Laasunción demaría
El 15 de agosto hemos celebrado con la Iglesia Universal la solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo.
En una de sus homilías el papa Benedicto XVI decía: “El 1 de noviembre de 1950, el venerable papa Pío XII proclamó como dogma que la Virgen María «terminado el curso de su vida terrestre fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial»”.
Esta verdad de fe era conocida por la Tradición, afirmada por los Padres de la Iglesia, y era sobre todo un aspecto relevante del culto tributado a la Madre de Cristo.
Por eso la constitución apostólica de su proclamación afirma que el dogma es «para honor del Hijo, para glorificación de la Madre y para alegría de toda la Iglesia».
Así se expresó en la forma dogmática lo que ya se había celebrado en el culto y en la devoción del pueblo de Dios como la más alta y estable glorificación de María.
Y, en el Evangelio, María misma pronuncia proféticamente algunas palabras que orientan en esta perspectiva. Dice: «Desde ahora me felicitarán todas la generaciones». Es una profecía para toda la historia de la Iglesia.
Las palabras de María dicen que es un deber de la Iglesia recordar la grandeza de la Virgen por la fe. Así pues, esta solemnidad es una invitación a alabar a Dios, a contemplar la grandeza de la Virgen, porque es en el rostro de los suyos donde conocemos quién es Dios.
Pero, ¿por qué María es glorificada con la asunción al cielo? San Lucas ve la raíz de la exaltación y de la alabanza a María en la expresión de Isabel: «Bienaventurada la que ha creído». Y el Magníficat, este canto al Dios vivo y operante en la historia, es un himno de fe y de amor, que brota del corazón de la Virgen.
Pero ¿qué nos da la Asunción de María? En primer lugar, en la Asunción vemos que en Dios hay espacio para el hombre; Dios mismo es la casa con muchas moradas de la que habla Jesús; Dios es la casa del hombre, en Dios hay espacio de Dios para el hombre; en el hombre hay espacio para Dios. También esto lo vemos en María, el Arca santa que lleva la presencia de Dios. Así, la fe, la esperanza y el amor se combinan.
Hoy se habla mucho de un mundo mejor, que todos anhelan: sería nuestra esperanza. No sabemos si este mundo mejor vendrá y cuándo vendrá. Lo seguro es que un mundo que se aleja de Dios no se hace mejor, sino peor. Solo la presencia de Dios puede garantizar también un mundo bueno.
Así pues, corazón grande, presencia de Dios en el mundo, espacio de Dios en nosotros y espacio de Dios para nosotros, esperanza, Dios nos espera: esta es la sinfonía de esta fiesta, la indicación que nos da la meditación de esta solemnidad.
María es aurora y esplendor de la Iglesia triunfante; ella es el consuelo y la esperanza del pueblo todavía peregrino, dice el Prefacio de la Misa de la Asunción de María.
Encomendémonos a su intercesión maternal, para que nos obtenga del Señor reforzar nuestra fe en la vida eterna; para que nos ayude a vivir bien el tiempo que Dios nos ofrece con esperanza.
Una esperanza cristiana, que no es solo nostalgia del cielo, sino también deseo vivo y operante de Dios aquí en el mundo, que nos hace peregrinos incansables, alimentando en nosotros la valentía y la fuerza de la fe, que al mismo tiempo lo es del amor.