Somos polvo de estrellas
Para conocerte bien toma distancia de ti mismo. Para conocer el mundo toma distancia de él. Este es el tipo de pensamiento que filósofos y místicos han venido evocando a través de la historia en su búsqueda de las profundidades de la verdad en movimiento. En el ejercicio de ese distanciamiento muchos buscan el claustro, el monasterio, la meditación, la oración, el retiro espiritual, etcétera. Algunos lo hacen para evadir problemas o escapar de sus frustraciones, mientras que otros lo hacen para encontrar mejores respuestas y soluciones. En todo caso, más allá de las motivaciones está ese impulso humano de ir más allá de lo que nos ofrece la cotidianidad de los 5 sentidos, y de la espesa y cegadora niebla del mundo moderno.
No hay duda de que nuestro país enfrenta graves e intensos problemas en casi todos los dominios de la sociedad. Por ello solemos escribir sobre la crisis fiscal, el estancamiento económico, la podredumbre de nuestro sistema político partidario, la criminalidad y la violencia, la falta de democracia, la corrupción, la opacidad, la impunidad, etcétera. La indignación, los deseos de justicia y solidaridad, la capacidad de conmoverse ante el sufrimiento ajeno, los ideales no abandonados, mueven a muchos de los que escribimos a priorizar y focalizar nuestros escritos y pensamientos al abordaje de los problemas que llevan al país a un agujero negro. ¡Y qué bien que así sea!
Pero en ese contexto no es nada fácil tomar distancia de sí mismo y de lo que nos rodea. Sin embargo, no hay que dejar que las luces de la ciudad nos impidan ver las estrellas. No está demás, sin dejar de poner los pies en la tierra, tomarnos el tiempo para poner nuestra cabeza en el cielo, para sabernos ubicar en el o en los universos donde se ha desarrollado nuestra existencia. No está demás tomar conciencia de nuestra pequeñez y de nuestra grandeza.
En efecto, en la medida que profundizamos hacia lo “macro infinito” con la astrofísica o en lo “micro infinito” con la física cuántica, nos vamos dando cuenta de que venimos del mismo estallido cósmico, del mismo vaivén de las energías expansivas y contractivas del universo, de las mismas partículas de hidrógeno que se articularon a otras partículas para dar origen a la vida, de esos casi 14 mil millones de años de colusiones de fragmentos galácticos, de esas bacterias interestelares que viajaron con materiales que chocaron con nuestro planeta. En la medida que tomamos distancia y profundizamos nuestro conocimiento nos damos cuenta de que somos polvo de estrellas, tal como lo sugiere el astrofísico Carl Sagan. Y ante todo, tomamos conciencia que somos uno. Uno entre humanos, uno con la naturaleza, uno con el universo. Las partículas que hoy respiramos fueron exhaladas por otros seres humanos que ya murieron hace miles de años, y quién sabe si alguno de esos millones de partículas que exhaló y esparció durante su existencia Moisés, Julio César, Atila, el Rey Arturo, Luis XVI, Roosevelt, etcétera, ya han pasado por nuestros pulmones. Todos estamos conectados y estamos conectados