La hora de la ilusión
Como bien destaca el filósofo español Julián Marías en su “Breve Tratado de la Ilusión”, este término tiene en el idioma castellano un significado que no existe en ninguna otra lengua. Lo común es identificar la ilusión con el engaño; lo excepcional es identificarla con la esperanza. La lengua castellana recoge esta última significación y le da una connotación positiva de altísimo relieve. El Diccionario dice al respecto que ilusión es “Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”. Y agrega que es “Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.”. Al realizar un ojeo sobre lo más preciado de nuestras formas posibles de dimensionar y encarar la cotidianidad, que es el espacio disponible para todos, van haciéndose visibles algunos instrumentos fundamentales para manejar en nuestro beneficio los factores anímicos que toman preeminencia. La ilusión es uno de ellos. ¿Y por qué lo es? Sencillamente porque la ilusión viene a ser una especie de combustible virtuoso que ejerce, entre otras, funciones depurativas en el sentido más iluminador del término. Tener ilusión es mover anhelo, es potenciar confianza, es fertilizar inspiración, es invocar armonía... Los desilusionados crónicos duermen sobre una almohada de piedra y despiertan entre un aire cargado de efluvios tóxicos. Como es propio de lo humano, no todas las ilusiones se cumplen; pero cuando una de ellas lo hace es como si apareciera el arco iris entre la nublazón. Nunca hay que soltar el amparo de las ilusiones, sabiendo que ese amparo sólo funciona de veras cuando se camina sobre los terrenos de la realidad. La hora de la ilusión es, pues, cada hora. No lo olvidemos ni un segundo.