Mucho de lo que se vive en los días presentes es efecto de la dificultosa adaptación a las nuevas realidades de un mundo que se globaliza (1)
Para entender la cada vez más complicada problemática del momento actual en el mundo, y por supuesto en sus regiones y países, es ineludible lanzar una mirada analítica hacia lo que vino ocurriendo en los decenios anteriores, al menos desde que allá en 1945 concluyó la llamada Segunda Guerra Mundial, que fue en verdad una implacable lucha de poderes políticos supremos en busca de la hegemonía universal. El desenlace militar de dicha Guerra dejó como vencedores principales a dos “aliados” que en verdad eran fuerzas irreconciliables: Estados Unidos bajo el signo del capitalismo y la Unión Soviética bajo el signo del comunismo. Ya este hecho, que parecía de entrada un juego de mal augurio, daba pie para imaginar lo que vendría en el futuro inminente, con todas las distorsiones previsibles.
De la Guerra Caliente se pasó a la Guerra Fría, que seguía teniendo en el inmediato trasfondo la amenaza del poder armado, que intencionalmente se autocontrolaba con el componente nuclear. Hoy es posible reconocer que, dadas las circunstancias y los intereses de aquel cara a cara de poderes, guerra nuclear nunca habría, porque la destrucción mutua no estaba en la agenda: lo que estaba era el control escrupulosamente repartido, que manejaba zonas de influencia bien definidas y que tenía como juguete un teléfono rojo. Aquel panorama establecido, como es común considerar a lo largo de la evolución histórica, parecía un esquema básicamente inmutable, pues nadie vencería a nadie y entonces las condiciones estructurales del mapamundi político no tenían otro destino que la permanencia.
Pero la realidad opera en distintos niveles, incluyendo el subterráneo. Y ahí se fue erosionando el sistema comunista, que no tenía ni podía tener bases reales de sostén. Como pasa con las edificaciones monumentales cuando el terreno en el que están asentadas pierde consistencia sin que eso se advierta por fuera, un día de tantos se inició el colapso. Y para emblematizar ese día acudimos a la noche entre el 9 y el 10 de noviembre de 1989, cuando el Muro de Berlín, símbolo de la división no sólo de Alemania sino del mundo, fue derrumbado como señal de un fenómeno mucho más profundo e irreversible. Aquello dejó estupefacta a la humanidad entera; pero, como siempre sucede con los grandes acontecimientos que se salen de la percepción preestablecida, el hecho no fue asumido con la densidad de análisis que se requería.
En un enfoque simplista cualquiera hubiera podido creer que al desfondarse uno de los superpoderes universales, el otro se quedaría con todo. Pero como el esquema de la Guerra Fría era en verdad un artificio, lo que quedó demostrado fue que aquel reparto del poder no era realísticamente sostenible; y lo que resultó fue un brote de nuevas perspectivas, que progresivamente ha sido conocido como globalización. Del poder estacionado al poder circulante. Así vemos cómo se va dibujando un nuevo esquema que va haciéndose multipolar, sin que nadie esté en control definitivo de la situación, ni pueda estarlo, por más intentos angustiosos y agresivos que quieran activarse para ello. Y el viejo teléfono rojo ya ni siquiera es concebible en esta era de las avasallantes comunicaciones virtuales.
Hay un dato que hay que tener muy en cuenta a la hora de interpretar lo que ha venido pasando desde 1989, a la luz de lo que llevamos experimentado desde entonces: la bipolaridad anterior no requería aprendizaje innovador, porque era sólo el viejo esquema reciclado; en cambio, la globalización multipolarizante es una novedad histórica dentro de los esquemas de la modernidad, y por ello sí demanda ejercicio de entrenamiento instructor en los hechos. Esto no ha ocurrido ni aun en forma incipiente, y por eso vamos de tumbo en tumbo como si no fuéramos capaces de reconocer el terreno por el que nos desplazamos. La realidad nos va enseñando a golpes lo que no nos hemos animado a aprender por decisión responsable. Y esto nos abarca a todos, pero en primer lugar a los países que se etiquetan como desarrollados. Hoy todos estamos en la misma alberca.
Y, en tales condiciones, ha comenzado a emerger el fantasma impaciente de la nostalgia por la “comodidad” de los viejos superpoderes establecidos. Es un fantasma que cautiva y que despista al mismo tiempo. De seguro ha sido necesario llegar a este punto para poder, a partir de las distorsiones que hoy emergen como nenúfares atrabiliarios, entrar en otra fase del acontecer globalizador, en la que se vayan asentando las aperturas incontenibles y se puedan ir ordenando los dinamismos creadores de nuevo estilo. Es a lo que hay que apuntar.
Y, EN TALES CONDICIONES, HA COMENZADO A EMERGER EL FANTASMA IMPACIENTE DE LA NOSTALGIA POR LA “COMODIDAD” DE LOS VIEJOS SUPERPODERES ESTABLECIDOS.