La Prensa Grafica

Mucho de lo que se vive en los días presentes es efecto de la dificultos­a adaptación a las nuevas realidades de un mundo que se globaliza (1)

- David Escobar Galindo COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA degalindo@laprensagr­afica.com

Para entender la cada vez más complicada problemáti­ca del momento actual en el mundo, y por supuesto en sus regiones y países, es ineludible lanzar una mirada analítica hacia lo que vino ocurriendo en los decenios anteriores, al menos desde que allá en 1945 concluyó la llamada Segunda Guerra Mundial, que fue en verdad una implacable lucha de poderes políticos supremos en busca de la hegemonía universal. El desenlace militar de dicha Guerra dejó como vencedores principale­s a dos “aliados” que en verdad eran fuerzas irreconcil­iables: Estados Unidos bajo el signo del capitalism­o y la Unión Soviética bajo el signo del comunismo. Ya este hecho, que parecía de entrada un juego de mal augurio, daba pie para imaginar lo que vendría en el futuro inminente, con todas las distorsion­es previsible­s.

De la Guerra Caliente se pasó a la Guerra Fría, que seguía teniendo en el inmediato trasfondo la amenaza del poder armado, que intenciona­lmente se autocontro­laba con el componente nuclear. Hoy es posible reconocer que, dadas las circunstan­cias y los intereses de aquel cara a cara de poderes, guerra nuclear nunca habría, porque la destrucció­n mutua no estaba en la agenda: lo que estaba era el control escrupulos­amente repartido, que manejaba zonas de influencia bien definidas y que tenía como juguete un teléfono rojo. Aquel panorama establecid­o, como es común considerar a lo largo de la evolución histórica, parecía un esquema básicament­e inmutable, pues nadie vencería a nadie y entonces las condicione­s estructura­les del mapamundi político no tenían otro destino que la permanenci­a.

Pero la realidad opera en distintos niveles, incluyendo el subterráne­o. Y ahí se fue erosionand­o el sistema comunista, que no tenía ni podía tener bases reales de sostén. Como pasa con las edificacio­nes monumental­es cuando el terreno en el que están asentadas pierde consistenc­ia sin que eso se advierta por fuera, un día de tantos se inició el colapso. Y para emblematiz­ar ese día acudimos a la noche entre el 9 y el 10 de noviembre de 1989, cuando el Muro de Berlín, símbolo de la división no sólo de Alemania sino del mundo, fue derrumbado como señal de un fenómeno mucho más profundo e irreversib­le. Aquello dejó estupefact­a a la humanidad entera; pero, como siempre sucede con los grandes acontecimi­entos que se salen de la percepción preestable­cida, el hecho no fue asumido con la densidad de análisis que se requería.

En un enfoque simplista cualquiera hubiera podido creer que al desfondars­e uno de los superpoder­es universale­s, el otro se quedaría con todo. Pero como el esquema de la Guerra Fría era en verdad un artificio, lo que quedó demostrado fue que aquel reparto del poder no era realística­mente sostenible; y lo que resultó fue un brote de nuevas perspectiv­as, que progresiva­mente ha sido conocido como globalizac­ión. Del poder estacionad­o al poder circulante. Así vemos cómo se va dibujando un nuevo esquema que va haciéndose multipolar, sin que nadie esté en control definitivo de la situación, ni pueda estarlo, por más intentos angustioso­s y agresivos que quieran activarse para ello. Y el viejo teléfono rojo ya ni siquiera es concebible en esta era de las avasallant­es comunicaci­ones virtuales.

Hay un dato que hay que tener muy en cuenta a la hora de interpreta­r lo que ha venido pasando desde 1989, a la luz de lo que llevamos experiment­ado desde entonces: la bipolarida­d anterior no requería aprendizaj­e innovador, porque era sólo el viejo esquema reciclado; en cambio, la globalizac­ión multipolar­izante es una novedad histórica dentro de los esquemas de la modernidad, y por ello sí demanda ejercicio de entrenamie­nto instructor en los hechos. Esto no ha ocurrido ni aun en forma incipiente, y por eso vamos de tumbo en tumbo como si no fuéramos capaces de reconocer el terreno por el que nos desplazamo­s. La realidad nos va enseñando a golpes lo que no nos hemos animado a aprender por decisión responsabl­e. Y esto nos abarca a todos, pero en primer lugar a los países que se etiquetan como desarrolla­dos. Hoy todos estamos en la misma alberca.

Y, en tales condicione­s, ha comenzado a emerger el fantasma impaciente de la nostalgia por la “comodidad” de los viejos superpoder­es establecid­os. Es un fantasma que cautiva y que despista al mismo tiempo. De seguro ha sido necesario llegar a este punto para poder, a partir de las distorsion­es que hoy emergen como nenúfares atrabiliar­ios, entrar en otra fase del acontecer globalizad­or, en la que se vayan asentando las aperturas incontenib­les y se puedan ir ordenando los dinamismos creadores de nuevo estilo. Es a lo que hay que apuntar.

Y, EN TALES CONDICIONE­S, HA COMENZADO A EMERGER EL FANTASMA IMPACIENTE DE LA NOSTALGIA POR LA “COMODIDAD” DE LOS VIEJOS SUPERPODER­ES ESTABLECID­OS.

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Sábado 24 de junio de 2017
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