Laviruta
Semana a semana, todo parece vuelto del revés en nuestro país: los temas de los que se habla, las gentes que hablan de esos temas, la irrelevancia de los políticos, la ambigüedad ética de algunos sectores de renta alta y la trivialización del desangramiento del país de parte del Gobierno. Todo y todos parecen moverse en la superficie, sin hincarle diente a los problemas que comprometen el futuro de la nación salvadoreña.
Esto nos ocurre no solo porque en esta época el común de las gentes seamos mentalmente perezosas, malamente educadas, fácilmente alienables, sino por el influjo de nuestra nacionalidad, que gracias al autoritarismo soportado durante siglos es una que desprecia la razón y abraza sus apetitos automáticamente, entre ellos por la discriminación y el maniqueísmo.
Esa naturaleza que nos empuja a dividirnos y a canibalizarnos se mantiene activa y al servicio de intereses sectarios fácilmente identificados, merced del trabajo de una superestructura
que mantiene distraído al país; es una industria floreciente de opinadores y lobbistas incrustada en el mainstream y en el mundillo digital.
Todo ese culebrón garantiza un nivel dialéctico pobre, mísero, en el cual tanto los políticos de viejo cuño como una nueva casta de andróginos ideológicos se sientan cómodos.
Sacudiéndose esa viruta, el país debe organizarse y dejar de perder el tiempo. Para conseguirlo, es condición sine que non que la conciencia ciudadana despierte y encuentre voceros auténticos, no expresión civil de los mismos poderes tradicionales.
Sin una ciudadanía activa, la discusión sobre los temas urgentes quedará en manos de unos pocos, gente que aún operando en la oscuridad del financiamiento político ha quedado expuesta como egoísta, incapaz y de pobre criterio. Ellos y sus empleados en partidos políticos e instituciones civiles o del Estado no son garantía de futuro.
¿De qué tenemos que hablar? De recaudación fiscal y de combate a la marginalidad. Si dentro de un siglo aún existe un país llamado El Salvador, entonces se podrá hablar de otros temas, pero hoy es eso y nada más.
Eso no significa que la necesidad de limpiar la administración pública sea secundaria, tampoco que nos resignamos a que ese debate continúe monopolizado precisamente por los
dos partidos que permitieron la defraudación del erario hasta convertirla en un sistema.
Pero hay un montón de preocupaciones de la cotidianidad nacional que se resuelven solo con instituciones fuertes, financieramente fortalecidas. Red hospitalaria paupérrima, escuelas sin pupitres, fiscales sin soporte logístico, policías conduciendo chatarra... todos esos temas llevan al de la recaudación fiscal.
Todos aquellos que aspiran a un cargo de elección popular deberían responder las preguntas relativas a ese sino de buenas a primeras, antes de aspirar a precandidaturas partidarias: si se entiende que el Estado necesita recaudar más para invertir en la nación y honrar deudas, ¿cuánto de mi patrimonio, de mis ahorros, de mis utilidades estoy dispuesto a tributar? ¿Ese monto me parece ético? ¿Creo que otros salvadoreños deben aportar más? ¿Quiénes?
Si no adoptan posición sobre ese tema, si les parece incómodo, si creen que eso deben hablarlo en privado, no son los funcionarios que el país necesita para sobrevivir.
Mucho menos lo son si no plantean ideas puntuales contra la marginalidad que vayan más allá de algunas frases de Paulo Coelho o la teoría del rebalse. Si bien su gente no es el único capital de El Salvador, sin ella esto será solo un solar sin amor ni esperanza.