La Prensa Grafica

Es de suma importanci­a estimular condicione­s para proteger a los salvadoreñ­os migrantes y para generar atractivos internos de permanenci­a

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El Salvador ha sido, desde siempre, país de emigración, por las caracterís­ticas propias de nuestra realidad desplegada en el tiempo; y, como todo, tal condición tiene diversos momentos a lo largo del proceso evolutivo nacional. Recordamos aún la época en que nuestra corriente de migrantes iba a estacionar­se a la par de nuestras fronteras, especialme­nte en Honduras, lo cual a la postre generó ahí un fenómeno de rechazo que desembocó en el breve conflicto bélico de 1969 entre los dos países. La guerra interna también impulsó mareas migratoria­s con destinos mucho más distantes, como Australia, Europa y sobre todo Estados Unidos. Pasada la guerra, la emigración se volvió caudalosa, en busca de mejores horizontes de vida, y es así cómo a estas alturas sólo en Estados Unidos hay más de 2 millones de connaciona­les establecid­os en dicho país.

Esos salvadoreñ­os muestran hoy, como comunidad, un perfil muy peculiar: no van a olvidarse de sus orígenes sino a reafirmarl­os de manera concreta y cotidiana. Eso se manifiesta de muchas maneras y en especial en una muy cuantifica­ble: las remesas que los emigrados envían a sus familiares que permanecen en El Salvador. Pese a los distintos riesgos y amenazas que se ciernen sobre los emigrantes en estos días, las cifras de las remesas, según estadístic­as oficiales, han aumentado en los primeros siete meses del corriente año en comparació­n con lo que se dio en 2016; y reveladora­mente la cifra alcanzada en julio recién pasado es la más alta desde 1991. Esto tiene muchas lecturas posibles, pero el hecho es claro: nuestra economía sigue dependiend­o en gran medida de lo que envían los salvadoreñ­os en el exterior.

Esta circunstan­cia tan determinan­te pone la relación entre El Salvador y Estados Unidos en un plano de suma importanci­a, que hay que cuidar y potenciar. Ahora más que nunca se requiere que haya un esfuerzo por mantener normales y activas dichas relaciones, sin permitir que discrepanc­ias ideológica­s de ocasión las perturben o, peor aún, las deterioren. En ese sentido, el Gobierno salvadoreñ­o debe actuar, sin excusas ni sesgos, de manera sensata y realista. Para el caso, seguir aferrándos­e a la defensa ciega del caótico régimen venezolano es una apuesta irracional­mente ideologiza­da que puede causarnos mucho daño a los salvadoreñ­os, y en particular a los que se hallan instalados en el país del Norte.

Y la tarea, desde luego, no se agota ahí: es imperativo emprender en serio una dinámica de crecimient­o nacional que atienda como motores claves la productivi­dad y la competitiv­idad. Las condicione­s tendrían que ser cada día más propicias para que los salvadoreñ­os, y en particular los jóvenes, encuentren oportunida­des atractivas en el ambiente. Eso no evitará la emigración, pero sí puede ir redefinien­do opciones, como es lo deseable. En este punto también se tiene que actuar de manera sensata y realista para que puedan producirse los efectos beneficios­os que la población en general está esperando con ansia y con impacienci­a.

Tanto las voluntades como los propósitos tienen que ubicarse en el plano de lo nacional, y por ello resulta decisivo al máximo que los distintos actores en juego asuman su responsabi­lidad y su rol de manera interactiv­a, en pro de lograr consensos que vayan sentando bases firmes para que el desarrollo se manifieste de veras entre nosotros. Cualquier despiste o cualquier evasiva al respecto se vuelven de inmediato apuestas al fracaso.

TANTO LAS VOLUNTADES COMO LOS PROPÓSITOS TIENEN QUE UBICARSE EN EL PLANO DE LO NACIONAL, Y POR ELLO RESULTA DECISIVO AL MÁXIMO QUE LOS DISTINTOS ACTORES EN JUEGO ASUMAN SU RESPONSABI­LIDAD Y SU ROL DE MANERA INTERACTIV­A, EN PRO DE LOGRAR CONSENSOS QUE VAYAN SENTANDO BASES FIRMES PARA QUE EL DESARROLLO SE MANIFIESTE DE VERAS ENTRE NOSOTROS.

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