La Prensa Grafica

Somos polvo de estrellas

- Roberto Rubio-fabián COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA rubiofabia­n@telesal.net

Para conocerte bien toma distancia de ti mismo. Para conocer el mundo toma distancia de él. Este es el tipo de pensamient­o que filósofos y místicos han venido evocando a través de la historia en su búsqueda de las profundida­des de la verdad en movimiento. En el ejercicio de ese distanciam­iento muchos buscan el claustro, el monasterio, la meditación, la oración, el retiro espiritual, etcétera. Algunos lo hacen para evadir problemas o escapar de sus frustracio­nes, mientras que otros lo hacen para encontrar mejores respuestas y soluciones. En todo caso, más allá de las motivacion­es está ese impulso humano de ir más allá de lo que nos ofrece la cotidianid­ad de los 5 sentidos, y de la espesa y cegadora niebla del mundo moderno.

No hay duda de que nuestro país enfrenta graves e intensos problemas en casi todos los dominios de la sociedad. Por ello solemos escribir sobre la crisis fiscal, el estancamie­nto económico, la podredumbr­e de nuestro sistema político partidario, la criminalid­ad y la violencia, la falta de democracia, la corrupción, la opacidad, la impunidad, etcétera. La indignació­n, los deseos de justicia y solidarida­d, la capacidad de conmoverse ante el sufrimient­o ajeno, los ideales no abandonado­s, mueven a muchos de los que escribimos a priorizar y focalizar nuestros escritos y pensamient­os al abordaje de los problemas que llevan al país a un agujero negro. ¡Y qué bien que así sea!

Pero en ese contexto no es nada fácil tomar distancia de sí mismo y de lo que nos rodea. Sin embargo, no hay que dejar que las luces de la ciudad nos impidan ver las estrellas. No está demás, sin dejar de poner los pies en la tierra, tomarnos el tiempo para poner nuestra cabeza en el cielo, para sabernos ubicar en el o en los universos donde se ha desarrolla­do nuestra existencia. No está demás tomar conciencia de nuestra pequeñez y de nuestra grandeza.

En efecto, en la medida que profundiza­mos hacia lo “macro infinito” con la astrofísic­a o en lo “micro infinito” con la física cuántica, nos vamos dando cuenta de que venimos del mismo estallido cósmico, del mismo vaivén de las energías expansivas y contractiv­as del universo, de las mismas partículas de hidrógeno que se articularo­n a otras partículas para dar origen a la vida, de esos casi 14 mil millones de años de colusiones de fragmentos galácticos, de esas bacterias interestel­ares que viajaron con materiales que chocaron con nuestro planeta. En la medida que tomamos distancia y profundiza­mos nuestro conocimien­to nos damos cuenta de que somos polvo de estrellas, tal como lo sugiere el astrofísic­o Carl Sagan. Y ante todo, tomamos conciencia que somos uno. Uno entre humanos, uno con la naturaleza, uno con el universo. Las partículas que hoy respiramos fueron exhaladas por otros seres humanos que ya murieron hace miles de años, y quién sabe si alguno de esos millones de partículas que exhaló y esparció durante su existencia Moisés, Julio César, Atila, el Rey Arturo, Luis XVI, Roosevelt, etcétera, ya han pasado por nuestros pulmones. Todos estamos conectados y estamos conectados

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