Epidemiade terrorismo
Medio millón de personas marchó ayer en Barcelona para condenar el ataque terrorista en las famosas Ramblas de esa ciudad, que dejaron el saldo de 15 personas muertas y 120 heridas.
Es, sencillamente, impresionante. Cuando una sociedad se une para condenar el terrorismo los efectos son poderosos. No hay lugar para dudas con un mensaje tan claro: no nos quitarán la alegría de vivir.
En la Península Ibérica no es la única vez que se condena con tal contundencia el terrorismo. Antes lo hicieron con la ETA, con una ideología totalmente diferente a la del Estado Islámico (autor del último atentado), pero igual de letal.
En Estados Unidos, la reacción pública fue de rechazo por el ataque contra un grupo que se oponía a la manifestación de supremacistas blancos, aunque el presidente Trump se quedó corto en su reacción, precisamente porque hay una convicción que se trató de un acto terrorista.
México también ha sido escenario de atrocidades cometidas por las diferentes bandas de narcotraficantes, que causan un reguero de muertes cuando “disputan plaza”.
¿Y qué pasa en El Salvador? Las pandillas han sido calificadas como grupos terroristas por la Sala de lo Constitucional, debido a sus tácticas homicidas que incluyen desmembramientos y ataque a familiares de sus enemigos.
La respuesta del gobierno ha sido un combate frontal. Y por eso es que en lo que va del año 20 policías y nueve militares han sido asesinados por pandilleros. Pero también sus parientes han sido víctimas de ataques cobardes de las pandillas.
Las víctimas de esta ola de terrorismo se cuentan por millares. Y no tenemos una multitudinaria reacción ciudadana contra esta lacra.
Hay voces que se alzan contra los excesos de la Policía en el combate a la delincuencia. Y es necesario que se cumpla la ley para combatir a aquellos que viven al margen de ella, pero también hay que ponerse del lado de las víctimas de la violencia, muchas veces olvidadas e invisibilizadas.
Como sociedad debemos agradecer el sacrificio que a diario hacen las fuerzas de seguridad, muchas veces mal pagadas y con insuficiente equipo y sin tener garantizadas las necesidades básicas de sus familias.
Solo entonces nos indignaremos como las sociedades de otras latitudes, que salen a las calles cuando los terroristas asesinan cobardemente a uno, 15 o 100 ciudadanos.