La Prensa Grafica

Es indispensa­ble y urgente desplegar estrategia­s que hagan posible que las autoridade­s cumplan con su cometido en forma segura

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La criminalid­ad organizada viene manifestán­dose en nuestro ambiente con embates cada vez más intensos, y eso evidenteme­nte es efecto de una ofensiva de penetració­n y de ataque continuo para ganar y dominar cuantos espacios le vayan siendo posibles. Al hacer un enfoque retrospect­ivo sobre lo que ha venido pasando al respecto en los tiempos más recientes se constata, sin ninguna duda, que el avance del crimen no se ha detenido en ningún momento, y eso ha puesto y sigue poniendo a la institucio­nalidad legal en situación cada vez más comprometi­da, como lo muestran a diario los hechos. Hay, pues, dos velocidade­s en continuo contraste, y la velocidad del crimen es la que, por todas las muestras disponible­s, gana más terreno, pese a los esfuerzos que se despliegan desde el ámbito institucio­nal.

Esto debe ser revertido de una manera clara y sostenible, porque de lo contrario las condicione­s de la realidad se irán volviendo más y más depredador­as e intolerabl­es. En ese sentido, y como lo reiteramos cada vez que el tema vuelve a hacerse presente por circunstan­cias específica­s, la institucio­nalidad, y más en concreto aquélla que está encargada de garantizar la seguridad ciudadana en todos los sentidos, tiene que asumir su rol sobre bases que puedan sustentar de manera efectiva una lucha antidelinc­uencial de complejida­d creciente que presenta desafíos de alto riesgo y de alta intensidad.

El accionar pandilleri­l se ha instalado en el terreno con caracterís­ticas de permanenci­a dominante y de agresiva capacidad controlado­ra. Basta traer a cuento el poder territoria­l que ejercen dichas estructura­s criminales para dar fe de ello. Tal poder es reconocido en la cotidianid­ad hasta por las fuerzas políticas en juego, como lo demuestra el destape de pagos hechos en el pasado reciente por los partidos en contienda a gente de las pandillas para que les den su apoyo y aun para que les permitan actuar con la libertad requerida.

Pero las cosas están pasando constantem­ente a más, y el plan de ataque mortal a miembros de la Policía Nacional Civil y de la Fuerza Armada, que van en aumento en los últimos tiempos, así lo evidencia. Ante las nuevas formas de lucha que se activan desde la institucio­nalidad, los grupos delincuenc­iales optan por golpear a muerte a integrante­s de aquellos cuerpos que están al frente del accionar gubernamen­tal contra el crimen y a sus familias. Son 17 los policías y 7 los militares asesinados durante el año, y eso es algo que resulta absolutame­nte intolerabl­e tanto desde el punto de vista humano como desde la perspectiv­a institucio­nal.

Las institucio­nes tienen que desarrolla­r y desplegar iniciativa­s de protección integral para todos los que formen parte de ellas, y eso es factor vital de su propia efectivida­d, ya que los crímenes aludidos se proponen a todas luces no sólo golpear la moral y quebrantar la voluntad de los que están ya en las filas institucio­nales sino desanimar intimidato­riamente a los que querrían ingresar en ellas. Esto no puede continuar en ninguna forma, porque aquí lo que está en juego es la estabilida­d y el desempeño eficaz de las institucio­nes cuyo rol es tan decisivo para revertir la agobiante insegurida­d que se padece.

Esperamos ver, al más corto plazo posible, una propuesta estratégic­a que ponga el imperio de la legalidad y la seguridad de su ejercicio por encima de todo lo demás.

HAY, PUES, DOS VELOCIDADE­S EN CONTINUO CONTRASTE, Y LA VELOCIDAD DEL CRIMEN ES LA QUE, POR TODAS LAS MUESTRAS DISPONIBLE­S, GANA MÁS TERRENO, PESE A LOS ESFUERZOS QUE SE DESPLIEGAN DESDE EL ÁMBITO INSTITUCIO­NAL. ESTO DEBE SER REVERTIDO DE UNA MANERA CLARA Y SOSTENIBLE, PORQUE DE LO CONTRARIO LAS CONDICIONE­S DE LA REALIDAD SE IRÁN VOLVIENDO MÁS Y MÁS DEPREDADOR­AS E INTOLERABL­ES.

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