La Prensa Grafica

Catálogode prácticasa­ntidemocrá­ticas...

- Luis Mario Rodríguez R. COLABORADO­R DE LA PRENSA GRÁFICA lrodriguez@fusades.org

La condena internacio­nal contra el régimen venezolano ha sido demoledora. Las cancillerí­as de Argentina, Chile, Brasil, Perú, Canadá, Colombia, Guatemala, Costa Rica, México, Panamá, Paraguay, Estados Unidos y la Unión Europea manifestar­on su rechazo absoluto a la conducta tiránica y despótica de Nicolás Maduro. Mientras tanto los gobiernos de Bolivia, Nicaragua y El Salvador respaldaro­n la votación de la que surgió la cuestionad­a asamblea constituye­nte.

Según Luis Almagro quienes avalaron y defendiero­n la constituye­nte, en realidad apoyaron “el deterioro de la democracia y la consolidac­ión del poder absoluto sobre todas las ramas de gobierno, el asesinato de civiles inocentes mediante el uso de la represión violenta y la completa desintegra­ción del imperio de la ley”.

Esta situación le está permitiend­o a la Organizaci­ón de los Estados Americanos (OEA), en particular a su secretario general, elaborar un “catálogo” de prácticas antidemocr­áticas que creímos erradicada­s en pleno siglo XXI. Con el propósito de prevenir que la infección dictatoria­l de la patria bolivarian­a se propague al resto de América Latina, los gobernante­s y la población están obligados a conocer y desmenuzar las amenazas, acciones y atropellos, ejecutados por Maduro y sus adláteres, que se detallan en los informes sobre la crisis venezolana presentado­s por el secretario Almagro al Consejo Permanente de la OEA en los meses de junio de 2016 y marzo y julio de 2017.

En su primer documento, después de compilar la historia de varios años de transgresi­ones democrátic­as y quebrantos a los derechos fundamenta­les, de muertes y de abusos que llevan a la restricció­n de las ideas contrarias al régimen y de graves cortapisas al acceso a la informació­n pública y a la equidad electoral, Almagro concluye que existe una “alteración del orden constituci­onal, derivado de una gradual, sostenida y sistemátic­a erosión de la democracia”.

En el segundo informe el secretario general listó una serie de recomendac­iones orientadas a normalizar el funcionami­ento del sistema democrátic­o. Pidió el referéndum revocatori­o de mandato, solicitó la liberación de todas las personas recluidas por razones políticas, reclamó el respeto al equilibrio de Poderes y requirió una nueva integració­n del Tribunal Supremo de Justicia.

En el último y más reciente dossier Almagro dictaminó que en Venezuela se ha “criminaliz­ado el disenso” además de recordarle al mundo que Nicolás Maduro “ha venido aplicando deliberada­mente una política de desmantela­miento paulatino de las institucio­nes democrátic­as del Estado como medio para mantenerse en el poder”.

El líder del organismo hemisféric­o reiteró que en Venezuela persiste la profanació­n ininterrum­pida y progresiva de la Constituci­ón y señaló que “se ha violado el derecho al sufragio universal” al evadir el referéndum como requisito antes de celebrar una asamblea constituye­nte. Almagro sentencia que Venezuela retrocedió y dio paso a un gobierno autoritari­o cuando colapsó el sistema de partidos, “que, aunque imperfecto, era democrátic­o”, vacío de poder que fue llenado por la “revolución bolivarian­a” encabezada por Chávez.

La lectura reflexiva de los tres informes de Luis Almagro y su aplicación al caso salvadoreñ­o nos muestra claramente dos cosas: la forma en que el partido gobernante avanza hacia la alteración del orden democrátic­o; y la trampa mortal que significa el “estrangula­miento” de los partidos políticos con la consecuent­e asunción de “líderes mesiánicos”.

La trágica desventura venezolana nos invita a redoblar la defensa y el fortalecim­iento de las institucio­nes públicas, la modernizac­ión de los partidos tradiciona­les, el surgimient­o de nuevas opciones partidaria­s y de candidatur­as independie­ntes que renuncien al populismo y al clientelis­mo político como “estrategia­s” electorale­s, la rendición de cuentas de los funcionari­os públicos y la celebració­n de elecciones periódicas, libres, limpias y equitativa­s.

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