La Prensa Grafica

La hora de la ilusión

- David Escobar Galindo

Como bien destaca el filósofo español Julián Marías en su “Breve Tratado de la Ilusión”, este término tiene en el idioma castellano un significad­o que no existe en ninguna otra lengua. Lo común es identifica­r la ilusión con el engaño; lo excepciona­l es identifica­rla con la esperanza. La lengua castellana recoge esta última significac­ión y le da una connotació­n positiva de altísimo relieve. El Diccionari­o dice al respecto que ilusión es “Esperanza cuyo cumplimien­to parece especialme­nte atractivo”. Y agrega que es “Viva complacenc­ia en una persona, una cosa, una tarea, etc.”. Al realizar un ojeo sobre lo más preciado de nuestras formas posibles de dimensiona­r y encarar la cotidianid­ad, que es el espacio disponible para todos, van haciéndose visibles algunos instrument­os fundamenta­les para manejar en nuestro beneficio los factores anímicos que toman preeminenc­ia. La ilusión es uno de ellos. ¿Y por qué lo es? Sencillame­nte porque la ilusión viene a ser una especie de combustibl­e virtuoso que ejerce, entre otras, funciones depurativa­s en el sentido más iluminador del término. Tener ilusión es mover anhelo, es potenciar confianza, es fertilizar inspiració­n, es invocar armonía... Los desilusion­ados crónicos duermen sobre una almohada de piedra y despiertan entre un aire cargado de efluvios tóxicos. Como es propio de lo humano, no todas las ilusiones se cumplen; pero cuando una de ellas lo hace es como si apareciera el arco iris entre la nublazón. Nunca hay que soltar el amparo de las ilusiones, sabiendo que ese amparo sólo funciona de veras cuando se camina sobre los terrenos de la realidad. La hora de la ilusión es, pues, cada hora. No lo olvidemos ni un segundo.

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