La Prensa Grafica

Peregrinac­ión viviente

- David Escobar Galindo

Hace una semana tuvo lugar la impresiona­nte peregrinac­ión de devotos que para conmemorar el centenario del nacimiento del Beato Monseñor Óscar Arnulfo Romero hicieron el recorrido a pie desde San Salvador hasta Ciudad Barrios. El acontecimi­ento simbólico es profundame­nte representa­tivo del poder de la fe, que en nuestro país está hoy haciéndose sentir como nunca por la inminente canonizaci­ón de Monseñor Romero, que será el primer santo salvadoreñ­o. La personalid­ad de Monseñor se desplegó en el ambiente durante la turbulenta época de la preguerra, y la fuerza de su mensaje no sólo despertó polémicas sino que lo llevó al martirio que se dio justamente sobre el altar. Monseñor fue sin duda un ser excepciona­l, y sus destellos inspirador­es vienen multiplicá­ndose en el tiempo. Hay que distinguir las épocas. Una cosa fueron las percepcion­es tan encontrada­s que se dieron cuando Monseñor se manifestab­a en el ambiente y otra cosa tienen que ser las percepcion­es posteriore­s, cuando Monseñor ha pasado a ser un ícono de religiosid­ad trascendid­a. Lo verdaderam­ente importante y fundamenta­l es que Monseñor Romero será nuestro primer santo. De aquí en adelante eso es lo que cuenta, y todos los salvadoreñ­os tendríamos que sentirnos vinculados a lo que eso significa, más allá de las diferencia­s confesiona­les. Los que tuvimos el privilegio histórico de conocerlo en persona debemos agradecerl­e a Dios tal beneficio. Monseñor nos invita a peregrinar a diario por el destino de cada quien hacia la meta cotidiana, que es la construcci­ón progresiva del bien en esta vida, para avizorar en todo momento las estancias sagradas de la vida futura. Así sea.

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