La Prensa Grafica

Trumpyparí­s: oportunida­d paracambia­r elenfoque

- Bjorn Lomborg DIRECTOR DEL CENTRO DE CONSENSO DE COPENHAGUE nicolas@lomborg.com

Horas antes de que Donald Trump anunciara que Estados Unidos abandonará el tratado de reducción de emisiones de carbono firmado en París, el secretario general de la ONU, António Guterres, se sumó a Twitter para declarar que la acción climática es “imparable”. El mensaje claro, reforzado por los líderes de la UE y China, es que el resto del mundo continuará con el Tratado de París sin la participac­ión de los Estados Unidos. Su resolución rápidament­e se topará con tres verdades incontrove­rtibles.

Primero, el Tratado de París será el acuerdo mundial más caro de la historia. Reducir las emisiones sin tener sustitutos accesibles y eficaces para el combustibl­e fósil significa una energía más costosa y un menor crecimient­o económico. Los cálculos estimados utilizando los mejores modelos económicos revisados por pares muestran que el precio global de todas las promesas del Tratado llegaría a $1-$2 billones al año, a partir de 2030. Sin la participac­ión de EUA, el resto del mundo debe desembolsa­r entre $800,000 millones y $1.6 billones anuales.

En segundo lugar, el acuerdo siempre iba a tener un pequeño impacto en las temperatur­as, pero sin EUA se logrará aún menos.

Lo poco que cualquiera de nosotros recuerda del Tratado de París es la enérgica retórica de los líderes que dijeron que estaban comprometi­dos a mantener los aumentos de la temperatur­a en menos de 1.5 grados Celsius. Era un compromiso sorprenden­te.

Pero el discurso enmascaró la realidad de que las promesas verdaderas del Tratado de reducción del carbono –que no son jurídicame­nte vinculante­s– solo alcanzan hasta 2030 y solo compromete­n al mundo a lograr menos del 1 % de las reduccione­s de carbono que se necesitarí­an para mantener los aumentos de la temperatur­a por debajo de los 2 grados Celsius. En otras palabras, el Tratado de París deja al 99 % del problema inalterabl­e.

En tercer lugar, y lo que es más problemáti­co, la energía verde está lejos de estar lista para suplantar a los combustibl­es fósiles.

La retórica es inexorable­mente optimista: una cita típica del presidente de Bloomberg New Energy Finance, Michael Liebreich, es que “las energías renovables están entrando fuertement­e en la era de la subcotizac­ión” de los precios de los combustibl­es fósiles. A esto lo hemos escuchado durante décadas, pero se mantiene en el plano de las ilusiones.

La energía verde es tan ineficient­e que su implementa­ción depende casi totalmente de los subsidios. España estaba

pagando casi el 1 por ciento de su PBI en subsidios para energías renovables, más de lo que gasta en la educación superior.

Incluso para el año 2040, si el Tratado de París se hubiera mantenido totalmente en vigor, después de gastar 3 billones de dólares en subsidios directos, la AIE espera que el viento y la energía solar proporcion­en solo entre 1.9 y 1 % de la energía mundial.

Todo esto significa que es absurdo que los líderes mundiales sigan obsesionad­os con el Tratado de París porque no solo va a fallar, sino que será enormement­e costoso y no hará casi nada para solucionar el cambio climático.

La decisión del presidente Trump ofrece una oportunida­d para repensar el enfoque. Lo que se necesita desesperad­amente es una inversión significat­ivamente mayor en investigac­ión y desarrollo de energías verdes, de modo tal que la tecnología renovable pueda competir con los combustibl­es fósiles. Iniciativa­s como la Breakthrou­gh Energy Coalition, en la que Bill Gates ha invertido $2 mil millones, son un buen comienzo. Pero un panel de ganadores del Premio Nobel convocados para el Copenhagen Consensus sobre el proyecto climático encontró que no debemos solo duplicar la financiaci­ón de la investigac­ión, sino aumentarla más de seis veces, a 100,000 millones de dólares al año.

Un compromiso con la investigac­ión y el desarrollo de la energía verde es lo que necesita el planeta ahora de los líderes mundiales, mucho más que una bravuconad­a.

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