Meditemos en el evangelio de san Mateo 15, 21-28
La oración de necesidad, la primera moneda. Señor, una mujer cananea con una hija enferma, que parece poseída por el demonio, te aborda y te ruega insistentemente. La oración de la cananea es una de esas súplicas conmovedoras del Evangelio que expresan claramente una oración de petición, es la oración de una mamá que pide por su hija.
Había oído hablar mucho de ti y de tus milagros, y había pensado: “¿por qué no va a atender mi necesidad y mi ruego?” No se queda en “¿con qué cara me presento?” No se deja acobardar, no titubea. La fe y humildad, la segunda moneda: una profunda fe y la confianza propia de las almas humildes: “Ten compasión de mí, Señor, hijo de David”. Pero sus ruegos van a encontrarse con serias dificultades, solo las almas que tienen fe y confianza humilde siguen adelante. Nos encontramos con un primer contratiempo: Jesús no respondes a sus gritos. Te haces el sordo, el desentendido. Cuántas veces no escuchamos a Dios, te sentimos lejos y se produce en nuestro interior un gran desánimo y comenzamos a quejarnos. La mujer sigue, grita, pide, insiste. Tenemos un segundo contratiempo: los discípulos quieren que ya no moleste. “Despáchala para que no grite” (san Mateo 15, 23). El lenguaje es claro y excluyente: “despáchala”. ¿Despreciamos nosotros a aquellos que nos parecen inferiores, que son de otro redil, de otra confesión religiosa u otro nivel cultural, olvidando lo que nos dice san Pablo que Dios quiere que todos se salven? Tu respuesta parece una pedrada, un desprecio: “He sido enviado solo a las ovejas de Israel” (san Mateo 15, 24). No desprecias: solo reclamas humildad, mansedumbre, constancia. Es la gran lección para tus apóstoles y para todo cristiano. La cananea se humilla, se postra, insiste: “socórreme, Señor”.
“No es justo arrojar el pan de los hijos a los perros”, le dice (san Mateo 15, 26 ). La cananea acepta la humillación, demuestra su gran temple, contesta de modo admirable, sencillo, confiado, sin inmutarse. “También los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de los amos”. La constancia, la tercera moneda: la actitud de constancia de la cananea ha abierto el corazón, el amor de Dios: “Mujer, cuán grande es tu fe” (san Mateo 15, 28). “Mujer, qué hermosa es tu humildad”. Aquí te vemos, Señor, nuevamente interviniendo para dar una lección a tus apóstoles. “Te hablo, cananea, para que me entiendas, Pedro”, lo vemos tan claro cuando el domingo pasado le dices a Pedro “hombre de poca fe”, una buena lección de humildad y de reconocimiento para los apóstoles. Hoy, Señor, mi propósito es dirigirme a ti y postrarme con humildad, fe y constancia, sabiendo que tú conoces mis necesidades y sufrimientos. Haré un acto de abandono total a ti, sabiendo que tú tienes el mando sobre todas las situaciones de mi vida.
(Legionofchrist.com; Regnumchristi.com).