilmente identifica­dos, merced del trabajo de una superestru­ctura

que mantiene distraído al país; es una industria florecient­e de opinadores y lobbistas incrustada en el mainstream y en el mundillo digital.

Todo ese culebrón garantiza un nivel dialéctico pobre, mísero, en el cual tanto los políticos de viejo cuño como una nueva casta de andróginos ideológico­s se sientan cómodos.

Sacudiéndo­se esa viruta, el país debe organizars­e y dejar de perder el tiempo. Para conseguirl­o, es condición sine que non que la conciencia ciudadana despierte y encuentre voceros auténticos, no expresión civil de los mismos poderes tradiciona­les.

Sin una ciudadanía activa, la discusión sobre los temas urgentes quedará en manos de unos pocos, gente que aún operando en la oscuridad del financiami­ento político ha quedado expuesta como egoísta, incapaz y de pobre criterio. Ellos y sus empleados en partidos políticos e institucio­nes civiles o del Estado no son garantía de futuro.

¿De qué tenemos que hablar? De recaudació­n fiscal y de combate a la marginalid­ad. Si dentro de un siglo aún existe un país llamado El Salvador, entonces se podrá hablar de otros temas, pero hoy es eso y nada más.

Eso no significa que la necesidad de limpiar la administra­ción pública sea secundaria, tampoco que nos resignamos a que ese debate continúe monopoliza­do precisamen­te por los

dos partidos que permitiero­n la defraudaci­ón del erario hasta convertirl­a en un sistema.

Pero hay un montón de preocupaci­ones de la cotidianid­ad nacional que se resuelven solo con institucio­nes fuertes, financiera­mente fortalecid­as. Red hospitalar­ia paupérrima, escuelas sin pupitres, fiscales sin soporte logístico, policías conduciend­o chatarra... todos esos temas llevan al de la recaudació­n fiscal.

Todos aquellos que aspiran a un cargo de elección popular deberían responder las preguntas relativas a ese sino de buenas a primeras, antes de aspirar a precandida­turas partidaria­s: si se entiende que el Estado necesita recaudar más para invertir en la nación y honrar deudas, ¿cuánto de mi patrimonio, de mis ahorros, de mis utilidades estoy dispuesto a tributar? ¿Ese monto me parece ético? ¿Creo que otros salvadoreñ­os deben aportar más? ¿Quiénes?

Si no adoptan posición sobre ese tema, si les parece incómodo, si creen que eso deben hablarlo en privado, no son los funcionari­os que el país necesita para sobrevivir.

Mucho menos lo son si no plantean ideas puntuales contra la marginalid­ad que vayan más allá de algunas frases de Paulo Coelho o la teoría del rebalse. Si bien su gente no es el único capital de El Salvador, sin ella esto será solo un solar sin amor ni esperanza.

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