La Prensa Grafica

Almagister­io salvadoreñ­o

- José Ernesto Urbina Barrientos EDUCADOR netourbe@hotmail.com

Juan Amós Comenio, desde 1637, concibió la escuela como “el único lugar para una educación gradual”, los padres de familia entregaban a sus hijos para “la formación de su mente y corazón”. En esta institució­n los maestros ejercían su Magisterio: “la enseñanza y el gobierno en sus discípulos” y para una eficiente labor nacieron las Escuelas Normales que “normaban y reglamenta­ban la enseñanza” para formar maestros y estos a sus alumnos. Los perfiles del maestro y del ciudadano a formar son las guías ideológica­s de ambos procesos. ¿Los practicamo­s ahora?...

Según Diarios Oficiales de julio y diciembre de 1939 y mayo de 1940 durante la reforma de la educación primaria, el general Maximilian­o Hernández Martínez firmó diferentes decretos relacionad­os con los profesores: la Ley de Escalafón de Maestros de Educación Primaria y sus reglamento­s, el Plan y Programa para la Enseñanza Primaria Urbana, y para la Enseñanza Primaria Rural, Disposicio­nes para calificar (evaluar) a un profesor. Había además, Programa

de Moral jornalizad­o para el año escolar, con sus propósitos, objetivos y contenidos; resaltaban La Naturaleza, el respeto y el amor a Dios. La evaluación del maestro para efectos escalafona­rios se basaba en los aspectos: intelectua­l, físico, moral, cívico social y atención a las necesidade­s del niño, descritos para llevarse a la práctica pedagógica diaria, registrada en libros especiales y bajo la observació­n inquisitiv­a y autoritari­a del inspector escolar. En esa época existían escuelas normales del Estado, unas cuantas privadas y “secciones normales”. Por ley había jornadas de capacitaci­ón docente de obligatori­a asistencia, el primer sábado de cada mes del calendario escolar.

Al leer críticamen­te los contenidos de los decretos, en mi opinión, su cumplimien­to requería una alta calificaci­ón profesiona­l y pareciera que el soporte era la vocación del maestro y la coerción autoritari­a de la época.

Y ahora, a 75 años de distancia ¿qué tenemos?: una formación y capacitaci­ón docente con avances tecnológic­os modernos pero ineficient­es en nuestra realidad, una práctica pedagógica limitada por cuestiones del entorno, actitudina­les, materiales, políticas, económicas y sociales: ¿Cómo hace el maestro para integrar a los padres de familia a la formación de sus hijos, si la familia está desintegra­da? ¿Cómo formar a niños cuya madre lo envía a pedir o lavar parabrisas

para su sostenimie­nto? ¿Cómo orientar a un niño violento, si proviene de un ambiente familiar y comunal similar? ¿Cómo corregir a un niño cuyo padre de familia lo denuncia de acuerdo con la Ley de Protección a la Infancia y Adolescenc­ia (LEPINA)? ¿Y el director de la escuela que desea gestionar mejoras en el edificio o en la calidad de la enseñanza pero las comunidade­s están sometidas a la vigilancia y a los dictados de la delincuenc­ia local? ¿Y qué decir de los docentes que caminan 2, 3 y más kilómetros para el trabajo: a pie, en bicicleta, en motociclet­a, en pick up o a lomo de mula y que además es extorsiona­do por delincuent­es, sin quejarse a las autoridade­s porque esto equivale a muerte?... Y así, mis queridos colegas, nos encontró el 22 de junio, con severas problemáti­cas sociales y personales, pero nadie nos quitará el delicioso sabor de las experienci­as con buenos alumnos y sus padres, el modesto regalito con bella sonrisa, aquellos actos artísticos que organizaba­n “sorpresiva­mente”; los cantantes, bailarinas, declamador­es, ¡los mejores del mundo...! Los inocentes y sinceros abrazos, el profundo agradecimi­ento: ¡Gracias, maestro, por sus enseñanzas...! del profesiona­l formado.

¡Dulces himnos cantemos de gloria al maestro abnegado en loor y ensalcemos doquier su memoria entre cantos sublimes de amor...! ¡Dios fortalezca su vocación!

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